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Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Mala pinta, explosivo humor inglés

13 diciembre, 2018 16:39

Recordemos, aunque no haga falta, la gran tradición del humor inglés, su formidable expansión y presencia en la novela, el teatro, el cine, la televisión, la prensa, la pintura y la viñeta gráfica. “Humor inglés” es una etiqueta, una marca de prestigio que goza de buena salud y que resulta identificable para todos.

A diferencia del humor español o del italiano, que entendemos como de trazo más grueso, el inglés –el británico, decimos también– se nos aparece, al primer toque, como como un humor refinado, basado en la ironía, en la inteligencia, en un depurado ingenio verbal, en una cierta sofisticación.

Tal vez, en un segundo momento, y ante determinadas muestras, caemos en la cuenta de que también existe un humor inglés desaforado, satírico, caricaturesco, despiadado y torrencial que, entre otras cosas, nos lleva a plantearnos la frontera entre lo humorístico y lo cómico. Y, en el caso concreto de la literatura, los límites entre la novela con humor y la novela de humor.

Mala pinta (Blackie Books), con traducción de Julia Osuna, es una novela de humor y su autor, Spike Milligan (1918-2002) fue una figura con un perfil y una trayectoria creadora que no suelen darse fuera de la cultura británica. Con amplio bagaje intelectual y con una personalidad extravagante –intervenida por trastornos psicológicos–, Milligan –además de músico y dibujante– fue un actor cómico de radio, teatro, televisión y cine, cuya intensa actividad creativa se extendió a la escritura en todos esos dominios y a la escritura –y bien prolífica– de novelas, poesía, memorias, ensayos e historias para niños.

Amigo y colega de Peter Sellers en la creación de un mítico programa de comedia radiofónica de la BBC en los años 50 (The Goon Show), bastará decir aquí –para que todo el mundo comprenda de qué clase de humor estamos hablando– que Milligan ha sido considerado el maestro de los Monty Python, quienes reconocieron encendidamente su deuda con él y, por cierto, le dieron un papelito (un cameo de homenaje) en La vida de Brian (1979), al final de la enloquecida escena en la que Brian, perseguido por la turba, pierde una sandalia.

Nacido en India, de padre irlandés –¡ojo al humor irlandés!– y de madre inglesa, Milligan publicó Mala pinta en 1964. El título original es Puckoon, el nombre del pueblo imaginario en el que transcurre la acción de la novela, situado, eso sí, cerca de la real ciudad de Sligo, al norte de Irlanda. El título en castellano es plausible al aludir tanto al cariz de los personajes y de la acción como a la inmoderada ingesta de cerveza y licores en la novela.

A mediados de los años 20, una comisión fija la línea fronteriza entre Irlanda del Norte (vinculada a Gran Bretaña) e Irlanda del Sur (república independiente) con la impericia y mala fortuna de que dicha línea pase por la mitad de un pueblo (Puckoon), dividiendo en dos calles, casas, pubs y hasta cementerios.

Mala pinta, claro, es una feroz, desopilante e incorrecta sátira de los irlandeses (sobre todo) y los británicos, de su carácter, costumbres y comportamientos, de sus posiciones políticas (lo que incluye al IRA y a la violencia) y sus sesgos nacionalistas. Novela de acento coral, aunque con importantes secundarios, tiene como protagonista al impresentable, ocioso, bebedor y mal casado Dan Milligan, que no en balde tiene el mismo apellido de su creador. Además, Milligan (autor) y Milligan (personaje) hablan y discuten entre sí en un vago ejercicio calderoniano o pirandelliano –por decir algo–, que constituye una de las audacias o curiosidades de esta novela frenética que no deja títere con cabeza.

Frenética, sí, por el ritmo en la sucesión de escenas de comicidad delirante, esperpéntica y absurda y por la volcánica creatividad lingüística y verbal de Spike Milligan, que no perdona un diálogo, una línea, una frase o un adjetivo sin formular uno o varios gags cómicos ni un lance ni un personaje en cada página –incluso en cada párrafo– sin protagonizar una cómica situación.

Curas, militares, policías, militantes, comerciantes y paisanos de toda condición –clases altas, medianas y bajas–, hombres y mujeres, todos quedan inmersos en la acelerada batidora de Spike Milligan –contenedora también de abundantes citas y especias culturales paródicas– de la que surge una densa y picante crema humorística. No hay duda de que el exceso y la acumulación pueden fatigar la capacidad de asimilación y digestión del lector, enfrentado a giros, paradojas y, en general, a lo inesperado.

Un ejemplo breve: “Hubo una pausa corta y luego otra más larga, pero fueron tan seguidas que casi no fue posible distinguirlas”.

Un ejemplo, digo, de esa incansable e inagotable capacidad y tensión de Milligan, dispuesto a no desperdiciar la menor oportunidad –una acotación, una pequeña descripción… para dar salida a sus ocurrencias. Esto es lo que me parece determinante de su escritura. Ahora que lo pienso, el ejemplo que propongo me parece un tanto jardielesco. Y hay muchos más.

¡Exitazo a la vista!

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