Rima interna por Martín López-Vega

La ciudad sí y la ciudad no de Daniela Martín Hidalgo

7 diciembre, 2015 10:17

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Daniela Martín Hidalgo[/caption]

La colección de poesía de la editorial Trea va haciendo, sin prisa y sin pausa, un catálogo de lo más envidiable. No sólo ha publicado más de una valiosa traducción (Theodore Roethke, Stanislaw Baranczak, Tess Gallagher o Robert Hass), buena parte de lo mejor de la poesía contemporánea en asturiano (Antón García, Xandru Fernández, Vanessa Gutiérrez….) y algo de la catalana (Joan Vinyoli), sino que poco a poco ha consolidado una línea editorial a base de poetas en castellano contemporáneos, a menudo ajenos a los circuitos y sin mediar premios ni otro tipo de recompensas. Una editorial con todas las letras, en definitiva. Una de sus últimas novedades es un libro mucho más que interesante: Pronóstico del tiempo, de Daniela Martín Hidalgo (1980), otro nombre que (pese a haber sido becaria en la Residencia de Estudiantes de Madrid a finales de la década pasada, lo que muchos aprovechan –y no diré yo que hagan mal- para la autopromoción) no suele estar presente en los recuentos de poesía última y parece bastante ajena a los saraos del gremio. Mal por quienes hacen los tales recuentos, porque este Pronóstico del tiempo tiene todos los ingredientes necesarios para ser uno de los libros de su generación dignos de ser tenidos en cuenta.

Un libro variado en los temas, aunque recorrido por una honda consciencia de angustia inevitable que se intenta combatir con el humor, como en “La mujer barbuda”, un poema de crisis en el que afirma que “No quedará sino el humor” y que concluye: “Por eso, / diluye tu semilla de mostaza en mi oreja, / la arena que llevo entre los tímpanos. / Acerca la manta más la manta, / cuenta hasta tres que me haga reír”. La risa es un elemento importante del libro, así en “Poema de amor”:

Mi amigo dice

que lleva un marisco triste en el abdomen,

una viola

de gamba, y que su bigote (el de la gamba)

es metálico.

Oh, como separaré la piel

del cuerpo brillante del calamar.

Cómo haré que se ría,

que él se ría,

que no se deje de reír.

Y sin embargo, los momentos inolvidables del libro tienen que ver con su mirada sobre la vejez y la enfermedad, en los que logra una ternura sin compasión, una exactitud sin frialdad, un tratado sobre las distancias exactas y sobre el amor inteligente por las personas y las cosas. “El guardagujas”, poema que abre el libro, es tal vez el mejor del conjunto, uno de los mejores que nos han dado los poetas de la generación de Daniela Martín Hidalgo y un buen ejemplo de poema largo bien trabado (tal vez les haya hablado ya alguna vez de lo insoportables que se me hacen las ristras de anáforas). Acaba así:

[…] En el canalón se apoyan viejos cuervos sabihondos

y has empleado polvo para apuntar sus teléfonos.

(Eso que orinas es fango.)

Tu olor tampoco te gusta, es olor

de rancia marquetería, de cajonera cerrada,

de papel al fondo de los armarios.

Te gustan las tetas de tu enfermera,

sus grandes nimbos asimétricos:

quisieras mamar de ellos como niño.

Fumas ducados a escondidas y el gotero

te espía, tu chivato tu sombra tu sanguijuela.

Los ascensores te persiguen.

Crees que Algo o Alguien quiere matarte,

y por eso no confías.

La grúa ha atropellado a un puerco espín en la carretera.

Llaman a la ambulancia pero ya

no se puede hacer nada.

 

Es limitar mucho las cosas decir qué es lo que busca uno en un libro de poemas, pero puedo decir que prefiero la exposición a la exhibición, el humor a la ironía, el descubrimiento al reconocimiento, el fallo de quien lo ha intentado al acierto del copión. Que la ciudad de los poemas no sea ni la ciudad sí ni la ciudad no aquellas de Evtuchenko, sino una ciudad del tal vez, pues sólo la duda sabe escribir poemas. Y es quien ha escrito todos los de este libro.

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