Exposiciones

Struth, intrusos en el Prado

Making time

1 marzo, 2007 01:00

Vsta de las obras de Struth en el Prado

Museo del prado. Paseo del Prado, s/n. Madrid. Hasta el 25 de marzo.

El Museo del Prado está apostando claramente por favorecer el diálogo entre la pintura antigua que atesora y el arte contemporáneo. El camino ha sido gradual: primero Manet, luego Picasso y ahora Cristina Iglesias, que ha instalado ya sus imponentes puertas en el nuevo edificio de Moneo, y Thomas Struth. La elección de este fotógrafo alemán no es arbitraria. El hecho de que haya estado durante veinte años observando a los espectadores del arte en iglesias y museos lo convierte en candidato idóneo para inaugurar una serie de intervenciones artísticas que, confiamos, será amplia y variada. La modalidad de relación entre obra antigua y actual es la que otros grandes museos han seguido con excelentes resultados: la inserción diseminada de las obras "intrusas" entre las inquilinas habituales. Tal vez no tenga sentido hacer una individual de un artista vivo en un museo antiguo (recuérdense las protestas ante el rumor sobre la exposición de Barceló en el Prado) cuando su trabajo nada tiene que ver con él o cuando se le pretende asignarle una sala sin más, pero sí es muy lícito abrir la historia al presente cuando podemos esperar percepciones nuevas de una y otro a través de la confrontación.
Thomas Struth (Geldern, 1954) está entre los fotógrafos más buscados por los coleccionistas. Discípulo de los Becher en Dösseldorf, ha estructurado su carrera según el método de esta escuela: recopilando un sistemático y aséptico catálogo de variaciones de un mismo tema. Primero fueron las ciudades, luego los retratos de grupo, a continuación los interiores de museos y, más recientemente, espesuras selváticas y escenarios del oeste americano. Su serie más conocida hasta el momento es ésta dedicada a los visitantes de las grandes sedes del arte. Ha recorrido multitud de museos para mostrar siempre lo mismo: cómo se relacionan los turistas con las obras artísticas. Y la verdad es que lo que refleja su cámara no es muy alentador, aunque no se puede negar que es del todo verídico. En los museos se deambula, no se sabe a dónde mirar ni parece que se comprenda lo que se mira. En la detestable masificación fomentada por los museos y por las administraciones responsables se confina durante unas horas a estas pobres almas en pena que estarían disfrutando mucho más en cualquier otro lugar. Struth no busca al curioso, al que se queda absorto o al que se emociona, sino al que, cámara en ristre, sigue el obligado itinerario interior por las grandes obras maestras.

Las fotografías de esta serie no son interesantes desde los puntos de vista estilístico (pura neutralidad) o estético, ni nos revelan nada que no estemos ya viendo alrededor nuestro, en las propias salas. Pero en algunos momentos, los encuentros son elocuentes. El artista eligió personalmente la ubicación de las diez obras que se han instalado en el Prado, y no se entiende bien cómo, habiendo dispuesto de tiempo para meditar la selección de piezas, y con tanto material propio, no siempre ha encontrado el encaje perfecto. Dos de ellas han sido tomadas en el museo: la de la sala de los "cazadores" de Velázquez, que se ha colgado allí mismo en un juego especular, y la de Las hilanderas, que se ha situado entre los "grecos" no se sabe por qué. Como aciertos: la foto con La Grande Jatte de Seurat junto a las tres escenas de la historia de Nastagio degli Onesti, de Botticelli, todas entre pinos; La libertad guiando al pueblo de Delacroix frente a El tres de mayo de Goya; la vista de la Galleria dell’Academia veneciana junto a los veroneses; más poética aunque más críptica, las vitrinas de las espadas japonesas junto a las decapitadas esculturas clásicas; y, menos evidente, el retrato expandido de los restauradores de San Lorenzo Maggiore, en Nápoles, entre la pintura de los caravaggistas. Podemos, desde luego, esperar cruces más significativos que los provocados por el lacónico Struth, pero es importante empezar.