Image: El silencio de las ruinas

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Exposiciones

El silencio de las ruinas

El esplendor de la ruina

14 julio, 2005 02:00

Hubert Robert: El Coliseo, h. 1762-1770. Museo Estatal del Ermitage, San Petersburgo

Comisario Antoni Marí. La Pedrera. Fundación Caixa Catalunya. Paseo de Gracia, 92. Barcelona. Hasta el 30 de octubre

El esplendor de la ruina es un itinerario por un "género" pictórico o motivo iconográfico, la ruina, cuyo inicio sitúa la exposición en el siglo XVI y lo hace concluir en el XIX, es decir, en su momento de apogeo. Se trata de un desarrollo o trayecto que se dirige y culmina en el Romanticismo, el núcleo de la muestra. Sin embargo, la exposición posee un raro epílogo: de las pinturas del XIX se salta directamente al cine, obviando cualquier referencia a la pintura o al arte contemporáneo. El recorrido se cierra con un vídeo, una selección de imágenes cinematográficas que aluden a la destrucción, la ruina del siglo XX, como si la pintura tradicional no pudiese reflejar tanta aniquilación y hubiera sido sobrepasada por el espectáculo del cine.

La exposición plantea la diversidad de expresiones que adopta la ruina, pero en mi opinión hay un sentimiento que sobrevuela por encima de las formas y los tiempos: la melancolía. Existe un famoso grabado de Durero, conocido con el título de Melancolía, que representa un ángel que observa y está rodeado de objetos enigmáticos. El significado de este ser alado y de las cosas que le rodean son especialmente opacos, pero el epígrafe, "Melancolia", situado en la parte superior, domina la imagen y le atribuye una connotación precisa. Acaso la melancolía de esta figura sea consecuencia de la incomprensión de los objetos que observa, como si no pudiera darles un significado. Su desazón está relacionada con la dificultad de articular una interpretación. La melancolía es la expresión del vacío, de la desesperanza, de la muerte, pero sobre todo de la incapacidad de comprensión…

Así el grabado de Durero, así las ruinas, estos vestigios que se dirigen a nosotros pero cuyo significado ignoramos. En uno de los textos del catálogo, ángel González se hace eco de una reflexión de Jean Starobinsky según la cual la dimensión saturnina de las ruinas radica precisamente en que se "han transformado en un monumento cuyo significado se ha perdido". Esto es ausencia, olvido, muerte… La nostalgia que inspiran las ruinas tiene su origen en la ausencia de significado, como en el caso del grabado de Durero.

Pero precisamente porque las ruinas están desiertas de contenido son una invitación a soñar, a embriagarse de ensoñaciones. Las ruinas son los restos de algo que no conocemos exactamente, de algo que alguna vez estuvo allí, pleno de sentido, pero que ahora somos incapaces de reconstruir. Las ruinas se expresan como fragmentos, partes inconexas, que, como una serie de anécdotas sin continuidad ni relación, escapan a una visión de conjunto o relato, a un saber organizado y racional. Por esta razón incitan a la imaginación, para que ésta recomponga los fragmentos del rompecabezas que faltan. Las ruinas poseen una dimensión onírica porque son un espacio para la fantasía y la especulación imaginativa. Pero quien dice fantasía e imaginación dice también fantasmas. Las casas deshabitadas, los castillos abandonados, los palacios devastados por el paso del tiempo están habitados por fantasmas que son los deseos, los miedos y las ansiedades que el presente proyecta en el pasado, o mejor, en los vestigios del pasado.

Se objetará que nuestra concepción del mundo, nuestras ciudades, nuestro conocimiento de cualquier ámbito de la vida es también un universo fragmentado, discontinuo, inconexo e incomprensible. Efectivamente, para quien se detenga y contemple el mundo desde una posición desinteresada, como espectador y no como protagonista, éste se le desvelará como un espectáculo espléndidamente surreal, lleno de fantasmagorías y absurdos. Es el mismo sentimiento de vacío que uno experimenta ante las ruinas y las fotografías antiguas… Un universo impenetrable, autista… en definitiva, una ausencia de sentido, como decíamos antes, ante la que sólo podemos reaccionar mediante la afectividad y la fantasía. Walter Benjamin calificó París, la gran capital del siglo XIX, como una inmensa ruina, esto es, como una fantasmagoría, un espectáculo muy próximo a la mirada surrealista.

La exposición describe un itinerario riguroso, como corresponde al perfil académico y la solvencia investigadora del comisario, Antoni Marí. La selección de piezas -no especialmente conocidas- está realizada con gusto. Entre otras, me ha llamado especialmente la atención una pequeña pieza de Friedrich y una obra espectacular, el Paisaje con ruinas romanas de Herman Posthumus. Pero el trayecto, como apuntaba antes, se detiene en el XIX y de ahí se pasa bruscamente a un vídeo que consiste en una selección de fragmentos de películas sobre catástrofes y ruinas contemporáneas. Disonancia en la coherencia del itinerario de la exposición que me resulta especialmente interesante. Puede que se trate de una concesión para compensar el discurso historicista del profesor y atribuir un carácter más actual a la muestra. En todo caso, es evidente que el cultivo de un género pictórico evoluciona y se transforma, pero no desaparece de manera súbita. Pienso, por citar un caso evidente, en De Chirico y sus muchas pinturas de ruinas. Entonces, ¿por qué este corte? Yo observo esta secuencia de fragmentos de películas como el subconsciente de la exposición. Aquí se concentra aquello que el discurso historicista no llega a explicar, o mejor, explicitar. Estas pinturas de ruinas, del Renacimiento al Romanticismo, son mudas, como aquellos objetos silenciosos del grabado de Durero. En este mismo sentido, los fragmentos de películas son eso, proyecciones, los fantasmas que habitan en esos cuadros. Es la ruina hecha espectáculo, la ruina como temor, como culpabilidad que se desvela, se destapa finalmente en el escenario contemporáneo.