Image: Tauba Auerbach, entre el orden y el caos

Image: Tauba Auerbach, entre el orden y el caos

Arte

Tauba Auerbach, entre el orden y el caos

La artista neoyorquina llega a la Konsthall de Malmö con una de sus exposiciones más ambiciosas en Europa.

16 marzo, 2012 01:00

Tauba Auerbach: Untitled (Fold), 2011.

Tauba Auerbach es uno de los valores seguros de la joven pintura norteamericana. En la Konsthall de Malmö presenta una de sus exposiciones individuales más importantes fuera de Estados Unidos.

Tauba Auerbach nació en Nueva York en 1981 y se licenció en pintura en la Universidad de Stanford en 2003. No pasó demasiado tiempo hasta que la comunidad artística neoyorquina pusiera sus ojos en ella. Fue en la primera individual que realizó en Deitch Projects en 2006, a la que siguió, ya en 2008, su primer solo show en una galería europea, la noruega Standard, que la fichó con apenas 27 años. Ya en 2009 entró en la vorágine institucional neoyorquina con su inclusión en la exposición -y en su tan cacareada publicación- Younger than Jesus, del New Museum, y el año siguiente fue una de las triunfadoras de 2010, la Bienal del Whitney organizada por Francesco Bonami y Gary Carrion-Murayari, en la que destacó entre aquel buen puñado de mujeres pintoras. Estos días participa en la exposición Lifelike de Walker Art Center y en mayo realizará su primera muestra individual en la histórica galería Paula Cooper. Nada que objetar, por tanto, a la trayectoria de una artista que acaba de superar la treintena y que va camino de convertirse en una de las grandes pintoras de su generación.

La obra de Auerbach que hoy podemos ver en Malmö tiene que ver con los procesos visuales y los mecanismos perceptivos de la mirada. Siempre amarrada a la impronta conceptual, entroncó en sus inicios con una estética ligada a la escritura, al alfabeto, a la tipografía, a lo textual, en definitiva. La neoyorquina es también una magnífica escritora y sus escritos han aparecido en importantes revistas especializadas. Leí uno que giraba en torno a las vicisitudes del acto de escribir, a las variaciones caligráficas en función de la edad o del estado de ánimo. Muchos de estos cuadros iniciales exploraban la rítmica de la escritura e incluso aportaban imágenes autorreferenciales de máquinas de escribir o tipografías antiguas ya caducas, fuentes lejanas que, de tan barrocas y floridas, tenían una poderosa entidad como imágenes en sí mismas. Pero hay algo entrópico en la interpretación que Auerbach hace del lenguaje, pues éste tiende siempre a la descomposición, a la fractura.

Ligada también a cierta atmósfera Pop, Auerbach presentaba cuadros con textos de onomatopeyas que se encontraban próximos a un Ed Ruscha e incluso a un John Baldessari o a un Christopher Wool. Muy cercanos a la publicidad, sus cuadros le llevaron a ser considerada por algunos una sign-painter, como si viviera inmersa en la estética de la señalética. El padre de Auerbach es arquitecto, y de él habrá mamado probablemente su interés por el diseño y por las herramientas analógicas y digitales de las que se ha servido a la hora de poner las ideas en circulación en el acervo visual. Desde no hace mucho, la artista diseña símbolos matemáticos para un científico de la Universidad de Cambridge.

Con el tiempo, Auerbach ha ido abandonando paulatinamente la iconografía del lenguaje para asomarse con decisión al ámbito del color y de la fisicidad de la pintura, o más bien, de sus soportes. En torno a la fecha en que participaba en las grandes colectivas neoyorquinas del New Museum y del Whitney, la pintora comenzó a indagar en las posibilidades tridimensionales del lienzo. Realizó entonces sus conocidos Fold Paintings, en los que reventaba la convención sempiterna de la pintura a través de la inclusión de una tercera dimensión. El modus operandi era bien sencillo. Auerbach plegaba la tela como si de un abanico se tratara, y la estrujaba con violencia, para después extenderla de nuevo, dejando bien visibles las marcas del proceso para, después, aplicar la pintura con spray.

Este nuevo camino hacia la tercera dimensión abría simultáneamente otro hacia una cuarta, materializada en una de las últimas series de la artista, Tetrachromat, que da título a esta exposición. Auerbach, que siempre se ha sentido atraída por procedimientos científicos de muy diversa índole, ha venido investigando las evoluciones de una nueva teoría por la que un reducido grupo de seres humanos, compuesto en su mayoría por mujeres, podrían tener un cuarto dispositivo que añadir a la tricotomía, el sistema visual mediante el que percibimos los colores. La pintora sitúa esta teoría en un plano paralelo a esa cuarta dimensión, la del tiempo, ya explorada con los sprays sobre telas plegadas. Esta investigación adquieren forma en piezas geométricas dispuestas sobre plintos que subrayan esa condición de pintura líquida y etérea en piezas tridimensionales que se repiten rítmicamente.

Asimismo, entre los últimos cuadros de la artista destacan aquéllos formados por tramas más o menos ortogonales que abundan en las relaciones entre la naturaleza y la cultura y la ciencia. Algunos pueden verse en esta exposición sueca. En ellos, Auerbach descose la tela para coserla de nuevo utilizando nuevos patrones. Retoma la artista una tradición que vincula a Mondrian y a Rosalind Krauss, quien hablaba de la retícula como epítome de lo "moderno". Pero en estos cuadros, como en su obra en general, Auerbach presta tanta atención al orden como al caos, y sitúa el entrecruzamiento de fuerzas en ángulos rectos como una derivación de la naturaleza que es previa a la llegada de todo raciocinio, de toda cultura.