Jose-Ovejero

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El Cultural

José Ovejero: “Sin violencia no existirían la democracia ni el feminismo”

El escritor publica Insurrección, un crudo recorrido por las grandes tensiones sociales de hoy que sirve como marco al emotivo relato de una relación padre hija que se desmorona

27 septiembre, 2019 12:45

Injusticias laborales, paro, EREs, okupaciones, gentrificación, atentados… Este es el nada halagüeño presente que dibuja Insurrección (Galaxia Gutenberg), la nueva novela de un José Ovejero (Madrid, 1958) que entreteje una de sus historias con intensa carga dramática y personajes de peculiar y aguda conflictividad psicológica. Con su habitual mirada compleja, irónica y nada complaciente, el escritor analiza los grandes problemas de nuestra sociedad actual a través de la maltrecha relación paternofilial entre Aitor, un hombre conformista que sufre en sus carnes los desmanes de un sistema laboral cada vez más injusto y Ana, una joven idealista que incapaz de soportar el mundo que le tocará vivir huye a una comuna okupa desde donde planea reformar la sociedad.

“En cierto sentido es mi novela más realista, porque no es un presente muy halagüeño pero es el de muchas personas. El deterioro en el nivel de vida de la clase media no es algo que me haya inventado yo”, defiende Ovejero. “La falta de expectativas de tantísima gente está ahí, sobre todo de los jóvenes, que aspiran por primera vez en mucho tiempo a vivir peor que sus padres, y encima se pueden dar por satisfechos porque es lo que hay, ya les han dicho que este es el sistema”.

Pregunta. Igual que en su anterior novela, La seducción,  plantea aquí la trama como un conflicto generacional, ¿qué le aporta ese choque, el antagonismo de esas dos figuras?

Respuesta. Enfrentarlos me permite presentar dos formas totalmente opuestas de entender la vida. Por un lado, una generación ya dentro del sistema, que defiende el ser realistas, asumir que el mundo es el que es y la necesidad de adaptarse a un medio cada vez más hostil; por otro, una generación más joven que recrimina a los mayores su papel en la construcción de este mundo de mierda que ellos han recibido como herencia. Lo que reprocha Ana a su padre no es sólo que se adapte, hay que sobrevivir, sino que aún encima monté un discurso que lo justifica, un discurso de buena conciencia, de hacer lo que se debe, que en España nos remite  a la cultura de la Transición. A toda esa generación que dice: “os dimos la Democracia, mirad que mundo más maravillosos os hemos construido” y están orgullosos de ello. Y mientras los jóvenes dicen: “pero ¿de qué me estáis hablando? No es una dictadura, vale, pero mi vida y mis expectativas son una mierda”. Me interesa hablar de esa tensión social que hay hoy en España, una tensión social muy fuerte al mismo tiempo marcada por una resignación muy fuerte.

"En España hay una tensión social muy fuerte marcada por una resignación igual de fuerte"

P. Resignación que quizá no hay en otros países, pues, por ejemplo, la literatura francesa está explotando toda esa rabia, ¿ocurre lo mismo que, como se dijo, con los partidos de extrema derecha, que nos acercamos a lo que se vive en toda Europa?

R. Sí, eso es cierto. Pero no es de ahora, porque aunque hoy ya no está tan presente en el día a día social, el movimiento de los indignados tenía que ver con eso. Lo que pasa es que la política y el poder económico son de largo aliento, saben que muchas de estas explosiones se pueden ir acallando poco a poco y que ese descontento está hoy resuelto prácticamente. Pero creo que en la literatura sí está, en los libros de Marta Sanz, de Sara Mesa, de Isaac Rosa... Más allá de la resignación hay rabia, pero ahora mismo estamos en una especie de valle después de los indignados en el que lo único que resiste es el movimiento okupa.

P. Sus dos protagonistas, más allá del conflicto generacional, son familia, ¿qué le interesaba explorar en esa relación padre/hija?

R. Cuando empiezo a escribir no tengo nada claro, me voy dejando llevar por los conflictos, pero desde el principio supe que la novela iba a girar en torno a un conflicto padre hija y que ese padre no iba a ser el padre típico autoritario, sino lo contrario. A menudo pensamos que esos conflictos se dan cuando hay un comportamiento extremo por una de las partes, normalmente un padre opresivo, autoritario, pero en mi opinión dentro de unos niveles de afecto más que razonables -este padre quiere mucho a su hija-, las condiciones sociales influyen mucho, y hoy en día son las que son. Quizá estoy siendo un poco materialista, marxista, lo que quieras, pero las condiciones sociales condicionan nuestra vida, la forma en que nos amamos y nuestros afectos, algo que se nos olvida. Y esto es lo que ocurre en este caso.

"El movimiento okupa es una alternativa de vida perfectamente razonable, más razonable a lo mejor que ir todas las mañanas en un metro atestado"

P. En este caso el comportamiento extremo viene por parte de Ana, que se levanta contra el sistema y recrimina a su padre todo. ¿Es solamente rebeldía juvenil o hay algo más?

R. Pienso que hay algo más, pero ¿por qué son más rebeldes mayoritariamente los jóvenes? Pues puedes decir que hay una cuestión hormonal, otra de crecimiento, de que para ser adulto tienes que rebelarte contra algo y delimitar tu propia vida, pero además está la rebelión que nace de vivir en un sistema que te da pocas oportunidades. Y los más radicales buscan soluciones radicales. ¿El movimiento okupa es tan radical? Yo lo miro con cierta simpatía, mucho más que antes de escribir el libro, porque uno tiene clichés preconcebidos, pero al empezar a interesarme y conocerlo pensé que era una alternativa de vida perfectamente razonable, más razonable a lo mejor que ir todos los días en metro a las ocho de la mañana empujando a desconocidos para poder entrar.

Este tira y afloja de culpas demuestra que existe una incomunicación obvia entre ambas generaciones, pues los jóvenes echan en cara a los mayores algo de lo que éstos, que lo han hecho lo mejor que han podido, no se pueden sentir responsables. “Ese es el drama. Suelo mirar con simpatía a los jóvenes porque todavía no han tenido tiempo de corromperse, pero lo que reprocha Aitor a su hija es que ella no ha tenido que enfrentarse todavía a una serie de decisiones que son las que marcan el camino”, explica Ovejero. “Y por eso la comunicación es tan difícil, porque son dos experiencias de la vida completamente distintas y las dos tienen razón en cierto sentido. Es un conflicto en el fondo irresoluble”.

Sin embargo, la discrepancia verbal y vital se complica cuando Ana pasa de la palabra a la acción, primero de okupar una casa, y después otras más violentas. Para Ovejero, la violencia es “uno de los temas más complicado porque con ella mentimos constantemente. Todos la aceptamos, pero sólo ciertas violencias. Por ejemplo, sabemos que nuestro nivel de vida se basa en violencias cometidas en otros lugares, y como no las vemos, las aceptamos”, insiste. “No estaríamos aquí sin violencia. La democracia ha salido de la violencia y ha tenido que infringir la ley, lo mismo que el feminismo o el movimiento antiapartheid. Los grandes cambios sociales han venido siempre acompañados de violencia”, argumenta Ovejero, que piensa que “cuando decides romper de verdad con el sistema siempre vas a necesitar cierto grado de violencia. Una violencia que termina siempre cometiendo injusticias brutales hacia los individuos. Pero, ¿existe un cambio drástico sin dolor? En la historia no lo conocemos”.

"Cuando decides romper con el sistema siempre vas a necesitar cierto grado de violencia. Nunca en la historia ha habido un cambio drástico sin dolor"

P. Cada uno de los personajes sitúa al lector en la incomodidad de no estar completamente ni de acuerdo ni en desacuerdo con ellos, ¿por qué busca esa sensación?

R. Porque creo que la incomodidad es lo que produce conocimiento. Si estás cómodo con un personaje y te identificas con él no necesitas pensar ni plantearte cuestiones. Por eso quiero que mis personajes dejen al lector sin saber muy bien dónde están, eso es lo que genera curiosidad y empatía, algo muy valioso. Siempre se discute si la literatura sirve para algo o no, pero yo creo que aparte del placer, que es ya importante, sirve para eso, para cuestionar tu propia situación en el mundo y para poner en tela de juicio tu relación empática con los demás. Todo se resume en lo que decía Kundera de que la novela lo que muestra es la complejidad del mundo. Y nos permite tomar distancia para apreciarla mejor.

P. Ana defiende que no sólo no hay pasado, sino que no hay futuro, ¿vivimos en un presente perpetuo?

R. Esta es una de mis ideas recurrentes. En Los ángeles feroces hay un momento en una manifestación en la que un señor mayor le dice a un joven que si alguien le habla de futuro le rompa los dientes. A menudo se nos vende un futuro que nos lleva a aceptar un presente inaceptable. Lo ha hecho la religión durante mucho tiempo, y después las grandes ideologías. Pero tras el derrumbe de todos estos sistemas de pensamiento nos hemos dado cuenta de que el paraíso del proletariado no nos sirve para nada. Lo que nos sirve es, como dice Ana, es no pensar en que hay que destruir todas las puertas, sino en que si te encuentras una puerta, pégale una patada. Una idea que en el fondo es también la de los indignados, una reunión de gente que no tiene un fin concreto, sino una insatisfacción común por un estado de las cosas. Y ahora que ya no hay ideologías y, por tanto, no hay esperanza de futuro, esa insatisfacción es el motor ahora mismo más poderoso para intentar cambiarlas.