Ciclismo

Froome sale derrotado del Tour de Francia

El último campeón de la ronda gala arrastrará para siempre esa imagen de fondista, corriendo a pie tras una caída, que debió costarle su expulsión.

25 julio, 2016 01:26

Menos mal, se ha terminado el Tour. Han sido las peores tres semanas de ciclismo por las carreteras francesas del siglo XXI. La edición deja en la cuneta la reputación del vencedor, Chris Froome, y la de la organización del propio Tour. Sin olvidar la del resto de equipos, directores y corredores que han ayudado a hacer caer sobre ella el bochorno de un deporte descabezado. Este año hemos sido testigos de una escena que marcará la historia del deporte, la carrera y el ciclista, que no puede ser interpretada más que como la desesperación de un corredor ­literalmente superado por las circunstancias y de un líder fuera de su lugar.

La tiranía de los complejos

El dominio autoritario del Sky no ha garantizado la potestad del líder de la carrera. El ciclismo ha producido ganadores que han conquistado el respeto del grupo, negociando con los intereses de todos y respetándolos como rivales. Pero también ha engendrado adalides de su propia causa para los que el grupo debe estar a su disposición, sometido a su control y a la humillación de sus rivales. En un extremo, corredores como Miguel Indurain; en el otro, Chris Froome o Alberto Contador.

El Sky tiene presupuesto suficiente como para hacer que el único rival del líder esté siempre en el propio equipo. En 2012, Froome lo fue de Bradley Wiggins; en 2013 y 2015, Richie Porte lo fue de Froome y este año lo ha sido Wout Poels. Pero sin rivales no hay mérito. Tener un oligopolio en cabeza de pelotón garantiza el triunfo, como si eso fuera suficiente.

El ciclismo es uno de esos deportes individuales que necesitan a los demás (para superarles en la victoria y para dilatar la leyenda). Este año no ha necesitado atacar (salvo lo de la bajada del Peyresourde), pero se ha despachado con el contrario con teatrillos zafios. Él y su equipo han utilizado la debilidad de sus contrarios para convertirlos en muebles y muñecos de trapo, al tiempo que el líder caía en un exhibicionismo ridículo, zurcido a base de complejos y nervios. Un líder del que nadie se siente orgulloso. Ni siquiera el público.

La vergüenza de las trampas

No recuerdo abucheos a un maillot amarillo en el podio, ni desprecio en los gestos de los aficionados que esperan en las carreteras como los que he visto este año, después de la etapa (chanante) del Ventoux. El veredicto era "culpable". El Tour perdonó la infracción de Froome a la carrera, porque ella misma había causado el problema. Un último kilómetro sin vallas es como una final de un Mundial de fútbol sin seguridad. No fue el único error, porque a Yates se le cayó encima el arco del último kilómetro cuando andaba metiendo tiempo al líder y le mantuvieron la ventaja. A Mollema, el día del Ventoux, no.

Salir a la carrera es faltar a las reglas que se comparten en este deporte. Salir a la carrera siendo el líder es faltar a la templanza que se le presupone al hombre que viste ese maillot. Al margen del absurdo de las imágenes y del ridículo del ciclista, no reconocer la ilegalidad cometida es impropio de un campeón, lo cual lo inhabilita como tal.

Pero ya saben que no es la primera vez que el corredor británico deja las formas y las normas para el resto del pelotón. El Giro de Italia expulsó al campeonísimo por subir el Mortirolo agarrado a una moto en 2010, cuando tenía 25 años y había firmado para vestir el maillot del Sky. 140 euros de multa además de la expulsión. "Sólo trataba de llegar a la cima", dijo entonces. "Estaba tan cerca de acabar el Giro... Pero estoy contento con mi trabajo".

Los ataques de peseta

En eso parece tener bula el ciclismo, en jugar sucio. No hablo del dopaje, sino de la gesta épica del "deporte más duro de todos" con la que admiramos a los deportistas que trabajan en él. Esa devoción ciega que abre márgenes a las trampas, al chanchullo y a la miseria. Como si cumplir con las reglas fuera de cobardes. Cómo no vamos a tener indulgencia con quien va a pasar cinco horas sobre la bicicleta y decide engancharse, por "circunstancias de carrera", a una moto de apoyo de Mavic para subir el Ventoux. "Fueron sólo unos metros", diejron los comentaristas de TVE para justificar las imágenes del tramposo Quintana. Explicaban que lo hizo para salvar la situación, justo el día en el colombiano hacía 'crack'.

Si este Tour ha demostrado que Froome no es un líder ejemplar, también ha desvelado la carencia de rivales con los que competir, una vez aclarado que el salario de Poels le impide tentar la gracia del corredor británico. El Astana, lejos del Giro, repite los mismos errores que sus rivales en la ronda italiana: Contador nunca fue rival, los ataques de Richie Porte no han hecho olvidar su etapa de gregario y Nairo Quintana se confirma oficialmente como derrotado. La excepcional victoria de Ion Izagirre no lava la cara de una de las peores carreras tácticas del Movistar.

Froome ha ganado en 2013, 2015 y 2016. Si todo sigue igual en 2017, repetirá. Pero nunca llegará a 'Sir'. Ya ha hecho grande a 'Wiggo'.