Sabores y surrealismo en Figueres: la mesa donde Dalí volvía a casa
Sabores y surrealismo en Figueres: la mesa donde Dalí volvía a casa
En pleno centro de Figueres, el histórico Hotel Durán guarda la memoria más íntima del genio ampurdanés. Aquí dormía, comía y conversaba el Dalí más humano y celebraba muchas de sus fiestas alrededor de la mesa.
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Hablar de Figueres es hacerlo de Salvador Dalí. En esta ciudad del Alt Empordà nació en 1904, aquí fue bautizado y aquí quiso descansar eternamente. Su presencia sigue viva en cada rincón, desde la fachada coronada de huevos del Teatre-Museu Dalí hasta su casa natal, recién inaugurada como museo y centro de interpretación.
El nuevo espacio, ubicado en el número 6 de la calle Monturiol, devuelve vida a las habitaciones donde creció el pequeño Salvador. Entre objetos, grabaciones y proyecciones inmersivas, se reconstruye el ambiente familiar que lo marcó para siempre: la madre, la disciplina del padre notario y los primeros dibujos de un niño que ya soñaba con ser artista.
A pocos pasos, el Teatre-Museu Dalí es el gran icono de Figueres. El propio pintor eligió el antiguo teatro municipal, destruido durante la Guerra Civil, para convertirlo en lo que definió como “la obra surrealista más grande del mundo”. Los visitantes atraviesan un universo de relojes blandos, musas y metáforas donde Dalí está enterrado bajo la cúpula central.
Pero para comprender al artista en su versión más terrenal, hay que salir del museo y caminar unas calles más allá. Allí, en el corazón de Figueres, se encuentra el Hotel Durán, el lugar donde el genio, algunas veces, se quitaba el personaje y se sentaba a comer.
De Ca la Teta al Hotel Durán: la casa donde Dalí fue Salvador
El vínculo entre Dalí y Figueres no se entiende sin el Hotel Durán, la casa donde siempre volvía. Su historia comienza hacia 1855, cuando los abuelos de Lluís Durán Camps fundaron la fonda Ca la Teta, una casa de comidas con pozo central que ya entonces era parada habitual de viajeros y comerciantes.
En 1910, el matrimonio formado por Joan Durán Burgas y Teresa Camps formalizó el alquiler del negocio y lo rebautizó como Casa de Menjars J. Durán. A lo largo de las décadas, la fonda sobrevivió a guerras, cierres de frontera y tiempos inciertos. Durante la Guerra Civil, fueron las mujeres de la familia quienes mantuvieron abierta la cocina, sirviendo platos humildes pero constantes a todo aquel que los necesitara.
Cuando Lluís Durán Camps regresó tras la contienda, retomó el negocio familiar y consolidó su reputación. En 1949, inauguró el Libro de Oro del establecimiento con una dedicatoria y un dibujo de Salvador Dalí, que se conserva como una de las joyas más valiosas del hotel. A partir de entonces, el genio del bigote convirtió el Durán en su cuartel general en Figueres.
Allí dormía, allí comía y allí recibía a sus amigos. Durante los años en que se construía el Teatro-Museo, bajaba cada mañana a desayunar con un código secreto con el botones: si había público en el vestíbulo, aparecía teatral, bastón y capa en mano, si no, saludaba tranquilo y pedía café con leche. El Durán era su casa y su escenario.
En los años 50, el restaurante dio un paso más en su evolución gastronómica. Lluís Durán Camps introdujo influencias francesas en la carta y, en 1955, comenzó a realizar los primeros flambeados en sala, una técnica innovadora en la época que fascinaba a los clientes.
Las llamas, las sartenes al fuego y el gesto preciso del maître añadían un punto de espectáculo que encajaba a la perfección con la teatralidad del propio Dalí. El hotel ha crecido y modernizado sus instalaciones, pero conserva intacto el espíritu de aquel lugar donde el artista se sentía en casa.
Su bodega, el Celler Ca la Teta, fue escenario de cenas memorables con Gala, amigos y figuras de la época. Y es que por sus mesas pasaron políticos, escritores, aristócratas y pintores. Solo hay que echar un vistazo a todas esas fotografías en blanco y negro que decoran el comedor que recogen muchos de esos momentos para la posteridad.
La mesa de Dalí: símbolos, pan y vino
Pese a su fama de extravagante, Dalí tenía gustos gastronómicos sencillos. Le encantaba la cocina de su tierra, las brasas y el producto fresco. Pedía siempre pescados de la Costa Brava, cordero o caracoles, y sentía devoción por el pan. No cualquier pan, sino el pan de tres picos, conocido en la zona como pa de tres crostons, una variedad típica del Empordà.
Ese pan aparece una y otra vez en su obra. Lo utilizó en cuadros, esculturas e incluso en la fachada de su museo, donde los pequeños panes dorados decoran los muros rojos. Para Dalí, era símbolo de vida y deseo, un homenaje a la sencillez convertida en arte.
Lo mismo ocurría con el huevo, otro de sus fetiches. En su imaginario representaba la fertilidad, el nacimiento, la perfección del universo. De ahí que los enormes huevos blancos coronen el Teatre-Museu o las torres de su casa en Portlligat.
Las anécdotas se multiplican. En 1967, el hotel fue escenario de uno de los episodios más surrealistas de su historia: la Cena Delhi-Dalí, organizada por la compañía aérea Air India y presidida por el propio artista.
La velada, servida en el restaurante, fue precedida por un regalo inesperado: un elefante llegado desde la India, que desfiló por las calles de Figueres entre la sorpresa de los vecinos.
Un par de años más tarde, en 1969, Dalí volvió a rendir homenaje al establecimiento con un dibujo: El Quijote de la Oca con Peras, inspirado en uno de los platos de la casa. La obra, que hoy preside el bar del hotel, simboliza la unión perfecta entre el arte del genio y la cocina.
Cocina de territorio y memoria viva
Cuando en 1974 se inauguró el Teatre-Museu Dalí, el banquete oficial fue servido por el Hotel Durán en la plaza del Ayuntamiento. El círculo entre arte y gastronomía se cerraba: el mismo lugar que había alimentado al pintor durante años daba de comer a los invitados de su gran obra.
El restaurante mantiene viva esa herencia. En carta destacan los caracoles de la casa, el arroz con langosta de Cap de Creus o los medallones de rape con gambas y almejas al estilo de Cadaqués. Platos sabrosos y trabajados con producto del Empordà.
En temporada, aparecen los salteados de setas del Empordà, la perdiz roja asada, el cordero de Sant Climent o los tordos albardados con tocino y huevo frito de codorniz, platos de caza que mantienen viva la tradición rural de la comarca.
También siguen en carta clásicos como el steak tartar preparado en sala, el entrecote flambeado a la pimienta negra o los canelones de la abuela, herederos de aquella cocina francesa de los años 50 que marcó el estilo de la casa.
Y si la cocina cuenta la historia del lugar, la bodega del Celler Ca la Teta guarda su alma. Aún se conservan los viejos barriles de vino de los que antaño se servía directamente el vino en la mesa donde Dalí se sentaba.
El artista mantenía una relación apasionada y surrealista con el vino, al que consideraba “un medio para degustar secretos”. En su libro Les Vins de Gala, clasificó los vinos según sensaciones como gozo, voluptuosidad o lo imposible. De esta manera fusionaba arte, hedonismo y placer terrenal.
La conexión con el universo daliniano sigue viva hoy. Cada verano, el restaurante participa en los Tastets Surrealistes, una cita gastronómica en la que los cocineros reinterpretan los símbolos del artista en platos inspirados en su estética.
Figueres puede presumir de tener uno de los museos más visitados de España, pero su corazón late, todavía, en torno a una mesa. Una mesa donde Salvador Dalí volvía a ser simplemente Salvador, un hombre del Empordà que amaba el pan, el fuego, el vino y las largas sobremesas.