Me encanta el pesto (que viene de la palabra del dialecto genovés del italiano o ligur “pestare” que significa machacar en un mortero) en cualquiera de sus variedades: el clásico genovés, el picante rojo, o el fresco siciliano, y no sólo para la pasta, va de maravilla para hortalizas y pescados. Lo malo es que, personalmente, me sienta bastante mal por la intensa combinación de sabores que aportan la albahaca y el ajo, hace que me repita todo el día y que acabe harta. Pero cuando encontré esta variante, tuve que probarla al momento.

El pesto de espinacas es una de esas salsas que haces en 10 minutos, ligera y polivalente. Creo que es de las pocas maneras en que me como las espinacas, pues cocinadas no me hacen mucha gracia, pero sin embargo crudas me encantan. Son mucho más suaves que la albahaca, y de una textura similar, y el toque crujiente lo ponen las almendras y las nueces. Además, tiene un ligero sabor ácido gracias al limón que hace que sirva tanto para tomarla fría en ensaladas o platos de pasta fríos, como caliente con una rodaja de emperador al horno o unos spaghetti recién hechos.

 Preparación

  1. Si las espinacas son congeladas, tan sólo debemos dejarlas descongelar antes de utilizarlas. Si has optado por utilizar espinacas frescas, lo primero será lavarlas y escurrirlas. Como abultan bastante debemos triturarlas con un robot de cocina ligeramente para que sean más manejables. 
  2. Una vez trituradas, en el recipiente apto para batidora o robot de cocina (donde hayamos triturado las espinacas), añadimos las nueces, las almendras, el queso y el zumo de limón. Si tenéis problemas para exprimir el medio limón, lo que yo suelo hacer es pinchar un tenedor en la pulpa y, mientras aprieto el limón con una mano, con la otra muevo el tenedor pinchado haciendo movimientos circulares, de modo que el jugo sale en un pispás. Si el limón tiene muchos pipos, podemos exprimirlo aparte a través de un colador.
  3. Trituramos todo junto durante un par de minutos de forma que quede una masa homogénea y suave.
  4. En un mortero, machacamos el diente de ajo. Mientras lo machacamos en el mortero, podemos añadir un chorrito de aceite para que se vaya mezclando con el ajo y después verterlo más fácilmente sobre la mezcla anterior. El truco para que no salga volando cuando intentemos machacarlo la primera vez es, sobre la encimera de la cocina, colocar el ajo poniendo encima el lateral de un cuchillo grande (la parte plana) y dar un golpe seco sobre el cuchillo, que hará que el ajo se aplaste y se quiebre. Mientras lo machacamos en el mortero, podemos añadir un chorrito de aceite para que se vaya mezclando con el ajo y después verterlo más fácilmente sobre la mezcla anterior.
  5. Incorporamos la pimienta y la sal al gusto, y finalmente añadimos aceite de oliva. Lo mezclamos todo bien, rectificamos la sal y la pimienta si fuese necesario y, si vemos que no está lo suficientemente cremoso, añadimos un poco más de aceite y volvemos a mezclar.

Resultado

Como se puede tomar tanto fría como caliente, es una salsa estupenda para llevar un plato de pasta en un tupper al trabajo, o para llevarla de picnic al campo. Si tenéis una comida con familia o amigos, podéis dejarla hecha con antelación sin problemas. Os aseguro que tiene un sabor sorprendente, suave y ligero, que no repite para nada y que gusta hasta a los niños.

Tiempo: 10 minutos

Dificultad: 1/5

Digestión: 1,5/5

Precio: 2 €

 

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