Cómo pasa el tiempo. Parece que fue ayer cuando hablábamos del mejor roscón de (ponga aquí su ciudad) y ya estamos otra vez aquí, hablando del mejor roscón de (ponga aquí su ciudad). De hecho, es posible que literalmente fuera ayer cuando hablábamos del mejor roscón de (ponga aquí su ciudad). Y antes de ayer y al otro y al otro. Porque mira que somos cansinicos los periodistas cuando nos da por algo.

Ya estamos en el gran día del roscón de Reyes, aunque algunos lo lleven comiendo desde octubre. Así que, te habrás dado cuenta de que no hay medio ni periodista ni foodie ni señora de su casa ni rey de red social alguna que no haya hecho ya su ranking particular.

Roscón de Reyes. Ilustración

Roscón de Reyes. Ilustración Pablo Velasco Bertolotto

Si me diese por probar todos los mejores roscones oficiales alabados por los paladares más selectos y firmas de cabecera de este país, moriría de sobredosis rosconil y tendría que mandar a hacerme de esta capa un sayo porque estos muslos no crecen solos.

También tendría que mandar ampliar la puerta de mi casa y ponerle un refuerzo a mi somier. Así que vamos a dejarlo en comprar el que más rabia nos dé o el que se ha estado comprando toda la vida en casa porque, aunque parezca que no, las tradiciones sirven más de lo que pensamos para hacernos la vida más fácil y hacer las cosas porque sí siempre facilita lo de darle un respiro a la neurona.

Afronto estos días (semanas, diría yo) con la misma sensación del que se sienta feliz a disfrutar de sus dos horas de ocio frente a la tele para ver una película y la oferta le va sumergiendo en una maraña de contenido, recomendaciones y desasosiego por elegir bien sin errar. Con esto de las recomendaciones del roscón, me siento con la misma angustia que me genera el catálogo de Netflix (o HBO o Filmin o Amazon Prime o Movistar+ o esa estantería de Blu-rays sin estrenar que llené un día creyéndome coleccionista). Qué estrés, virgensantísima.

Vine a Google para no pifiarla; para encontrar el mejor roscón de mi ciudad; para invertir bien mis euros; para sorprender a mi familia con esa joya hecha bollo y me encuentro trescientas recomendaciones distintas y cien artículos actualizados. Todos los mejores roscones los hacen en alguna pastelería cerca de mí y allá que voy. Y luego me encuentro que tan cerca y tan lejos (la pastelería está a solo unos metros de casa, pero la cola de gente me sitúa a kilómetros del mostrador para pedir mi roscón).

Mi número en la cola es el doscientos dos. Para cuando me toque el turno se habrán actualizado los rankings y ése ya no será el mejor roscón. Tendré que vivir con esa pena.