Migas de Alcázar de San Juan.
El pueblo de la Mancha, cuna de Miguel de Cervantes, donde el queso, las migas y las tortas son motivo de orgullo
Alcázar de San Juan es uno de los tres destinos de la nueva 'gastroruta' que ha diseñado la Red de Pueblos Gastronómicos de España.
Más información: 5 rutas para hacer enoturismo sin salir de tu comunidad autónoma
En el corazón de Castilla-La Mancha, entre horizontes infinitos y molinos que parecen aún pelear contra gigantes, se alza Alcázar de San Juan.
Este pueblo manchego no solo guarda un vínculo directo con Miguel de Cervantes —en su Iglesia de Santa María se conserva la partida de bautismo que algunos estudiosos le atribuyen—, sino que también preserva un legado gastronómico que resume siglos de historia popular, de cocina pastoril y de ingenio campesino.
Los jornaleros y los pastores, con ingredientes humildes, dieron forma a platos que hoy son símbolo de identidad. Cada receta tiene un pie en la tierra árida, otro en la necesidad de aprovechar lo poco, y todos en el alma colectiva de La Mancha.
Los molinos de Alcázar de San Juan.
Un embajador indiscutible de esta tierra es el queso manchego con D.O.P. Su sabor profundo, elaborado con leche de oveja manchega, ha trascendido fronteras hasta convertirse en icono mundial. Siempre acompañado de un vino local, porque La Mancha es también tierra de viñedos infinitos y bodegas centenarias.
Otro plato que late con fuerza son las migas, herencia directa de los pastores trashumantes. Con pan duro, aceite y ajo se forjaba un alimento sencillo pero nutritivo, al que hoy se le añaden uvas, panceta o chorizo, convirtiéndolo en un manjar que combina lo rústico con lo festivo.
Quien recorra las calles de Alcázar encontrará inevitables ecos de Don Quijote. No es casualidad que en los menús aparezcan platos mencionados por Cervantes, como los duelos y quebrantos, a base de huevos, chorizo y panceta.
Duelos y quebrantos.
Este recetario cervantino conecta al visitante con una cocina que se ha mantenido viva durante más de cuatro siglos, tan vigente como las aventuras del hidalgo más universal.
Las célebres tortas de Alcázar, nacidas en los conventos de las clarisas. Finas, delicadas y con ese punto de mística conventual, son un recordatorio de cómo la repostería monacal ha marcado la identidad dulce de muchas regiones de España.
Alcázar es uno los tres destinos que componen la nueva la gastroruta organizada por la Red de Pueblos Gastronómicos de España que elige cada parada para mostrar cómo la cocina es espejo de la identidad cultural.
Alhaurín el Grande, el alma agrícola de Málaga
En pleno Valle del Guadalhorce se esconde Alhaurín el Grande. A un paso de la Costa del Sol, este pueblo blanco mantiene intacta la esencia de un pasado marcado por huellas árabes, molinos históricos y una agricultura que aún late en sus calles.
Alhaurín el Grande.
Su gastronomía es un homenaje a la cocina humilde del campo. El icónico pan cateto, denso y horneado en leña, es la base de muchos platos de aprovechamiento que han pasado de generación en generación.
Las sopas cachorreñas, elaboradas con naranja agria y bacalao, o las migas con uvas y granada, son testimonio de una cocina nacida de la necesidad, pero elevada hoy a símbolo de autenticidad.
La repostería no se queda atrás: los bollos de aceite y las tortas de aceite son dulces que guardan el sabor de lo artesanal y que invitan a descubrir el ritmo tranquilo de un pueblo que mira al futuro sin olvidar sus raíces.
Baena y el aceite como religión
Baena cuenta con un protagonista absoluto: el aceite de oliva virgen extra con Denominación de Origen Baena, base de una cocina que mezcla sencillez y refinamiento.
Los platos más emblemáticos incluyen el salmorejo cordobés acompañado de berenjenas rebozadas, el contundente empedraíllo —una receta de legumbres y arroz— y curiosidades locales como las brochetas llamadas “ratones”.
Bacalao a lo Baenense.
En las mesas familiares, el mojete de papas es el rey, mientras que en la repostería se perciben claros ecos de la herencia árabe. Cada bocado en Baena es un tributo al olivo, a su paisaje interminable y a la cultura que gira en torno a él.
Una ruta, tres territorios distintos, pero hermanados por la misma filosofía. En Alhaurín, la agricultura y la tradición campesina; en Baena, el oro del olivo y su cultura milenaria; en Alcázar, la memoria cervantina y el sabor austero de La Mancha.