
José Luis Ábalos y Diana Morant.
El feminismo es la mentira fundacional del sanchismo
El PSOE es un partido profundamente machista y donde las mujeres sirven como argumento electoral, pero no como protagonistas emancipadas.
En política, como en la vida, hay errores, hay incoherencias... y luego está el cinismo. El caso de Pedro Sánchez y el falso feminismo con el que ha envuelto su mandato es una muestra de manual.
El presidente del “Gobierno más progresista de la historia” se presentó como campeón de los derechos de las mujeres, pero va a terminar su ciclo rodeado de escándalos protagonizados por varones que dinamitan la impostura de todo su relato igualitario.
Y lo más revelador no es sólo el comportamiento de esos hombres, los intercambios deleznables de amiguitas, sobrinas y “Carlotas que se enrollan que te cagas” con dinero público: es el silencio ensordecedor de muchas de las mujeres que se sientan a su lado.
Lo que queda al desnudo cuando este edificio de cartón piedra colapsa es la estructura de un partido devenido profundamente machista, donde las mujeres sirven como argumento electoral, pero no como protagonistas emancipadas.
Y con una cúpula femenina que calla, otorga o mira hacia otro lado.
No sorprende la existencia de esos hombres (aún no sabemos cuántos ni cuáles) que desprecian a las mujeres. Tampoco sorprende que Sánchez haya considerado útil y estratégico tolerarlos a su lado y darles galones.
Lo que resulta demoledor es que el presidente del Gobierno de España haya construido su pedestal político sobre una farsa.
Los audios de Ábalos, Cerdán y Koldo no son una anécdota. Son la expresión de una grosera cultura, blindada y compartida, de poder patriarcal demodé.
De un aparato dirigente que compra sexo, trafica con cuerpos, bromea con “queridas” y “amigas” a las que coloca en puestos públicos, y presume de fiestas como si fueran logros.
De una organización que, entre puros y risotadas, se lo carga todo a la cuenta de Juan Español, que para eso el dinero público no es de nadie, como diría la muy feminista socialista Carmen Calvo.

Carmen Calvo en el Senado. Europa Press
Por cierto, diputada, ¿dónde está esa firmeza doctrinal que exhibía en los platós cuando lo que estaba en juego era marcar territorio frente a Podemos? ¿Se conforma con publicar un tuit de trámite abolicionista? ¿Tanto activismo antitrans y ninguno antiputeros?
Acaso dirá usted que el feminismo tampoco es de nadie. Pero lo que es un hecho cierto es que el cinismo sí tiene dueño, y se llama Pedro Sánchez. Él ha vaciado de sentido el feminismo. Lo ha convertido en propaganda.
Es como su democracia interna: una coreografía.
Si la legitimidad de origen del secretario general del PSOE y presidente del Gobierno de España está en profundo entredicho por denuncias de manipulación de papeletas y censos amañados, no parece arriesgado afirmar que aquella victoria fraudulenta ya contenía el germen de una política basada en la teatralización, donde lo simbólico sustituye a lo ético y el relato a la realidad.
Hoy entendemos que su feminismo (hueco, performativo y profundamente cínico) está inscrito en esa mentira fundacional. Un feminismo de escaparate que sirve como coartada moral para tapar lo que ocurre de puertas adentro.
No se puede invocar la libertad y la igualdad cuando se empieza traicionándolas.
Resulta escandaloso por demás que, tras las revelaciones de los audios, las ministras del Gobierno no hayan alzado unánimemente su voz, de forma nítida y directa. Las que han hecho del feminismo una insignia, las que marcharon al frente de las manifestaciones del 8M, ¿dónde están?
¿Dónde está María Jesús Montero, que dice estar al frente de un gobierno feminista?
¿Dónde Pilar Alegría, que hace mohínes de sucesora, pero guarda silencio?
¿Dónde Margarita Robles, a la que no se le cae de la boca la dignidad institucional?
¿Y Ana Redondo, ministra de Igualdad, abochornada por los “indeseables” pero obediente al guión?
¿Y qué hay de Yolanda Díaz, siempre sonriente, siempre ambigua, ahora comprensiva y abnegada?
Y, por cierto, ¿qué fue de Ione Belarra e Irene Montero? Las que acusaban de machismo estructural a cualquier periodista o político incómodo, que apenas arrugaron la nariz, bien encajadas en sus respectivos escaños, ante el clamoroso desenmascaramiento de los desmanes machistas de sus camaradas Errejón y Monedero.

Irene Montero e Ione Belarra durante una Asamblea Ciudadana de Podemos. Efe
¿No tienen nada que decir ante la evidencia de cómo sus antiguos aliados y socios de mesa tratan a las mujeres?
Pero aún se puede ir más allá en la aberración. Contemplen la inacción de las socias o cómplices nacionalistas.
¿Qué dice Miriam Nogueras, portavoz de Junts, siempre tan beligerante cuando toca hablar de moral pública si afecta al Estado?
¿Dónde Aizpurua o Kortajarena, esas feministas de EH Bildu, que hablan de modelo de país, pero callan ante el machismo sistémico de sus socios?
¿De verdad les parece aceptable que se utilicen fondos públicos para pagar prostitución en el entorno de Ferraz?
¿O es que el puterío sólo importa cuando lo protagoniza un adversario político y no cuando lo ejercen quienes te aprueban los Presupuestos?
Huelga decir que también el PNV, tan curil, tan profesional y sobrio en apariencia, siempre dispuesto a mirar para otro lado cuando hay algo que sacar al PSOE a cambio de votos, sigue sin exigir explicaciones. Aitor Esteban está a lo suyo, echando cuentas.
Este feminismo de saldo no es sólo una impostura política, sino un fraude ético. Si quienes deben defenderlo se convierten en cómplices pasivos de un machismo enquistado que lo devora desde dentro, no sobrevivirá. Los socialistas no pueden reivindicar la igualdad con las palabras mientras perpetúan la desigualdad con los hechos.
De las feministas de partido que antes lideraban con orgullo los debates parlamentarios, apenas quedan vestigios de dignidad y coherencia, como Elena Valenciano. También se han pronunciado sin tapujos Andrea Fernández, Cristina Hernández, Ada Santana o Laura Berja.
Y estoy segura de que ha habido muchas más, pero el silencio atronador de sus compañeras no nos permite escucharlas.
Me cuesta creer que, siete años después de que Pedro Sánchez se proclamara líder de la izquierda más progresista de la historia no haya una sola mujer en el PSOE capaz de plantar cara al cinismo interno. Que nombre lo innombrable, que señale a los responsables sin temor al coste personal.
¿No hay una sola dirigente con voz, con libertad, con discurso propio y capacidad de romper con el culto al líder? El proyecto socialista necesita una líder que rompa esta farsa desde dentro.
Mientras eso no ocurra, el PSOE seguirá arrastrando un cadáver político sobremaquillado y disfrazado de progreso.