Hacemos documentales del beso de Rubiales a Jenni Hermoso, convocamos comisiones de urgencia por agresiones homófobas que nunca lo fueron y nos llevamos la Superopa de España a un país en el que las mujeres no pueden caminar solas por la calle y donde la homosexualidad se castiga.

"Estos son mis principios y si no le gusta tengo otros", decía ya Groucho Marx. Nada como unos buenos petrodólares de Arabia Saudí para obrar el milagro de la transformación.

Y, por si la indignidad de regalarle un clásico al año a un país que viola por sistema todos los derechos humanos de los que Occidente se considera abanderado no fuera suficiente, hay quien intenta justificar la decisión alegando buenas causas. Nos mean y decimos que llueve.

Una operaria muestra el trofeo antes de la final de la Supercopa de España de 2022.

Una operaria muestra el trofeo antes de la final de la Supercopa de España de 2022.

Todo es en pro de expandir el fútbol a todo el mundo, dicen algunos, como si el fútbol fuese un nuevo derecho fundamental. Uno debe tener garantizada la vivienda, el trabajo, la educación de los hijos y el fútbol, por favor. Pilares básicos de una vida respetable.

Habrá quién se lo crea, claro.

En Arabia Saudí pasan cositas, pero España tampoco es perfecta, ¿no? Es el argumento de otros. En concreto, el de Xavi Hernández el año pasado.

Bueno, las cositas que pasan en Arabia Saudí tienen que ver con que no se celebran elecciones, no existen partidos políticos y es uno de los países en los que más se aplica la pena de muerte. Pero supongo que la preferencia por un régimen autoritario por encima de una democracia garante de los derechos fundamentales es cuestión de gustos.  El corazón tiene razones que la razón ignora, advertía ya Blaise Pascal en el siglo XVII. Vive tu verdad, Xavi. 

Y luego está ya la justificación más propia de nuestro tiempo: la activista. Mi favorita.

Llevar el fútbol a Arabia Saudí es llevar aires de modernidad al país regido por la ley islámica, es abrir las ventanas para dejar que entre el fresco viento del progreso y es enseñarles cómo no meter a las mujeres en la cárcel permitiendo que entren en el campo de fútbol una vez al año.

En realidad, Arabia Saudí no está regando la Real Federación Española de Fútbol de pasta, sino que nosotros los estamos evangelizando en los valores occidentales. Tufillo a colonialismo de cartón.

No estamos ante once tíos persiguiendo un balón de fútbol, sino auténticos mesías de los derechos de la mujer, motores de cambio y cualquier otro rollo sacado del dialecto de los objetivos de desarrollo sostenible que se le pueda ocurrir al lector.

Cuando Rubiales firmó el contrato que llevaría la Supercopa a Arabia Saudí debimos haberle dado el Premio Nobel de la Paz y en vez de eso, le cancelamos. Lo siento, Rubiales, está escrito que nadie es profeta en su tierra.

Milongas aparte, la ventaja de que las indignidades que se cometen sean meramente económicas, es que se pueden combatir desde lo económico. Si el objetivo aquí es ganar pasta, deberíamos hacer todo lo posible para que no la ganen.

A los jugadores les correspondería no jugar, a los medios no retransmitir, a los aficionados no ver. Contra los discursitos rastreros, silencio. Son tres partidos, por Dios. Somos capaces.