Al final del segundo capítulo de la serie 'Zero Day' el veterano expresidente Mullen, interpretado por Robert de Niro, se queda perplejo al escuchar a un comunicador populista y demagogo, muy similar a algunos que se oyen por aquí: “Como decía Churchill ‘nunca desaproveches la oportunidad que proporciona una buena crisis’.

Lo que llama la atención a Mullen no es que el charlatán que le insulta a diario atribuya al gran líder británico una frase que, según la 'Winston Churchill Society', él nunca pronunció. ¿Cómo podría haberlo sabido?

Lo que llama la atención a Mullen es que de repente cree estar descubriendo una vertiente clave del tremendo acontecimiento que su sucesora en la Casa Blanca le ha encargado investigar: su utilización política.

Ese tremendo acontecimiento es un apagón en Estados Unidos mucho menos duradero, pero bastante más mortífero, que el que dislocó nuestras vidas el pasado lunes. A Mullen le queda por recorrer un largo camino de conspiraciones enlazadas antes de descubrir la verdad.

La serie tiene algunas derivadas inverosímiles o mal resueltas, pero es muy recomendable para entender los peligros que acechan a la democracia cuando alguien pretende afrontar sus tensiones mediante una mayor concentración del poder.

Pedro Sánchez señala desde lo alto de un edificio a Ignacio Sánchez Galán y a Alberto Núñez Feijóo.

Pedro Sánchez señala desde lo alto de un edificio a Ignacio Sánchez Galán y a Alberto Núñez Feijóo. Javier Muñoz

La forma en que de repente las luces se apagaron, los móviles enmudecieron, los trenes se pararon y todos los sistemas electrónicos dejaron de funcionar en ese 'Zero Day' de ficción es tan coincidente con lo que realmente nos pasó a nosotros que casi parece su escalofriante profecía. Porque la angustia de lo que cada uno vivió el lunes va ya por dentro.

La gran diferencia es que en la serie de Netflix el ciberataque no es una hipótesis manejada por el Gobierno, desde la redundante oscuridad de la ignorancia. El carácter deliberado de la agresión con un virus informático queda constatado por la amenaza que aparece en todos los móviles cuando se restablece el servicio: "Volverá a ocurrir".

El paralelismo que nos interesa entre realidad y ficción se centra en el cálculo político que domina las decisiones del Gobierno

¿Han sido los rusos? Tienen que haber sido los rusos, así es como actúa Putin... Es la primera opción que se maneja, igual que ocurrió aquí el lunes. Luego van llegando las sorpresas que no desvelaré. En parte para no fastidiar a los espectadores. Pero sobre todo para no dar el menor pábulo a teorías domésticas de la conspiración.

El paralelismo que nos interesa entre realidad y ficción se centra en el cálculo político que domina las decisiones del Gobierno. A la presidenta afroamericana que ocupa la Casa Blanca su reelección le importa mucho más, muchísimo más, que la verdad. Y tengo la sensación de que ese mismo es el orden de prioridades que la mayoría de los españoles atribuye a Sánchez.

Por eso es tan importante la cita falsamente endosada a Churchill.

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En realidad, ni siquiera existe o -al menos yo no lo he encontrado- un autor reconocido que literalmente dijera "nunca desaproveches la oportunidad que proporciona una buena crisis". Pero sí está detectado quien fue el que atrapó la idea y la convirtió en doctrina política.

Me refiero a Saul Alinsky, gurú de la izquierda norteamericana más extrema de la segunda mitad del siglo pasado, que en su ensayo 'Rules for Radicals' explica a los activistas locales que "en el campo de batalla una amenaza o una crisis es prácticamente el requisito previo a toda comunicación".

La tesis de Alinsky es que no tiene sentido dirigirse a la población "simplemente con los aspectos fácticos, racionales o éticos de un asunto". Y su explicación es bien sencilla: "Sólo escucharán cuando se consideren afectados o se sientan amenazados".

Si se tratara de Zapatero, yo diría que, a juzgar por la creciente radicalización de sus ideas -lo que no obsta para que siga expresándolas con encomiable cortesía-, debe haber cambiado de filósofo de cabecera. En vez del 'republicanismo cívico' de Philippe Petit ahora profesaría el 'comunitarismo revolucionario' de Saul Alinsky.

Pero como a Sánchez no se le conocen tales honduras doctrinales, todo sugiere que su querencia a transformar cada problema complejo en una ocasión de conflicto polarizador es un don natural que lo habilita excepcionalmente para el populismo político.

Y es que, si no fuera por los antecedentes en los que siempre ha sustituido cualquier autocrítica o depuración de responsabilidades por el señalamiento de los 'señores de los puros' y otros 'enemigos del pueblo', sus mensajes en pos de un relato propio sobre el apagón nos dejarían estupefactos.

Ya en el Día Cero, pocas horas después del colapso, Sánchez puso en el punto de mira a los "operadores privados del sistema". Un plural que sólo puede deberse a un doble propósito de engañar a la opinión.

El presidente sabe que la ley sólo reconoce la condición de "operador en régimen de monopolio" a Red Eléctrica, relegando a las empresas generadoras a la condición de meros "agentes" del sistema.

Red Eléctrica es una empresa gubernamental a la que Sánchez ni siquiera tiene que pedir permiso para llevar el Consejo de Ministros a su sede

Y el presidente sabe que, aunque la mayor parte del capital de Red Eléctrica esté en bolsa -para aliviar al erario de financiar sus inversiones- el 20% que retiene la SEPI la convierte de facto en un apéndice del Gobierno.

Antes que pública o privada, Red Eléctrica es una empresa gubernamental a la que Sánchez ni siquiera tiene que pedir permiso para llevar el Consejo de Ministros a su sede.

Sólo eso explica el nombramiento de Beatriz Corredor y la mayor parte de sus antecesores: políticos del partido, y a ser posible amigos del jefe, a los que se recompensa con un 'sueldazo'.

Pueden ser brillantes e inteligentes, como es el caso que nos ocupa, pero lo esencial no es su especialización sino la relación de confianza. Siento tener que decirlo, pero es lo mismo que pasaba con las Cajas de Ahorros.

Y ese 'sueldazo', esa relación de confianza incluye la condición de fusible político. Si Beatriz Corredor no dimite no es por aferrarse al puesto, sino porque todavía no le conviene a la Moncloa que lo haga.

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El Día Cero+1 Sánchez arremetió contra quienes vinculan el colapso del sistema con la disminución del peso de la energía nuclear en el 'mix' de Red Eléctrica. Y lo hizo encasillándolos en dos únicas motivaciones peligrosas y desdeñables.

Eran "mentirosos o demostraban su ignorancia". Sólo otorgaba el beneficio de la buena voluntad a quienes hablaran desde la irrelevancia del desconocimiento.

Era una doble descalificación escandalosa porque a esas alturas quienes hubieran querido enterarse ya sabían que existen energías síncronas o firmes que son las que mantienen la estabilidad de su tensión y frecuencia en torno a los 230 voltios y los 50 hercios respectivamente.

La estabilidad de esas energías síncronas es lo que facilita casar la demanda con la oferta sin que el sistema se caiga ni por exceso de energía ni por falta de ella. Por eso el mercado eléctrico funciona como los dos polos de un imán.

La nuclear es una energía síncrona pero también lo son la hidráulica y la procedente de los ciclos combinados que incluyen la combustión del gas licuado. La diferencia es que, así como la primera constituye una energía de respaldo invariable, la segunda depende de la pluviometría y la tercera de la compra de gas a Estados Unidos, Rusia o Argelia con precios fluctuantes según la coyuntura internacional. Cuanto más se recurra a los ciclos combinados, más subirá el precio de la luz.

En el otro extremo están las energías renovables que son asíncronas -sobre todo la fotovoltaica y en menor medida la eólica- e introducen inestabilidad en el sistema. Tanto por el hecho de que carecen de la inercia necesaria para regular la tensión y la frecuencia, como por su dependencia de la meteorología.

España tenía que ser el asombro energético del mundo

Buena parte de estos inconvenientes podrían haberse paliado si se hubieran emprendido las inversiones necesarias en tecnologías de almacenamiento o en el propio fortalecimiento de la red. Pero, según el antecesor de Corredor, Jordi Sevilla, el Gobierno de Sánchez, instalado en el "mesianismo renovable" de Teresa Ribera y su equipo, siempre “hizo oídos sordos” a los “problemas técnicos” de la transición energética como si fueran incómodas minucias.

Sólo había una consigna: incrementar el peso de las renovables en el 'mix' para bajar así los precios. España tenía que ser el asombro energético del mundo.

Parece que el 28-A se consiguió este último objetivo.

Las metáforas que ayudan a entender lo sucedido en nuestro lunes negro son tan variadas como elocuentes. Podemos recurrir a la del barman que se equivoca en la proporción de los ingredientes de su cóctel. También a la de las medallistas de natación sincronizada o los ciclistas de una contrarreloj por equipos que pierden el compás. Y desde luego a la del aviador que se mete en una zona de turbulencias a riesgo de que el aparato encuentre mayor presión atmosférica de la que puede soportar o a la del piloto de Fórmula 1 que aprieta al máximo el acelerador para lucirse en la recta de tribunas.

Red Eléctrica y sus padrinos gubernamentales alegan que en muchas otras ocasiones el peso de las renovables había sido superior a ese 70% del momento del apagón. Pero, claro, al margen de que tal praxis había generado recurrentes advertencias de los agentes del sistema, también el barman, las nadadoras, los ciclistas, el aviador y el piloto suelen decir lo mismo después de un fracaso o un desastre. Lo habían hecho otras veces y no había pasado nada.

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Antes o después terminaremos sabiendo si el cántaro se rompió porque alguien empujó a su portadora, porque las calles estaban mal iluminadas al haberse fundido las farolas o porque, habiendo llovido, el asfalto estaba muy resbaladizo en las inmediaciones de la fuente.

Pero en todos los supuestos desembocaríamos en la responsabilidad del servicio municipal por no garantizar la seguridad del transporte frente a esas eventualidades. Máxime si hubiera sido prevenido por escrito sobre tales contingencias.

Sánchez ya está en otra cosa. En el aprovechamiento político de la crisis para echar más leña al fuego de la polarización

Y es elemental que tanto quien está al frente de esa actividad como quien no la reguló convenientemente deben asumir su responsabilidad ejerciendo la dignidad de dimitir.

Sin embargo, como pudo comprobarse en el Día Cero+3, Sánchez ya está en otra cosa. En la de siempre. En el aprovechamiento político de la crisis para echar más leña al fuego de la polarización.

Por eso, cuando parecía cercano el acuerdo entre el ministro Cuerpo y Juan Bravo para que el PP apoyara el decreto sobre los aranceles, a cambio de algunas medidas fiscales que aliviaran la carga de las empresas; y cuando parecía que el acuerdo incluiría la prolongación de la vida útil de las nucleares, requerida por doquier, todo quedó reducido a un trágala a cambio de nada.

Lo hemos visto una y otra vez. Sánchez está dispuesto a lo que sea con tal de no pactar con el PP y poder seguir vinculándolo a la ultraderecha y a una imaginaria plutocracia asilvestrada.

Es obvio que Sánchez prefiere tener que depender de los cuatro diputados de Podemos a hacer concesión alguna a los populares. Y que, tras la derrota parlamentaria del impuesto por los "beneficios caídos del cielo" quiere volver a apalear a las eléctricas, pese a su compromiso -mundialmente probado- con la transición energética.

Eso es al menos lo que se desprende de su nueva Carta a la Militancia -esta vez con motivo del 1 de Mayo- en la que acusa al PP de "absoluta sumisión a intereses particulares de los de arriba".

Hay que reconocer que esto de "los de arriba" es todo un hallazgo, cuando se redacta y rubrica desde la imponente terraza del lujoso penthouse del rascacielos más alto jamás levantado en esta nación.

Un interminable rascacielos en cuyos cientos de plantas se acumulan, bajo los pies de Sánchez, ministros, diputados, altos cargos, fiscales, magistrados del Constitucional y del Supremo, generales, almirantes, presidentes de empresas públicas, presidentes de empresas reguladas -todas las energéticas entre ellas-, presidentes de empresas colonizadas, presidentes de empresas atemorizadas y millones de empleados públicos, subsidiados públicos, contratados eventuales, enchufados del partido y oficinistas de Tezanos picando piedra los sábados para aliviar las presiones sobre su amo en el Día Cero+5.

¿Qué hay más arriba de la cima de ese faro del fin del mundo desde el que nuestro Gran Gatsby otea con deleite la sincrónica continuidad de su porvenir? Sólo la ardiente oscuridad de un cielo sin estrellas, el apagón infinito en el que se escucha la voz de la ceguera. Es uno de los monólogos de Ignacio, personaje central de la obra con la que Antonio Buero Vallejo intentó abrirles los ojos a los españoles, un año antes de que yo naciera:

"Vosotros sois demasiado pacíficos, demasiado insinceros, demasiado fríos. Pero yo estoy ardiendo por dentro; ardiendo con un fuego terrible que no me deja vivir y que puede haceros arder a todos... Ardiendo en esto que los videntes llaman oscuridad y que es horroroso... porque no sabemos lo que es. Yo os voy a traer la guerra y no la paz".