Henry Kissinger en una imagen de archivo de 2013.

Henry Kissinger en una imagen de archivo de 2013. Reuters

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Henry Kissinger, el hombre que modificó el orden mundial y ‘limpió’ el patio trasero de EEUU

El ex secretario de Estado de EEUU ha muerto a los 100 años en su casa de Connecticut.

30 noviembre, 2023 03:08

Henry Alfred Kissinger, ganador del Nobel de la Paz y ex secretario de Estado de Estados Unidos, nacido el 27 de mayo de 1923 en Fürth (Alemania), ha muerto en su casa de Connecticut a los 100 años. Deja mujer, Nancy Maginnes, con la que se casó en 1974 en segundas nupcias, y dos hijos de su primer matrimonio.

Gran parte de la política exterior estadounidense de la segunda mitad del siglo XX se debe a Henry Kissinger. Jugó un papel decisivo en la Guerra Fría. Se le considera el artífice de la détente -política de distensión- con el bloque soviético y de la apertura de la China de Mao al mundo. Libró la batalla contra el comunismo en todo el mundo, sobrepasando los límites de la diplomacia. Especialmente involucrado en el destino de Latinoamérica, el llamado “patio trasero”, fue acusado de crímenes de Guerra. Lideró las conversaciones de paz tras la guerra de Vietnam y recibió como premio un muy discutido Nobel de la paz.

Kissinger llegó a acumular tanto poder que lo fue todo salvo presidente. Nunca lo intentó porque la Constitución excluye a cualquiera nacido fuera del país. Vino al mundo en 1923 en el seno de una familia judía de Baviera (Alemania), donde se crió. De esa época, mantuvo siempre su pasión por el fútbol europeo -seguidor de la Premier League hasta el final-. y su inconfundible y grueso acento alemán, pronunciado con una voz característica que fue calificada de ‘terrosa’. Con tan sólo 15 años abandonó el país, junto con su familia, huyendo de los nazis.

De su primera juventud en Estados Unidos poco se sabe, más allá de que fue un buen estudiante y de que, un poco enclenque, se llevó palizas de todas las pandillas de su barrio. Empezó trabajando en una fábrica de brochas de afeitar, empleo que simultanea con las clases. Durante la Guerra Mundial, fue reclutado y ayudó al Ejército a localizar agentes de la Gestapo. Pasado el conflicto, consiguió una beca para estudiar en Harvard, donde se doctoró. Su tesis lleva el sugerente título de ‘Peace, Legitimacy and the Equilibrium’. En ella analiza el pensamiento de varios politólogos, entre ellos el diplomático y estadista del XIX Klemens von Metternich, de quien se declaró admirador.

Con una sólida reputación de seductor, estuvo casado dos veces. Su primer matrimonio le dio dos hijos y acabó de forma tormentosa después de quince años. El segundo, diez años más tarde, ya le duraría toda la vida. Aunque, eso sí, salpicado de numerosas infidelidades. Su nombre en negritas fue un clásico de las columnas de cotilleos, relacionándolo con todo tipo de mujeres. “El poder –explicaba el político- es el último afrodisíaco… Hay mujeres a las que atraigo sólo por poder. Pero ¿qué pasa cuando el poder se ha ido? Las mujeres no van a sentarse conmigo a jugar al ajedrez”.

Nixon y Kissinger, en la Casa Blanca

Nixon y Kissinger, en la Casa Blanca The Central Intelligence Agency

El poder le duró mucho tiempo a Kissinger. En los 60, bajo las presidencias de John Kennedy y Lyndon B. Johnson, trabajó para el National Security Council (NSC) y para el Departamento de Estado. Cuando Richard Nixon le conoció, se quedó impresionado por sus conocimientos. En cambio Kissinger, no se entusiasmó gran cosa con el político californiano. Dijo que Nixon “no encajaba” con la imagen de un presidente.  Nada más ocupar la Casa Blanca en 1969, lo nombró su asesor de seguridad con la misión de poner fin a la sangrienta Guerra de Vietnam, enquistada y ya imposible de ganar.

Ese mismo año, comenzaron las conversaciones de paz en París, que se prolongarán hasta el acuerdo definitivo en 1973. Esas negociaciones le valieron el premio Nobel de la Paz, junto con el representante vietnamita Le Duc Tho, quien rechazó el galardón porque consideraba que el tratado cerraba en falso el conflicto y el tiempo le daría la razón. Lo que Kissinger consiguió fue un apaño para que Estados Unidos se librara cuanto antes de aquel avispero que sólo le reportaba disgustos, fuera y dentro de casa.

La política del Ping-Pong

A él se debe también la llamada diplomacia del ping-pong. Allanó el camino para la histórica visita de Nixon a Mao Zedong en 1972. Las tremendas consecuencias de este encuentro que sacó a China del aislamiento secular, las podemos ver hoy a nuestro alrededor en la vida cotidiana y en el tablero geopolítico mundial.

Otro de sus legados, la diplomacia itinerante (‘shuttle diplomacy’) le sirvió para arrancar un acuerdo de paz entre Egipto e Israel, tras la guerra del Yom Kippur en 1973. Después de casi 20.000 muertos, nadie confiaba que se lograría firmar la paz. Tanto con Nixon, como más tarde con Ronald Reagan, recurrió a la ‘real politik’, ideada por Bismarck en el XIX, para detener la desenfrenada carrera armamentística de los dos bloques y dar paso a los primeros tratados de no proliferación de armas nucleares.

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El nombre de Kissinger se ha relacionado con frecuencia con el asesinato de Carrero Blanco por ETA en 1973. Aunque no hay ninguna evidencia, se ha llegado a sugerir que el secretario de Estado norteamericano estaba detrás de aquel atentado, para teledirigir la inminente transición española. Lo único fehaciente es que el magnicidio estaba previsto para el 18 de diciembre, pero la presencia del secretario de Estado en la embajada de Serrano obligó a retrasarlo al día 20. En cualquier caso, el hecho de que la legación estadounidense no detectara la construcción de un túnel y el transporte de gran cantidad de explosivos en la calle Claudio Coello, a unos pocos metros de su sede, provoca cuando menos extrañeza.

Amparándose en su carácter de tecnócrata desconocedor de las quitas políticas, logró que el escándalo Watergate apenas le salpicara. De forma muy dramatizada,  reconstruye en sus memorias la noche antes de dimitir el presidente. Al parecer, Nixon le dijo: “Henry, tú no eres un judío muy ortodoxo y yo tampoco soy un cuáquero muy fiel, pero necesitamos rezar”.  

El expresidente de Estados Unidos Richard Nixon (izquierda) junto a su secretario de Estado, Henry Kissinger (derecha).

El expresidente de Estados Unidos Richard Nixon (izquierda) junto a su secretario de Estado, Henry Kissinger (derecha). Reuters

Con Gerald Ford, mantuvo su política en la secretaría de Estado. Años después, volvería a la primera línea con Ronald Reagan, entre el 85 y el 90, como asesor del presidente en Inteligencia Exterior.

En su libro Juicio a Henry Kissinger (Anagrama, 2002), el escritor y periodista angloestadounidense Christopher Hitchens acusa al político de ser un criminal de guerra por su connivencia con regímenes brutales, entre los que citaba el del general Zia Ul Haq en Pakistán, la Grecia de la dictadura de los coroneles o la Indonesia del populista Sukarno. Todos ellos, aliados de los Estados Unidos, causaron una sangrienta represión en sus países.

Kissinger y Gerald Ford, en unas conversaciones sobre limitación de armas en noviembre de 1974

Kissinger y Gerald Ford, en unas conversaciones sobre limitación de armas en noviembre de 1974

Hitchens aseguró que había reunido suficientes pruebas para sustentar sus acusaciones de “crímenes de guerra, de crímenes contra la humanidad y por transgredir la legislación internacional, incluyendo conspiración para el asesinato, secuestro y tortura”. 

Entre la exhaustiva lista de acusaciones, Hitchens también incluía documentación sobre otras intervenciones irregulares de Estados Unidos, siendo Kissinger responsable de la política exterior: la ayuda a los militares chilenos en 1973 para alentar el golpe de Estado y asesinar a Allende; la responsabilidad directa de Nixon y el propio Kissinger en la invasión de la neutral Camboya en 1970, que dejó el terreno abonado para el terror de Pol Pot; los bombardeos indiscriminados contra civiles en la guerra de Vietnam; la connivencia con Indonesia en la brutal represión llevada a cabo en Timor del Este;  el abandono a los kurdos a sus suerte en manos del sanguinario Sadam y un largo etcétera.

“Huele que apesta”

Hitchens terminó por obsesionarse con el político, fue acusado de perder la objetividad y de ir más lejos del interés periodístico: "La única impunidad de que Henry Kissinger disfruta es su rango; huele que apesta. En nombre de las innumerables víctimas, conocidas y desconocidas, es hora de que la justicia intervenga."

El caso más documentado de la intervención del entonces Secretario de Estado es sin duda el citado golpe de estado contra Salvador Allende. En una declaración al respecto, años después, Kissinger no reconocía su participación, pero tampoco la negaba: “No veo por qué debemos permanecer quietos contemplando cómo un país avanza hacia el comunismo debido a la irresponsabilidad de su gente".

En el año 2002, el entonces juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón solicitó a las autoridades del Reino Unido autorización para interrogar al antiguo secretario de Estado, que tenía previsto viajar a Londres. El magistrado le relacionaba con la llamada ‘Operación Cóndor’, bajo la cual se llevaron a cabo un enorme número de secuestros, torturas, asesinatos y desapariciones en Chile y Argentina en los años 70. El permiso no le fue concedido, pero el caso tuvo una enorme repercusión internacional.

Kissinger nunca dejó del todo la política activa, aunque ya no ocupara ningún cargo oficial. Se convirtió en uno de los conferenciantes mejor pagados del mundo, que conseguía que su caché fuera aumentando cuanto más se hablaba de él. Así, encabezó una investigación independiente sobre el 11 de septiembre de 2001 o, más recientemente, ha asesorado al presidente Obama y a Hillary Clinton en su acercamiento a Putin a raíz de la guerra de Siria. “Será muy difícil –dijo-, pero si se alcanza un acuerdo entre los dos países, sería extremadamente beneficioso para todos. Rusia conseguiría prestigio internacional. Obama se reivindicaría en su política exterior. Y Assad sería eliminado. Ese sería el mejor resultado posible.”

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Tenía fama de deslenguado. De utilizar un lenguaje demasiado crudo para un diplomático. Así, se refirió despectivamente a la crisis de Bangladesh tras su independencia como “un caso perdido”. O a la guerra entre Irán e Irak, asegurando que era “una pena que no pudieran perder los dos”. Sobre los Estados Unidos sostenía que “no podemos ser la policía del mundo, pero si podemos ser el último recurso para el mundo”.  Su realismo y su cinismo le llevaba incluso a reconocer que  “el 90 por ciento de los políticos dan una mala imagen al otro 10 por ciento.”  Eso sí, mostraba sus dudas sobre en qué grupo se colocaría a él mismo. 

Siempre controvertido, sobre Kissinger se ha dicho mucho tanto a favor como en contra. El senador McCain, candidato republicano a la presidencia dijo de él en su 90 cumpleaños: “Su legado es haber administrado nuestra nación en los tiempos más difíciles. Es un hombre que tiene un lugar único en el mundo. No conozco otra persona más respetada en el mundo que Henry Kissinger”.

“Obsesionado con el comunismo"

Con el paso del tiempo, las críticas hacia su política fueron creciendo. El prestigioso analista Robert D. Kaplan lo definió como el mayor hombre de estado decimonónico del siglo XX”. El profesor de Columbia Todd Gitling le reprochó haber estado siempre quejándose de que venía el lobo con la Unión Soviética, “obsesionado con una concepción política en blanco y negro del mundo, y equivocándose al pensar que el comunismo lideró insurrecciones como la de Vietnam, que fueron esencialmente nacionalistas y anticolonialistas”.

Sus trece libros sobre diplomacia y la trilogía de sus memorias, especialmente el primer volumen (‘Los años de la Casa Blanca’, 1979) son una referencia obligada para los estudiosos de la política mundial, pero que nadie espere encontrar en ellos los secretos de Kissinger, obsesionado siempre por la opacidad.

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A finales de 2020, fueron desclasificados la mayoría de los documentos que Kissinger había depositado en la Biblioteca del Congreso en Washington tras abandonar la secretaría de Estado en 1977. Las sospechas quedaron confirmadas. No es que Kissinger hubiera inspirado golpes como los de Pinochet, sino que había involucrado directamente a su país en su ejecución.

La crisis del Covid-19 era demasiado golosa para un hombre como Kissinger y no quiso dejarla pasar sin lanzar un mensaje a los líderes políticos a través de un artículo en The Wall Street Journal: “La pandemia del coronavirus alterará para siempre el orden mundial… El desafío es manejar la crisis mientras se construye el futuro. El fracaso podría incendiar el mundo”. Y ya no estará él para apagar el fuego o para atizarlo.