Mao Tse Tung con Richard Nixon (arriba) y Vladimir Putin con Xi Jinping (debajo).

Mao Tse Tung con Richard Nixon (arriba) y Vladimir Putin con Xi Jinping (debajo).

Mundo EL ALETEO DE UNA MARIPOSA

Las lecciones de Kissinger: Putin en China medio siglo después del histórico viaje de Nixon

Se cumple medio siglo del acuerdo de un presidente americano con el déspota de Pekín para la entrada de China en el orden mundial.

14 febrero, 2022 03:21

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Dos fotos separadas por medio siglo. La primera, en blanco y negro, muestra al presidente de EEUU, Richard Nixon, y al líder de la República Popular China, Mao Tse Tung, sentados en sillones claros, separados por una mesa cubierta con un mantelito sobre la que se apilan libros y legajos de documentos. En la segunda, los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y China, Xi Jinping, posan de pie sobre un fondo que colorean las banderas de ambos países.

Ambas imágenes fueron tomadas en Pekín. La más reciente el 4 de febrero último, con motivo de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Inverno, primeros que se disputan sobre nieve artificial. El anfitrión viste a la occidental, traje oscuro sobre camisa blanca y corbata malva como la de su invitado.

La foto antigua data del 21 de febrero de 1972, el anfitrión viste con traje chino, y fue tomada “la semana que cambió la Historia”. El viaje de Nixon, un halcón anticomunista de la Guerra Fría, a la China de Mao, un déspota que acababa de enviar al campo a 16 millones de jóvenes para ser reeducados, fue no sólo un hito diplomático sino el hecho más trascendental entre el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945) y la caída del Muro de Berlín (1989).

Imagen de archivo de Vladimir Putin con Xi Jingpin en Pekín.

Imagen de archivo de Vladimir Putin con Xi Jingpin en Pekín. Reuters

Les llevo a febrero de 1972. En la España de Franco, la noticia del mes es la medalla de oro conquistada por Paquito Fernández Ochoa en Sapporo (Japón), primer metal español en unos Juegos de Invierno. Un mes después, el consejo de ministros fija el salario mínimo en 156 pesetas (menos de un euro).

El régimen de Pekín era un paria con sólo cuatro embajadas en todo el mundo, un país pobre al que Mao quiso imponer una industrialización acelerada, un fracaso estrepitoso con el nombre de Gran Salto Adelante. Los EEUU habían conocido la sacudida de los campus en el 68 y la guerra de Vietnam costaba vidas, dólares y el desgarro de la juventud.

Nixon, el presidente con mayor preparación en política exterior en mucho tiempo, había escrito en octubre de 1967, un año antes de llegar a la Casa Blanca: “Simplemente no podemos dejar a China para siempre fuera de la familia de naciones, alimentando sus fantasías, madurando sus odios y amenazando a sus vecinos”.

Richard Nixon y Mao Tse Tung

Richard Nixon y Mao Tse Tung

¿Pero, a quién se le ocurrió la idea de romper el bloque comunista? No fue a “ningún estratega estadounidense” sino a “los pensadores estratégicos del bloque soviético” sostiene el historiador Niall Ferguson en “La plaza y la torre” (Debate). Les resumo porque vale la pena.

El papel de Henry Kissinger

Henry Kissinger, un refugiado de la Alemania nazi que ha llegado a profesor en Harvard, participa desde 1961 en las Conferencias Pugwash, casi el único foro en el que coinciden científicos de ambos lados del Telón de Acero. Los del Bloque comunista necesitaban autorización del Comité Central del PC para asistir.

En el 66, durante una excursión en barco por el puerto de Gdansk (Polonia), el matemático soviético Stanislav Emelyanov sorprendió a Kissinger por la virulencia de sus opiniones contra China: “China ya no es comunista sino fascista; los Guardias Rojos recuerdan a las Juventudes Hitlerianas. A Estados Unidos y la URSS les unía el interés común de impedir la expansión china”.

El encuentro clave tuvo lugar en enero del 67, en Praga. El interlocutor de Kissinger es Antonín Snejdárek, ex director de la inteligencia checa en Alemania y, en la fecha, director del Instituto de Política y Economía Internacional. El apparátchik le había advertido que los soviéticos no iban a ayudar a los americanos a salir del embrollo del Vietnam porque aquella crisis les daría “pretexto para extremar el control en Europa del Este”. Moscú estaba “cada día más molesto con (…) el esfuerzo checo para reducir su dependencia de la URSS” anticipándole la intervención que pondría fin a la Primavera de Praga en el verano del 68.

Pero lo que de verdad sobresaltó a Kissinger fue una pregunta que a él no se le había ocurrido: “¿Se estaba fraguando un acuerdo entre EEUU y China?”. Snejdárek se vio obligado a explicar a su interlocutor que “los soviéticos se tomaban muy en serio la ofensiva contra ellos que incluía la Revolución Cultural, les costaba aceptar el fin de la unidad socialista y, no digamos, que se desafiara su posición de intérpretes principales del leninismo (…) Además habían apoyado al aparato del partido contra Mao”.

Kissinger no sólo vio el aleteo de la mariposa sino que la capturó al vuelo. En diciembre del 68, ante la sorpresa general, Nixon le nombró consejero de Seguridad Nacional. E iba a aplicar lo que había conocido gracias a sus contactos.

Kissinger no sólo vio el aleteo de la mariposa sino que la capturó al vuelo

Mao temía que la Revolución Cultural hubiera extenuado la proverbial resistencia del pueblo chino y que el aislamiento del país podía propiciar una intervención extranjera. “En 1969 la Unión Soviética parecía estar al borde de atacar a China, al extremo de que Mao mandó trasladar todos los ministerios a provincias y sólo el primer ministro, Chu En Lai, permanecía en Pekín” cuenta el propio Kissinger en “Orden Mundial” (Debate). Pekín había condenado la invasión soviética de Praga y ambos rivales habían tenido decenas de bajas en un incidente fronterizo.

Pekín y Washington no tenían relaciones diplomáticas desde que Mao proclamó la República Popular en 1949 y EEUU se puso del lado de Chiang Kai Shek, que se refugió en Taiwán. Así que ambos gobiernos intercambiaban mensajes a través de países amigos. Hubo 136 contactos sin resultado alguno.

La diplomacia del ping pong

El hermetismo chino llegaba al extremo de prohibir a sus deportistas hablar con los norteamericanos. Eso saltó por los aires el 4 de abril de 1971. Nagoya (Japón). Campeonato del mundo de tenis de mesa. Un jugador yanqui, Glenn Cowan, se sube al autobús de los chinos. “Pasaron 10 minutos y nadie se había atrevido a mirar a la cara al desconocido. Pensé que era sólo un deportista y no un político. Me levanté, llamé al intérprete y fui a saludar”, contó Zhuang Zedong, tres veces campeón del mundo.

El osado deportista, muy querido en su país, se había saltado las normas. Regaló al rival un pañuelo de seda con una vista de las montañas de su país. La imagen saltó a los periódicos y sus palabras, a la leyenda: “Aunque el gobierno de EEUU es hostil con China, los ciudadanos americanos son amigos de los chinos. Le doy esto en señal de amistad entre nuestros pueblos”.

Mao, al ver la foto, ordenó invitar al equipo yanqui aunque tuvo que ratificar sus palabras porque su enfermera Wu Xujun, asustada, no estaba segura de haber entendido bien. “Date prisa o perderemos esta oportunidad”. Eran las 11 de la noche del 4 de abril de 1971. Y había nacido la diplomacia del ping pong.

Chu en Lai hizo llegar a Washington poco después el ofrecimiento de una reunión con un alto funcionario de la Administración Nixon. El presidente descartó a su vice, Nelson Rockefeller, por “aficionado”. Y a su embajador ante la ONU, George Bush, por “débil y poco sofisticado”. Ordenó a Kissinger que fuera él, en el más absoluto secreto.

El 1 de julio de 1971, emprendió viaje. “Para disuadir a los periodistas, elegimos paradas agotadoras y aburridas: Guam, Saigón, Bangkok, Nueva Delhi y Rawalpindi” confesó Kissinger en sus memorias. Sólo el general Yahya Khan estaba en el secreto porque la colaboración del dictador de Pakistán era imprescindible.

La noche del 8 de julio, durante un banquete oficial, Kissinger dijo sentirse indispuesto. Su anfitrión le ofreció su residencia de verano, a 2400 metros de altitud. Pero allí fue enviado un doble, un agente del servicio secreto. Kissinger fue conducido por el chófer del presidente paquistaní al aeropuerto. Un avión civil de ese país esperaba en la pista. Dentro, había cuatro emisarios chinos por lo que los dos agentes del servicio secreto pensaron que era un secuestro. Al “viajero principal” de la ‘operación Marco Polo’ le acompañaban tres jóvenes ayudantes.

Sólo había 48 horas y Kissinger acordó reconocer a la República Popular como único gobierno legítimo de China

Con las prisas, nadie subió al avión la maleta de Kissinger con la muda. Y éste llegó a Pekín con una camisa prestada por uno de los acompañantes que le sacaba 15 centímetros. Para más inri, era ‘made in Taiwan’. El visitante, además de acordar la visita de Nixon quería hablar de Vietnam, Corea y otros temas. Su anfitrión, de Taiwán. “Para China es una herida abierta. Si no resolvemos el problema de inmediato, será inútil seguir”, apretó Chu en Lai. Sólo había 48 horas y Kissinger acordó reconocer a la República Popular como único gobierno legítimo de China.

Nixon habló por televisión el 15 de julio y anunció que había aceptado una invitación oficial de Pekín evitando así maniobras contrarias a su iniciativa. El viaje de Kissinger fue desvelado, sin detalles, poco después.

Ya estamos a 21 de febrero de 1972. Nixon ha aterrizado en Pekín. Chu en Lai dice en su discurso: “El sistema social de China y el de EEUU son fundamentalmente distintos y existen grandes diferencias entre los Gobiernos. Esto no debe impedir que establezcan relaciones normales de Estado a Estado sobre la base de cinco principios: respeto de la soberanía e integridad territorial, no agresión, no injerencia en los asuntos internos, relaciones sobre una base de igualdad y coexistencia pacífica”.

Nixon replicó: “No hay ningún motivo para ser enemigos. Ninguno de nosotros busca el territorio del otro ni trata de dominarle. Ninguno de nosotros busca aliarse para gobernar el mundo”. El 28 de febrero brindó “por la semana que cambió el mundo” y declaró que sólo hay una China.

China separó su camino de la Unión Soviética, entró en la ONU y ha vivido un desarrollo económico espectacular, sobre todo tras la muerte de Mao (1976) que puso en definitiva fin a la Revolución Cultural que provocó varios millones de muertos. Occidente no tuvo nada que decir sobre la represión de Tiananmen cuando los jóvenes chinos creyeron que el desarrollo económico iba de consuno con las libertades.

Nixon fue reelegido pero no logró terminar su mandato tras el escándalo del Watergate. En 1994 declaró en una entrevista: “Queríamos abrir China al mundo. Me pregunto si no hemos creado un Frankenstein”. Kissinger ha visitado China en más de 80 ocasiones.

Pues bien, ese ciclo histórico puede estar a punto de concluir. Ante nuestros ojos. Así lo ha percibido David Ignatius en ‘The Washington Post’: “Biden se enfrenta a una de las mayores crisis de la Historia moderna (…) los líderes de Rusia y China han hecho público en un comunicado que comienza una ‘nueva era’ que sustituirá el orden americano. Putin y Xi han declarado además que su cooperación no tendrá límites”.

Vladimir Putin y Xi Jingpin reunidos en Pekín.

Vladimir Putin y Xi Jingpin reunidos en Pekín. Reuters

En el manifiesto de Pekín se propone, destaca Ignatius, “un alternativa al liderazgo mundial de EEUU”. En esta “nueva era multipolar” y de “redistribución del poder” Pekín y Moscú coinciden en denunciar “los enfoques unilaterales” y “la interferencia en los asuntos internos” en claras alusiones a Washington.

Con todo, el apoyo entre ambos dictadores no es simétrico. Si Rusia se “opone a cualquier forma de independencia de Taiwán”, China sólo respalda la oposición de Putin a la ampliación de la OTAN sin “apoyar expresamente una invasión de Ucrania”, observa Ignatius.

He dejado para la conclusión la referencia a los cuatro escenarios que Kissinger considera que pueden ser catalizadores de una conflagración a gran escala. Les ahorro, el último referido a Oriente Próximo. Los otros tres son: 1) un deterioro de las relaciones sino americanas en el que ambos países cayesen en la llamada Trampa de Tucídides, según la cual desde la Antigüedad, toda potencia emergente acaba enfrentada a la potencia establecida. 2) Una ruptura de relaciones entre Rusia y Occidente y 3) un colapso del poder duro de Europa debido a la incapacidad de sus dirigentes a aceptar que la diplomacia sin una amenaza creíble de fuerza es papel mojado.