Wall Street en 1929.

Wall Street en 1929. Archivo Nacional de Estados Unidos.

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El 'Jueves Negro': la Gran Depresión, II Guerra Mundial y un cambio histórico para el mundo

24 octubre, 2021 07:00

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24 de octubre de 1929. Los felices años 20 acaban y de momento no hay muchas quejas. La década posterior a la firma del Tratado de Paz de París, que puso final en 1918 a la I Guerra Mundial, ha sido una década de esplendor, crecimiento económico y alegría desmedida, especialmente en Estados Unidos. Una fiesta constante, que diría Ernest Hemingway. Los años del jazz, que diría Francis Scott Fitzgerald.

Desde el fin de la crisis de 1921 y con contracciones puntuales en 1924 y 1927, la economía no ha dejado de crecer, impulsada por los avances tecnológicos y, sobre todo, por la fe en un futuro siempre brillante, lo que se suele derivar en una especulación descontrolada. En total, el PIB estadounidense sube un 42% en esos ocho años y el desempleo se mantiene siempre por debajo del 4%.

Con todo, hay cierta preocupación bursátil y por tanto empresarial: demasiado empeño por las 'margin options', por las compras a corto plazo y a crédito con la idea de vender a un precio más caro, porque siempre va a haber un precio más caro, ¿verdad? La mano invisible y su mentalidad ludópata.

Hombres desempleados en Chicago en 1931.

Hombres desempleados en Chicago en 1931.

Son los comienzos del mandato de Herbert Hoover, tras los prósperos seis años de Calvin Coolidge en la Casa Blanca, y el nuevo presidente se suma al optimismo, no tiene por qué no hacerlo. Acaba de llegar y todos los parámetros son buenos. ¿O no? El 25 de marzo de 1929, hay un primer amago de 'crack' bursátil: el Dow Jones pierde el 10% y el pánico empieza a cundir entre los inversores. Los grandes bancos prometen nuevos préstamos para solucionar los préstamos anteriores y evitan así la crisis.

No solo la evitan, sino que la burbuja sigue creciendo sin visos de explotar en ningún momento: el 3 de septiembre de 1929, el Dow Jones llega a un máximo que no se volvería a alcanzar hasta 1954. Sin embargo, hay otros factores que deberían preocupar: demasiados bancos pequeños que van a la quiebra, un bajón considerable en la producción de automóviles, en la construcción de nuevas casas… En términos financieros globales, el primer gran aviso de que algo va realmente mal probablemente sea el 'crack' de la Bolsa de Londres el 20 de septiembre de 1929, con acusaciones de fraude a los inversores mayoritarios.

Comparativa del crack de 1929 y el de 2020.

Comparativa del crack de 1929 y el de 2020. Eduardo Bolinches

Nadie escucha, por supuesto. El 16 de octubre, el prestigioso economista Irving Fisher escribe en el New York Times, que “Wall Street parece haberse instalado en un permanente récord del que ya no bajará”. Tal vez por comentarios como ese, las prácticas no cambian y los avisos pasan desapercibidos. 24 de octubre de 1929, insisto. Suena la campana de inicio de operaciones. A la hora, el mercado ha perdido el 11% de su valor y el pánico se apodera de nuevo del parqué. Esta vez, sin remedio.

Los tres días que marcarían una década

Lo que no quiere decir que no se intenten establecer diques. Los grandes bancos vuelven a acudir al rescate, como en marzo. Préstamos para los que pidieron préstamos con el aval de unas acciones que no dejan de perder valor. Wall Street respira, las pérdidas se suavizan. Nadie, desde luego, se tira por ninguna ventana, por mucho que insista el mito.

Corros de Wall Street en 1929.

Corros de Wall Street en 1929. Gobierno de EEUU

El 'Jueves Negro' no es más que un jueves malo, malísimo, pero sin trascendencia histórica. Nadie lo ve cómo el inicio de la peor depresión económica que vivirá occidente en todo el siglo. Nadie lo ve cómo el tiroteo que mata a Francisco Fernando en Sarajevo. Llegará el viernes y todo volverá donde estaba.

Solo que el viernes, lo que llega es una bajada dramática en el resto de Bolsas de Europa. El mercado se pone de uñas, pero la esperanza esta vez está en el fin de semana, en la pausa del fin de semana que ayudará a que todos puedan calmarse y encontrar una salida a esta cuesta abajo sin frenos. Y, así, llega el lunes negro y Wall Street pierde otro 12% sobre lo que quedaba del viernes anterior. Hay inversores que pierden todos sus ahorros y los hay que pierden todos los ahorros ajenos.

Al día siguiente, martes 29 de octubre, la hecatombe culmina con una nueva bajada de más del 10%. En menos de una semana, el valor medio de las acciones ha caído en torno al 30%... pero el 'valor medio' no sirve para nada cuando estás en uno de los extremos.

Muchos bancos se ven obligados a cerrar. El crédito deja de fluir. Todo el mundo reclama préstamos que no pueden cobrar porque no hay efectivo. Todos los sectores se ven afectados. Llega el caos a la economía estadounidense, un caos que durará casi diez años, toda la década de los años treinta. Un caos ante el que Hoover no puede hacer mucho más que inyectar dinero de la reserva federal y acoger a desposeídos en los conocidos como 'hoovervilles', poco más que campamentos de refugiados para pobres que lo han perdido todo. Es La Gran Depresión, con mayúsculas. Algo que no se volverá a ver, afortunadamente, en el siglo posterior.

Guerra Mundial

Lo que hace relevante a la semana negra de Wall Street no son tanto sus pérdidas se verán mayores en 1987, en 2008, e incluso en 2015, sino el efecto de esas pérdidas sobre una economía que no estaba preparada. La crisis del 29 da lugar a una crisis mundial que cambia el planeta en lo social y en lo político. En Estados Unidos, la deflación fue inmediata, llegando al 10,4% en 1932. La producción industrial cayó en un 47% y el PIB, en un 26,7%. De 1929 a 1933, uno de cada cinco bancos desaparecería, dejando millones de dólares de deudas.

Con todo, lo más grave, probablemente, fue el desempleo: veinte millones de estadounidenses perdieron sus trabajos. Del 4% constante de los años 20 se pasa al 24,9% en 1933, año en el que llega Franklin D. Roosevelt al poder e instaura el “New Deal”, una serie de intervenciones gubernamentales, basadas principalmente en grandes obras públicas, que permitían añadir valor a la economía estadounidense y a la vez repartir ese valor entre los trabajadores contratados por el gobierno. La afiliación a sindicatos se dobló durante esa década, la del nuevo esplendor de la Mafia de Chicago y el Ku-Klux-Klan en la América profunda.

Peor aún fueron las repercusiones de esta Depresión en Europa: Inglaterra, Alemania, Francia… todos los países que habían acabado la I Guerra Mundial en un estado precario veían ahora cómo sus economías volvían a hundirse en un contexto de hiperinflación y desempleo. Al igual que sucediera en 1919, el comunismo y el fascismo tomaron las calles… y los parlamentos. Las políticas autárquicas de Mussolini en Italia suavizaron el golpe y, así, su movimiento ganó predicamento internacional. En 1932, Adolf Hitler ganó las elecciones en Alemania y acabó en la práctica con la República de Weimar, la gran garante de la paz en Europa durante trece años.

El 'New Deal' del gobierno nazi consistió en invertir en armamento y defensa. En 1936, probó su ejército en la Guerra Civil española, en 1938 se anexionó Austria y poco después los Sudetes checos. Cuando el 1 de septiembre de 1939, casi diez años exactos después del crac de Wall Street y veintiún años después de la rendición alemana a las tropas aliadas en la I Guerra Mundial. Europa está en ruinas y nadie opone resistencia. Ni siquiera, en un principio, la Unión Soviética, devastada por las hambrunas y los procesos políticos de los años treinta, la década del totalitarismo que se inició un jueves negro de octubre de 1929.

Soldados durante la Primera Guerra Mundial

Soldados durante la Primera Guerra Mundial

¿Por qué no pasó lo mismo en 2008?

Si algo bueno tuvo la crisis de 1929 fue la conciencia de que el mercado era un constructo humano, demasiado humano. Tras la II Guerra Mundial, Occidente volvió a vivir un período de euforia similar al de los años veinte, que duró por lo menos hasta la crisis del petróleo de 1973 y su influencia sobre la economía particular.

Desde entonces, hemos vivido altos y bajos: el lunes 19 de octubre de 1987, el Dow Jones perdió un 22,6% de su valor. En un día, se perdió más que en los tres primeros del crac del 29 juntos. No hubo apenas recesión posterior como tampoco la hubo tras el desplome del 18 de agosto de 2015. Afortunadamente, se ha sabido separar la crisis bursátil de la crisis financiera y, sobre todo, social.

Sí ha habido momentos peores, por supuesto: la crisis europea de principios de los noventa, que puso a medio continente (incluida España) contra las cuerdas, la explosión de la burbuja dotcom en 2000, o, sobre todo, el colapso financiero de 2008, con la caída de Lehman Brothers y la consiguiente recesión mundial. Una recesión de la que aún estábamos saliendo cuando nos llegó la pandemia, cuyos efectos económicos aún están por determinar, pero parece que no serán tan graves como en su momento temimos.

La crisis de 2008, de un origen tremendamente similar a la de 1929, fue más intensa pero no tan devastadora en el medio plazo. Los gobiernos actuaron a tiempo y salvaron a los bancos, aun a expensas de su propia bonanza económica. A la larga, esa decisión parece haber sido acertada. Haber dejado caer el sistema financiero occidental no habría salvado ni un desahucio, ni una pérdida de trabajo, ni una desgracia familiar. No hubo un exceso de inflación en Europa ni de deflación en Estados Unidos, como sí lo hubo en los años treinta. El desempleo afectó a todos los países, pero las medidas implantadas en los años treinta de protección y auxilio a desempleados evitó una pobreza aún mayor.

El tejido económico y social de 2008 no era el de 1929. Probablemente, la misma situación, ochenta años antes, habría provocado efectos muy similares, pero el mundo llevaba tiempo preparándose para algo así, construyendo estructuras y superestructuras cada vez más potentes que pudieran resistir los impactos que no pueden resistir los pequeños bancos, las pequeñas empresas, los trabajadores de a pie… Las causas de las recesiones siguen siendo las mismas: especulación y avaricia. Las soluciones varían. Hay más recursos, aunque no son infinitos. El asunto es saber utilizarlos a tiempo.