“Nunca he dejado de decir mi verdad, en la que hay un margen de error, a veces grande, y que puede ir evolucionando, incluso de manera drástica –escribe Mario Vargas Llosa en su artículo habitual–. Cuando he publicado compilaciones de artículos, como Contra viento y marea, donde se puede seguir mi trayectoria del socialismo al liberalismo en textos de hace muchos años, he querido que mis lectores asistan a través de esos artículos contradictorios y discrepantes entre sí a mi propio aprendizaje moral y político”.

Mario Vargas Llosa, desde su dilatada experiencia profesional, señala a los jóvenes que empiezan el camino a seguir para mantener la autenticidad y la credibilidad. Ni la línea editorial de la empresa que edita el periódico ni las cuestiones personales pueden velar la verdad para evitar dar armas al competidor contradiciendo las convicciones propias. Defender la verdad, se coincida o se discrepe con la que el periódico editorialmente expone, es la clave de la auténtica libertad de expresión.

Desde sus tiempos de agenciero en Francia, con la colaboración en la agencia Efe después, en el ABC verdadero más tarde y hasta ahora en El País, Mario Vargas Llosa, una vez ha encontrado la verdad, su verdad, la defiende incluso contra la posición del periódico. “He tenido mucha suerte —escribe—. Las expresiones que me han acompañado han sido siempre mías, coincidieran o discreparan de la línea política del periódico, lo que quiere decir que, cuando me he equivocado, lo he hecho sin ser previamente corregido”.

Mario Vargas Llosa, una vez ha encontrado la verdad, su verdad, la defiende incluso contra la posición del periódico

Cita Vargas Llosa a Isaiah Berlin y sus Verdades contradictorias. Porque la verdad, por un lado cóncava, puede ser por el otro, convexa. Nadie es propietario de la verdad absoluta, tal vez porque no existe. Así lo expone en Seis escritos sobre la libertad humana el filósofo Isaiah Berlin, británico de nacionalidad, letón de origen, tal vez el máximo prestigio liberal del siglo XX.

En esta hora crítica en la que se descompone la Transición española, el gran, el admirable Félix de Azúa, también Fernando Savater, se han escapado del periódico al que han dedicado largo tiempo de colaboración. “El mérito de las columnas que duran tantos años —afirma el autor de La fiesta del chivo— consiste en transparentar el debate que un columnista tiene consigo mismo a lo largo del tiempo cuando se esfuerza por acercar sus ideas a la realidad que es siempre cambiante en función del contexto”.

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Buscar la verdad, contrastarla y lanzarla después al vuelo es la primera función del periodismo, que administra un derecho ajeno: el de la información. La segunda función reside en el ejercicio del contrapoder, es decir, elogiar al poder cuando el poder acierta; criticar al poder cuando el poder se equivoca; denunciar al poder cuando el poder abusa. Y no sólo al poder político, también al económico, al sindical, al universitario, al deportivo, al religioso, al cultural…

El presidente estadounidense Jefferson afirmó que a una nación más le vale traer periódicos libres, aun sin Gobierno, que un Gobierno sin periódicos libres. John F. Kennedy reunió a los ganadores del Premio Nobel en 1962 y les dijo: “Esta es la colección más extraordinaria de talento que jamás se haya reunido en la Casa Blanca con la excepción de cuando Thomas Jefferson cenaba solo”.

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Al lado de un espléndido periodismo como el que tenemos hoy en España, al lado del ejercicio de la libertad de expresión dentro de la ley, se desarrolla en nuestra nación un lamentable periodismo de la insidia y del chisme. Y también un periodismo que se presenta como altivo e independiente y que se encuentra genuflexo ante el poder político que lo domina.