Image: Isaiah Berlin, el pensamiento en libertad

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Letras

Isaiah Berlin, el pensamiento en libertad

8 junio, 2018 02:00

Isaiah Berlin. Foto: National Portrait Gallery

¿Qué experiencias formaron el pensamiento de uno de los principales ideólogos liberales del siglo XX? Página Indómita publica Lo singular y lo plural, un libro de conversaciones, muchas inéditas, de Isaiah Berlin con el sociólogo Steven Lukes, en el que el filósofo repasa su biografía vital e intelectual.

Hay una cita en Lo singular y lo plural (Página Indómita) que muestra con claridad el talante de Isaiah Berlin (Riga, 1909- Oxford, 1997), uno de los grandes pensadores liberales del siglo XX: "Me aburre leer a la gente que, por así decirlo, es aliada, a quienes piensan más o menos como yo. Y es que a estas alturas determinadas cosas parecen básicamente un catálogo de lugares comunes. Todos las aceptamos, todos creemos en ellas. Lo interesante es leer al enemigo, porque este atraviesa las defensas, encuentra los puntos débiles. Me interesa saber qué es lo que falla en las ideas en las que creo, saber por qué estaría bien modificarlas o incluso abandonarlas". Henry Hardy, su albacea literario, lo explicó con otras palabras cuando mencionó "la radical oposición de Berlin a quienes están convencidos de tener una respuesta para todo".

Para Roberto Ramos, editor y uno de los traductores junto a Ana González de Lo singular y lo plural, la importancia de Berlin hoy tiene que ver con los temas que aborda. Así, cuenta el editor a El Cultural que Berlin, además de ocuparse de "muchas ideas que todavía condicionan nuestro presente", habla de cuestiones tan actuales como "el auge de los enemigos de la sociedad plural, la crisis de la socialdemocracia y el futuro de una izquierda comprometida con un proyecto común basado en los valores de la Ilustración y el liberalismo".

Lo singular y lo plural reúne las conversaciones, muchas de ellas inéditas, de Isaiah Berlin con el sociólogo Steven Lukes. En un momento determinado Berlin le explica a Lukes que el primer libro que le encargaron debía tratar sobre Karl Marx. Cuenta Berlin que cuando recibió el encargo no había leído "ni una sola línea" del alemán, así que partió de cero. "Entonces leí a Marx más de lo que sería recomendable para mí o para cualquiera", dice, si bien a renglón seguido le reconoce su valor como creador "de un par de grandes ideas". El editor Roberto Ramos apunta, en el mismo sentido, que en su relación intelectual con Marx, que fue siempre su gran enemigo ideológico, "Berlin intenta comprender y ser respetuoso con su pensamiento".

Berlin afirmaba que su anticomunismo nacía de la revolución, pero en realidad lo que marcó su carácter fueron las experiencias del exilio

Para Berlin existía ciertamente una lucha de clases, pero era un conflicto al que no se podía reducir todo lo demás. Además Marx, dice, "que era un genio de la síntesis, erraba al reducir la pertenencia de clase a una posición en el sistema productivo". La clase sería más bien, en opinión de Berlin, "una forma de vida en su conjunto, incluyendo el tipo de lenguaje que emplea la gente, las viviendas que habita, las relaciones permanentes entre las personas…". Por si fuera poco, concluye, "una clase se funde con otra con mayor frecuencia de lo que a Marx le gustaba admitir".

"Cualquiera que, como yo, hubiese presenciado la Revolución rusa difícilmente podía sentir atracción por el comunismo", prosigue Berlin en su conversación con Lukes. Él se consideraba a sí mismo un hombre de izquierdas, simpatizante del Estado de Bienestar, de un moderado socialismo y del New Deal de Roosevelt. "Estaba en contra del laissez-faire puro y de reducir al mínimo el papel del Estado. Al mismo tiempo siempre fue un activo anticomunista".

El exilio como patria

Berlin nació en la Riga previa al Holocausto, ciudad perteneciente al Imperio ruso pero que en realidad era entonces, como recordaría el propio Berlin más tarde, "fundamentalmente alemana". Allí convivían en relativa armonía letones, judíos, alemanes y rusos, pero repartidos en diferentes estratos sociales bien diferenciados. Criado en una familia de judíos de ascendencia jasídica, su padre, agnóstico, había abandonado la ortodoxia y se dedicaba a los negocios. Su madre era sionista. En casa, como era habitual en las familias acaudaladas judías, no se hablaba yiddish, sino alemán y ruso. De hecho, lo normal era que las familias judías ricas hablaran alemán, y no ruso, y esto se debía, según le cuenta Berlin a Lukes, a que la mayoría de los judíos no podía ir a las universidades rusas, dada la estricta cuota que se les reservaba, así que sus padres, si tenían los medios, los enviaban a estudiar a Alemania.

En 1915 toda la familia se mudó a Petrogrado, en donde el niño Berlin presenció el triunfo de la Revolución rusa. Aunque en las entrevistas menciona los horrores que presenció, según Roberto Ramos no fueron estas experiencias las que marcaron su carácter: "Creo que, más que la revolución -él era un crío entonces-, tiene gran peso su condición judía y las experiencias del exilio, del auge de los totalitarismos y de la Guerra Fría", comenta el editor.

En la posguerra, conoció a Ajmátova, con la que pasó doce horas charlando. "Fue la conversación más maravillosa que he tenido"
Su exilio real comenzó algo más tarde, cuando, a los once años, llegó a Inglaterra. Su padre había elegido Inglaterra y no América (destino más habitual entonces para los judíos que no querían ir a Palestina) por una declarada anglofilia. Allí, además, "los judíos no eran perseguidos, e incluso ocupaban posiciones elevadas". Berlin recuerda que "tanto Inglaterra como Holanda eran países europeos que practicaban un noble liberalismo". En Inglaterra fue a la escuela y a la Universidad.

Ya en Oxford tuvo como mentor a Frank Hardie. Según Berlin, era "un profesor fantástico, extremadamente meticuloso". Su método le sirvió para afinar esa cualidad tan notable en los textos berlinianos: la claridad. "En aquella clase, si decías algo que no estaba claro, el profesor te interrumpía y tenías que aclararlo. Fue un buen entrenamiento", le cuenta a Lukes. Después, en las clases de Robin G. Collingwood adquiriría el interés por la filosofía de la historia y, más tarde, por la historia de las ideas. Esa sería la disciplina en la que, cual "reportero fiel y empático -según las palabras de Lukes-, dejaría una de las obras intelectuales más lúcidas y comprometidas del siglo XX".

En el libro se detalla también el trabajo de Berlin como funcionario público. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó para el Ministerio de Información en Washington y después para la Embajada Británica en Moscú. En Leningrado, en la inmediata postguerra, conoció a Ajmátova, con la que pasó doce horas charlando sin parar ("fue la conversación más maravillosa que he tenido nunca", dice). La poeta, que acababa de sobrevivir al espeluznante cerco de Leningrado, le dedicaría más tarde algunos poemas. Esos meses en Rusia sometido a permanente vigilancia le reafirmaron en su idea de que aquel era "el régimen más terrorífico" bajo el que había vivido, le cuenta a Lukes. Y añade una frase en la que se condensa la naturaleza real del estalinismo: "Tuve la continua sensación del horror".