George Saunders. Foto: David Crosby

George Saunders. Foto: David Crosby

Letras

¿Y si no se derrumba el mundo? Los incómodos cuentos de George Saunders: humillación y violencia

'El día de la liberación', colección de relatos distópicos, alberga personajes abandonados que únicamente esperan el colapso definitivo del sistema.

4 marzo, 2024 02:00

Brian, el protagonista de “Gul”, el sexto de los nueve cuentos de la nueva colección de George Saunders (Amarillo, Texas, 1958), El día de la liberación, está dando un paseo por un arroyo simulado cuando se encuentra con un grupo “informalmente reunido” en torno a un hombre en el suelo, cosiéndole a patadas.

El día de la liberación 

George Saunders

Traducción de Javier Calvo. Seix Barral, 2024. 344 páginas. 19,90 €

Brian reconoce al hombre –“Rolph Spengler, lanzador de jabalina tres”– y a la turba, porque son sus compañeros de trabajo en Fauces del infierno, donde Brian interpreta a un humilde “demonio agazapado”. En esta especie de parque temático distópico, uno de los doce “prolíficos centros de trabajo subterráneos de nuestra Región”, Brian y todos sus conocidos se han pasado la vida desempeñando papeles tremendamente humillantes ante “sus maravillados Visitantes”.

Pero el hecho de que Fauces nunca haya recibido visitas es solo uno de los muchos temas que está “prohibido” reconocer; y el delito de Rolph, por lo visto, fue precisamente ese. “Nos pasamos el día practicando rituales de negación demenciales de los que estoy harto”, grita Rolph mientras sus colegas le patean hasta matarle.

Brian se une tibiamente al abuso; aunque no es obligatorio, si no participa, uno de los “Monitores” que vigilan la Región en busca de signos de desilusión podría señalarle. “No es una verdadera patada lo que le doy a Rolph, más bien un golpecito con el pie”, se consuela Brian una vez que Rolph está muerto. Luego sigue con su día.

Al menos Brian conserva algunos vestigios de voluntad; otros protagonistas de El día de la liberación no tienen tanta suerte. En el cuento que da título a la colección, la misteriosa familia Untermeyer mantiene cautivo a un trío de “Oradores”, a quienes borran sus recuerdos y cuyos cuerpos someten a continuas restricciones físicas. Un dispositivo conocido como el Pulso les da indicaciones sobre temas y les manda que improvisen monólogos; los Oradores son literalmente marionetas, obligadas por el señor Untermeyer a realizar monótonas recreaciones históricas para diversión de sus ricos amigos.

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En “Elliott Spencer”, borran la memoria a un vagabundo y le deterioran deliberadamente los centros del lenguaje hasta el punto de que no puede hacer otra cosa que soltar sartas de improperios propios de un niño (BastardoCacaGusanoIdiota) en público. La empresa que lo “reprogramó” lo coloca en las protestas para incitar a la multitud a la violencia.

A lo largo de El día de la liberación, el lenguaje nunca es del todo propio de los personajes; en sus pensamientos y en su discurso, la ineludible y proliferante jerga de la monocultura capitalista estadounidense –acrónimos y eslóganes empresariales, nombres de marcas– compite con el lenguaje coloquial y los dichos de la lengua vulgar estadounidense.

'El día de la liberación' es una colección espinosa, a veces difícil, pero son cuentos que merece la pena leer

Gran parte del placer de la excelente colección anterior de Saunders, Diez de diciembre, residía en las florituras imperfectas y el uso incorrecto de las palabras en la expresión original de la que aún eran capaces sus personajes, a pesar de estar igualmente impregnados de estos lenguajes basura. Aunque en ocasiones se arriesgaban a caer en el sentimentalismo, los mejores relatos de esa colección estaban impregnados de una mordacidad ennoblecedora, una fe rabiosa y urgente en que la bondad, e incluso el heroísmo, a veces pueden triunfar en momentos de verdadero peligro existencial.

A juzgar por los cuentos en El día de la liberación, parece que, casi una década después, Saunders ya no está tan seguro de la posibilidad del heroísmo transformador o de la resistencia. El estado de ánimo predominante en toda la colección es mucho más apagado e incierto, con una disminución concomitante de la vivacidad lingüística.

El lenguaje con el que hablan y piensan los personajes es más plano, más muerto, más anodino y angustiado a la vez. El libro está plagado de personajes, que o bien han abandonado o bien han sido abandonados, y que únicamente esperan el Fin, el colapso definitivo del sistema.

En estos relatos, Saunders se ha impuesto la tarea de pisar una línea muy fina: describir el incapacitante malestar de la desesperación sin sucumbir a ella. No siempre lo consigue del todo. El presidente anónimo, “un tanto payaso”, que instala a su hijo como sucesor es una novelización muy aguada de Trump, pero la ambientación suplementaria no es lo suficientemente aguda o imaginativa como para merecer esa presunción. En este cuento, como en un par de ellos más, da la sensación de que los personajes interesan menos al autor que la oportunidad de regodearse en enigmas morales y en bloqueos de la conciencia.

El día de la liberación es una colección espinosa, a veces difícil, que rara vez provoca en el lector la catarsis. Pero son cuentos que merece la pena leer, los mejores de ellos tan evocadores y sonoros como podría esperar un fan de Saunders. Evitando la cuestión hipotéticamente más rica y dramática de qué ocurre después de que el sistema se derrumbe, Saunders se centra en las inquietantes y complicadas consecuencias de nuestro dilema actual: ¿qué pasa si no se derrumba?