Gonzalo Celorio. Foto: Archivo del autor

Gonzalo Celorio. Foto: Archivo del autor

Letras Libro de la semana

Todas las caras de Gonzalo Celorio, premio Cervantes, en su nuevo libro: el padre, el escritor y el erudito

El autor mexicano despliega su vocación literaria, su formación intelectual y sus tareas institucionales en 'Ese montón de espejos rotos'.

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Para que el artista cree una buena obra es importante que haya gozado de una vida fecunda porque solo así tendrá algo relevante que contar. También necesita otros atributos, entre ellos un talento innato –que no cualquiera posee–, el conocimiento de las reglas de la composición y haberse alimentado con un buen número de lecturas –tanto de autores precedentes como de los contemporáneos– que amplían el bagaje existencial, enriquecen el espíritu y enseñan el oficio.

Ese montón de espejos rotos

Gonzalo Celorio

Tusquets, 2025
504 páginas. 23,90 €

Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948), el flamante Premio Cervantes de este mismo año 2025, revela en su última publicación que atesora todos estos dones: una existencia completa y bien vivida, la gracia de la palabra, la instrucción poética y una erudición que está al alcance de muy pocos, además de una dedicación al arte de la literatura que es digna de elogio.

El título del libro –Ese montón de espejos rotos– lo ha tomado de un poema de Jorge Luis Borges –"Cambridge"– cuyas últimas líneas fungen como lema del volumen: "Somos nuestra memoria, / somos ese quimérico museo de formas inconstantes, / ese montón de espejos rotos". Se trata de unos versos que, según señala Celorio en el "Prólogo", "define[n] con acierto la memoria".

Además de este capítulo preliminar, la narración consta de seis partes, cada una dividida en un número dispar de fracciones. En ellas, el autor da rienda suelta a unos recuerdos que quizá adolecen de estar demasiado apegados a la parte social de la persona, por lo que se perciben como periféricos.

Pero volvamos al "Prólogo", en el que aparecen datos interesantes sobre la obra y su sentido. Como el propio creador consigna en él, en publicaciones anteriores había hablado de su familia, de su infancia y de su juventud, aunque lo había hecho desde una perspectiva ficcional que lo apartaba –como individuo civil– de ser el protagonista de los textos.

Así se refleja en novelas como Tres lindas cubanas (2006), El metal y la escoria (2014) y Los apóstatas (2020) –reseñada en estas páginas–, que configuran la trilogía "Una familia ejemplar", de título notoriamente irónico. Tampoco era el personaje principal de Mentideros de la memoria, donde se refería a escritores con los que había coincidido a lo largo de su trayectoria vital.

Pero sí lo es de las memorias que conforman Ese montón de espejos rotos, en las que, como señalé, combina algunos acontecimientos particulares (muy pocos) con otros (mucho más numerosos) de su faceta pública.

En este libro, Celorio demuestra que posee la gracia de la palabra, instrucción poética y una erudición al alcance de pocos

El libro tiene un carácter fragmentario porque no reúne todos los aspectos de la historia del protagonista, sino tan solo unos pocos seleccionados.

A pesar de su naturaleza memorialística, además, no consiste en una autobiografía, dado que no recoge el relato cronológico de la vida del escritor, sino, más bien, porciones de la realidad según las registra el recuerdo: su vocación literaria, su formación intelectual y sus tareas institucionales, entre las que incluye sus vertientes de profesor, académico, editor, difusor de la cultura y jerarca de algunas de las instituciones más importantes, entre ellas la Academia Mexicana de la Lengua y el grupo editorial Fondo de Cultura Económica, de enorme prestigio tanto en su país como en el exterior.

Así, esta obra está formada por una serie de evocaciones aleatorias que Celorio ha recogido "sin tener ningún plan previo y sin obedecer a ningún género predeterminado", porque, según sus palabras, "saltan de un tiempo a otro y transitan de la estampa al ensayo, del relato a la crónica, de la evocación al testimonio".

Ya me he referido a que son escasas las incursiones en lo privado, que, además, se van sustituyendo por otras más externas a medida que avanzan las páginas, pero, a pesar de ello, al mexicano le interesa destacar su dimensión de padre, que valora por encima de cualquier otra ("No hay nada, ni siquiera mi vocación literaria […] que me refleje con mayor nitidez y claridad", según confiesa).

En este caso, se trataría de espacios reservados que el novelista no airea porque, como dice, ni están conformados por espejos rotos –al contrario de lo que sucede con los que consigna–, "ni son susceptibles de ninguna fragmentación", aunque es posible que la razón más poderosa sea que pertenecen a la intimidad familiar.

No obstante, y a pesar de que son escasos, se leen con gusto los pasajes dedicados a Yolanda, su primera esposa, porque presentan a una pareja que se aventura en el arte de vivir con muy pocos bienes y con la ilusión que acompaña a la juventud y al sentido inaugural de las primeras veces.

Frente a la escasez de relatos íntimos, en Ese montón de espejos rotos abundan las referencias a escritores. Algunos tienen valor histórico y otros son –o fueron– amigos del autor. Entre los primeros, Celorio no se olvida de mencionar a figuras canónicas, desde Homero a Henry Miller, pasando por Erasmo, Garcilaso de la Vega, Montaigne, Góngora, Baltasar Gracián, Marcel Proust o James Joyce.

Entre los segundos, destacan por su mayor presencia los compañeros del boom: Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Julio Cortázar o Mario Vargas Llosa, que se citan junto a sus novelas más emblemáticas: Cien años de soledad –de la que destaca lo absorbente de su lectura–, El reino de este mundo, Rayuela –que, según dice, cambió su vida y lo modificó moralmente– o La ciudad y los perros.

Ya señalé que estas memorias son selectivas, como lo es cualquier escrito que busca recuperar el pasado porque el recuerdo es caprichoso. Recordamos apenas ciertos acontecimientos y, aunque algunos se repiten con insistencia, otros cambian a lo largo de la vida. Celorio se manifiesta en ellas como el profundo conocedor que es de la literatura iberoamericana en general y de la mexicana en particular, y revela su especial relación con la cubana por ascendencia familiar.

El libro, además, incluye fragmentos propios y ajenos, a los que acompañan, sobre todo en los primeros capítulos, análisis de textos (sonetos de Garcilaso y Góngora o de La Regenta, por ejemplo) que revelan la agudeza lectora de un autor que, entre sus múltiples facetas profesionales, reivindica la de creador por encima de todas las demás.

Para concluir, en Este montón de espejos rotos aparecen algunas reflexiones vitales de calado, esencialmente a propósito de la muerte. Ante ella, Celorio confiesa su miedo, después de haber transitado por una vida plena, no exenta, como la de cualquiera, de situaciones poco gratas y dolorosas.