El 20 de mayo de 2004 escribí en La Razón: “Darío Villanueva es un sabio del idioma y la investigación literaria. Se mueve en la cima intelectual española y no se comprende bien por qué no está en la Academia. Es uno de los grandes. Hace ciencia de la Literatura, aunque él considera demasiado comprometida la denominación. Pero en Literatura como en Historia lo que hoy de verdad cuenta es la monografía científica”.
Por fortuna, los académicos se dieron cuenta de lo absurdo que era la ausencia de Villanueva en La Casa.

Fue elegido con suficiencia y en poco tiempo ocupó la dirección de la Real Academia Española donde brilló su capacidad de gestión y su sentido del realismo literario, formulado en el principio de la mímesis según la Poética de Aristóteles. “La función de la obra literaria se cumple con una iluminación súbita del alma del lector”, escribió Dámaso Alonso discrepando tanto de Husserl como de Kant.

En su nuevo libro, Poderes de la palabra (Galaxia Gutenberg), Darío Villanueva deja a un lado la literatura como la expresión de la belleza por medio de la palabra y oscila hacia la denuncia de sus adherencias: la retórica, la política, el derecho y la publicidad. El rigor científico, la mesura en el juicio y la objetividad presiden la última obra de Villanueva, en la que el autor se centra en lo que Lamartine llamó “los poderosos satélites de la literatura”.

Comparto la admiración de Villanueva por McLuhan y su The Gutenberg Galaxy, pero el rigor científico exige afirmar que el planteamiento del canadiense duró muy poco porque en menos de setenta años la galaxia Gutenberg y su aldea global se convirtieron en patio de vecindad y la Edad Contemporánea fue arrasada por la Edad Digital. El alfabeto fonético, es decir, el descubrimiento de la escritura, que trasladó al hombre del ámbito tribal al cultivado, se cadaverizó cuando irrumpió el predominio digital.

Analiza Villanueva los diálogos entre el derecho y la literatura con varios juicios de extraordinaria sagacidad. Y se refiere a la inundación publicitaria, en el lenguaje y en la imagen, como uno de los factores sustanciales de la nueva comunicación. Alude luego a “las ilimitadas posibilidades abiertas por la inteligencia artificial” y reconoce el protagonismo máximo de los “webactores”, Facebook, Twitter, Google o Instagram, conforme a las razones de Marc Prensky, defendidas, por cierto, por Noam Chomsky y, sobre todo, por Neil Postman. Expone también el fenómeno televisivo y las aportaciones de Raymond Williams y Pierre Bourdieu.

Tiene especial interés su entendimiento de Nebrija, o de Lebrija, que combatió “sin tregua contra las tinieblas de la censura”, tinieblas que tienden a reproducirse ahora incluso en las democracias occidentales

Darío Villanueva ocupa la cumbre de la intelectual española. Destaqué en su día las tesis de su libro Morderse la lengua, si bien discrepé de McLuhan, que no pudo o no supo prever lo que se venía encima del mundo: el tsunami de la comunicación digital. Coincide Villanueva con Gabriel Zaid en que “demasiados libros”, demasiada información, pueden resultar deformadores y explica lo que sucede en una sociedad cuando se han venido abajo sus defensas contra el exceso de información.

Su retórica de la sociedad resulta relevante y también su idea sobre la importancia de la invención hacia 1440 de la imprenta de tipos móviles. A mi modo de ver, tiene especial interés su entendimiento de Nebrija, o de Lebrija, que combatió “sin tregua contra las tinieblas de la censura”, tinieblas que tienden a reproducirse ahora incluso en las democracias occidentales.

Discrepa Villanueva de George Orwell porque considera que disponemos ya de indicios suficientes para rechazar la neolengua: “La posmodernidad líquida poshumanista acabará tal vez por instaurar en las posdemocracias la poslengua como idioma oficial”. Un libro, en fin, Poderes de la palabra, que vibra en las alturas de la intelectualidad más exigente y que asombra por la cultura profunda y la contenida erudición que acumulan sus páginas.