He tenido la suerte de conocer a los grandes directores cinematográficos del siglo XX español. A Buñuel cuando Miguel Pérez Ferrero le entrevistaba día a día en el edificio España para su libro biográfico. Escuché al director la frase que desconcertó a Donald: “Créeme, Miguel, la única dignidad es la nada. ¡Viva el olvido!”. A Bardem, comunista y genial, que rodó la escena erizante de su última película, Resultado final, en mi despacho del ABC verdadero. A Berlanga, que disparó la escopeta nacional contra la dictadura. A Aranda y su devoción por Juana, pálido jarrón enamorado de incierta locura. A Summers, que murió joven, y era un genio del rosa al amarillo, el director que se despidió pronto de la cigüeña viajera.

Y a José Luis Garci, que ganó el Oscar en 1983, pero que ha acumulado sabiduría y triunfos también en el siglo XXI porque siempre vuelve a empezar. Ha publicado ahora un libro, Renglones deportivos (Reino de Cordelia), de cálido interés del primer relato al último.

José Luis Garci vuelca su cultura cinematográfica, su cultura literaria y su sabiduría humana en una obra de recopilación en la que el deporte, el fútbol sobre todo, vive a ráfagas en la escritura clara del autor. Caviable su crónica La final de los Cavia. “He podido comprobarlo –escribe–. Si rascas a cualquier español, debajo hay un seleccionador de fútbol, un crítico de cine, además de un judío, un árabe y un asturiano”.

El fútbol tiene tan alta significación en la historia contemporánea de los cinco continentes que algún día un filósofo de envergadura estudiará el ente fútbol por sus causas primeras. La filosofía del fútbol se convertirá en una metafísica especial en la que se reflexionará sobre la raíz de un deporte que, al decir de Fernando Lázaro Carreter, ha sustituido en el sentimiento de los pueblos, y en no pocos casos, a la violencia de las guerras.

Rubén Darío habría dedicado hoy La marcha triunfal, no a “los fieros guerreros”, sino a futbolistas como Di Stéfano, Pelé, Maradona, Stanley Matthews, Ricardo Zamora, Cruyff o Zidane. Carecía de razón Pío Baroja cuando escribió: “Hay que tener ese fondo de candidez, de seriedad y de alegría que tienen los ingleses para tomar el sport como una cosa seria”.

Garci vuelca su cultura cinematográfica, su cultura literaria y su sabiduría humana en una obra de recopilación en la que el deporte, el fútbol sobre todo, vive a ráfagas en su escritura clara

José Luis Garci ha conocido todo el fútbol desde los años cincuenta. Escribe sobre el Mundial de Río de Janeiro y llora la derrota del Rey del fútbol: Brasil. Habla sobre el Mundial de México con Butragueño desbordado; sobre los Juegos Olímpicos de Barcelona 92; sobre boxeo y atletismo; sobre los goles de oro; sobre la genialidad de Di Stéfano y sobre el Mundial de Corea y Japón; también sobre Iker Casillas, que dio a España el Mundial de 2010, antes que Iniesta; sobre el Atlético de Madrid y el sufrimiento en la grada; sobre la épica, en fin, de Grecia cuando los dioses bailaban el sirtaki porque en el terreno de juego habían regresado Homero y Esquilo, Prometeo, Fidias y Alejandro.

“Morir de fútbol”, escribe nuestro inmenso director de cine. Y dedica capítulos a Woody Allen, a Julián Marías, a Paco Umbral… Descarga su cultura histórica al hacer la crónica de algún partido excepcional: “Sagunto, Numancia, El Álamo, el cerco de Stalingrado, el sitio de Zaragoza, los 300 en las Termópilas, Custer ante los sioux, los ingleses aguantando a los zulúes, la guerra del Chaco revivida, que sé yo”. Llama “gigante” a Gabo y sigue el rastro de su sangre en la nieve.

Muchos de los grandes personajes del último medio siglo desfilan por este libro, Renglones deportivos, que se lee de la primera a la última palabra sin que decaiga el interés. Un acierto, en fin, de un hombre que ha sido todo en el cine y que, todavía en plenitud creadora, sabe lo que el deporte, sobre todo el fútbol, significa en la sociedad digitalizada de nuestro tiempo.