Rafael Álvarez 'El brujo' en un momento de 'Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia'.

Rafael Álvarez 'El brujo' en un momento de 'Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia'.

Teatro

El nacimiento del teatro: cuando a Esquilo casi lo matan por inventar la tragedia

Ignacio García May reconstruye en Antes del teatro los orígenes de este arte, muy vinculados a los ritos eleusinos, y reivindica su poder revolucionario y catártico

30 diciembre, 2022 02:04

Esquilo estuvo cerca de ser condenado a muerte por imitar en una de sus tragedias (al parecer, la dedicada a Edipo, que no conservamos) los ritos mistéricos de Eleusis. Le llegaron a juzgar por la presunta mímesis pero salió absuelto: no se pudo probar que había sido iniciado en las famosas ceremonias catárticas que se extendieron por toda Grecia y, a posteriori, por Roma.

Es una circunstancia que recuerda el dramaturgo y profesor de la RESAD Ignacio García May (Madrid, 1965) con la intención de subrayar la influencia de este culto en el nacimiento del teatro. Lo hace en un breviario sustancioso y revelador, Antes del teatro, donde se pregunta por el verdadero origen de este arte, cuestión que, en los manuales teóricos del ramo, suele despacharse con sintética suficiencia pero que, como argumenta el autor madrileño (La ola, Sofía), es extremadamente compleja. Para empezar, porque lo que sabemos a ciencia cierta es “prácticamente nada”.

Antes del teatro

Ignacio García May

Bolchiro, 2022. 141 páginas. 18 €

A partir de ahí García May destila con clara amenidad sus antiacademicistas y casi aforísticos razonamientos, fruto de tres décadas de investigación. Sus pesquisas se apoyan en mitólogos mayores como Joseph Campbell, Walter F. Otto, Károly Kerényi… Pero no se conforma con compilar y cruzar teorías sino que elabora conclusiones propias, desviadas de los consensos canónicos, que a su juicio no son más que “conjeturas, cuando no puras banalidades”. De hecho, hay muchos directores y autores a los que se le llena la boca cuando dicen que el teatro debe ser un rito. García May sospecha que no saben muy bien a qué se refieren y que esgrimen el término básicamente para darse pisto. Sus averiguaciones etimológicas le llevan a equiparar rito con orden (cósmico). Concretamente, con la acción que lo mantiene o lo restaura. “No hay pues nada caprichoso en él; no se trata de una manifestación ‘artística’ ni puede ‘inventarse’ de la nada”.

Además, entre el rito y el teatro hay una diferencia esencial: el espectador. Inexistente en el primero, crucial y definitorio en el segundo. A propósito de este detalle distintivo, García May afila la pluma contra algunas de sus bestias negras, como los hacedores de teatro que se creen tan importantes como para crear al margen del receptor ancestral de las obras, y que luego piden ser subvencionados para devenir en “especies protegidas”. También denuncia los argumentos clónicos en la cartelera, producto de una transposición mecánica de los mitos atemporales, y lamenta la carencia de héroes de una pieza –al estilo del encarnado por John Wayne en Centauros del desierto– en una sociedad que alardea de demócrata y solidaria pero fomenta el egotismo identitario y la susceptibilidad “ofendidita”.

[La ola, escuela de totalitarismo]

Derivas que, al decir de García May, imposibilitan que el teatro cumpla su iluminador objetivo: mostrarnos mediante una ficción escénica la ficción de nuestra propia existencia. He ahí su carácter revolucionario e, incluso, autodestructivo: un rito que va contra su propia naturaleza, pues no apuntala el orden sino que, cuando es bueno, lo subvierte. Como una vacuna hecha con el virus que debe aniquilar.