Image: Criados

Image: Criados

Mínima molestia

Criados

8 marzo, 2019 01:00

Fui a ver Roma, la celebrada y multipremiada película de Alfonso Cuarón, meses atrás, cuando aún era un éxito emergente, incrementado por la restrictiva política empleada por Netflix para su exhibición en salas. La película me gustó, si bien ya entonces me extrañó el entusiasmo con que era recibida. Esa extrañeza -que comparto con tantos otros, empezando por el mismo Cuarón- no ha hecho más que crecer conforme Roma ha ido convirtiéndose en una especie de insólito fenómeno de recepción, a contrapelo de la más previsible lógica comercial.

Admito que mi casi automática suspicacia respecto a este tipo de fenómenos pueda tener algo de perversión. Lo cierto es que no he dejado de buscar una explicación plausible a lo de Roma. Envuelta en un lirismo nostálgico y delicadamente compasivo, me parecía detectar cierta condescendencia demasiado complaciente en la forma en que la película trata la cuestión de la servidumbre, de la relación entre amos y criados (una cuestión, por otro lado, profusamente tratada tanto en el cine como en la literatura moderna, desde el Lazarillo hasta Los restos del día, de Ishiguro, pasando por Las criadas, de Jean Genet; desde El sirviente, la película de Joseph Losey con guion de Harold Pinter, a La nana, la excelente película del chileno Sebastián Silva que ilustra, con mirada ferozmente cáustica, una relación de amos y criados comparable sólo hasta cierto punto a la de Roma).

Pero no acertaba a justificar suficientemente esa condescendencia, hasta que recordé -como hago con relativa frecuencia, pues su lectura constituye todo un máster en "mundo contemporáneo"- la última y soberbia novela de mi venerado V. S. Naipaul: Semillas mágicas (2004).

En un momento de esta novela, su protagonista, Willie Chandran, recién regresado a Londres, es invitado por su amigo Roger a pasar un fin de semana en la mansión de un banquero con el que guarda relación. Una vez allí, a los dos les asombra la magnificencia de la mansión, y especulan sobre la fortuna que ha de exigir mantenerla, con una numerosa servidumbre. Lo que les mueve a considerar la cuestión del "servicio, como se decía antes".

Envuelta en un lirismo nostálgico y delicadamente compasivo, me parecía detectar cierta condescendencia demasiado complaciente en la forma en que la película trata la cuestión de la servidumbre

"En cierta época eran gran parte de la población", observa Roger.

"¿Qué fue de ellos?", pregunta Willie.

Roger: "Una pregunta estupenda. Supongo que una respuesta será que se extinguieron. Pero esa no es la pregunta que has hecho. Sé a qué te refieres. Si lo preguntáramos con más frecuencia quizá empezáramos a comprender en qué clase de país vivimos. Ahora que lo pienso, no le he oído a nadie esa pregunta".

La película de Cuarón no se hace ni responde esta pregunta, que sin embargo flota, me parece a mí, alrededor del fenómeno a que ha dado lugar.

En la novela de Naipaul, páginas más adelante, el narrador hace la siguiente reflexión: "En cierta época una parte importante de la población se dedicaba al servicio doméstico. Entonces no había ningún problema. Iban y venían, pero nada más". Entretanto -continúa- "la clase de los criados ha desaparecido. Nadie sabe en qué se han transformado. De lo que podemos estar seguros es de que no los hemos perdido, de que aún siguen entre nosotros de distintas formas, con una cultura y unas actitudes de dependencia...".
Sigue una durísima especulación acerca de cómo esa "clase de los criados" ha ido sedimentándose en los barrios suburbanos, en las "colmenas de viviendas subvencionadas” de las que se "han suprimido a propósito las ideas de belleza y humanidad". Estas colmenas, escribe Naipaul, "destinadas a proporcionar a los pobres una especie de independencia, pasaron rápidamente a lo que tenían que ser: excrecencias parásitas y esclavas del cuerpo principal".

Etcétera.

Me permito barruntar, a la luz de estos pasajes, algún tipo de conexión entre el éxito de Roma y la versión hasta cierto punto pastoral y en cualquier caso bastante arqueológica -sobre todo desde la perspectiva más común para los ciudadanos del Primer Mundo- que proporciona de la relación entre amos y criados. Digo pastoral en cuanto ofrece un testimonio sin duda veraz pero al cabo idílico y tranquilizador de esa relación y sus tensiones. De momento, no me animo a ir más allá, pero por ahí, me digo, van los tiros.