Image: Los hechizados

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Novela

Los hechizados

Witold Gombrowicz

13 mayo, 2004 02:00

Witold Gombrowicz en 1966

Trad. J. Bianco y A. Orzeszek Sujak. Seix Barral. Barcelona, 2004. 448 páginas, 20 euros

Witold Gombrowicz (Maloszyce, 1904- Niza, 1969) concibió una poética basada en la trasgresión, la inmadurez y una creatividad amoral, pero al escribir Los hechizados sucumbió por una vez a la tentación del éxito y del enriquecimiento. Se ocultó bajo un seudónimo (Zdzislaw Niewia) y publicó la novela por entregas.

Los lectores que habían despreciado Ferdydurke acogieron con entusiasmo el folletín aparecido en 1939 en dos periódicos polacos. La narración evocaba la novela gótica: un castillo habitado por un príncipe enloquecido esconde valiosos tesoros que se disputan varios personajes sin escrúpulos. La intervención de fuerzas sobrenaturales exige la mediación de Hincz, un vidente que recuerda al Van Helsing de Stoker. El amor imposible entre dos jóvenes separados por la clase social añadía al relato las dosis de romanticismo necesarias para conmover al público menos exigente.

Gombrowizc logró despertar el interés de "taxistas y verduleras" y de esas damas de la burguesía ociosa que buscaban en la ficción la posibilidad de experimentar emociones, sin conocer riesgos ni incertidumbres. La trama es algo disparatada y banal, pero el espíritu rebelde e iconoclasta de Gombrowicz desborda las convenciones del género, introduciendo todos los elementos que caracterizan a su literatura: la coexistencia de futilidad y trascendencia, la proximidad de lo serio y lo grotesco, la tendencia a fundir orden y caos. El impulso creador no nace de la coherencia, sino del juego. La moral es la tumba del arte. El artista no adopta una posición ante el mundo. Sus obras emergen de su inextinguible capacidad de transformación. No tiene otro compromiso que preservar su inmadurez, auténtica matriz de su energía. Al desprendernos de nuestra infancia, superamos la inestabilidad neurótica, pero renunciamos a nuestra creatividad. Los personajes de Los hechizados no conocen otro horizonte. Son amorales, irresponsables, pero rebosan vitalidad, deseo, impaciencia. No se avergöenzan de buscar el placer y no temen las consecuencias. Maja Ocholowska es una joven que ignora los convencionalismos, indiferente a la presión social. No le importa mostrarse desvergonzada, temeraria o ambiciosa. No pretende madurar ni actuar honestamente. Su libertad no está limitada por nada.

Gombrowicz percibe la literatura como un juego. No le importa cambiar el nombre del protagonista en mitad de la narración y apenas oculta su intención de parodiar el género de terror, incluyendo elementos ridículos en las escenas más estremecedoras. El amor se revela como una fuerza destructiva que desordena la existencia de los personajes. Los afectos no garantizan nuestra felicidad, pero el sufrimiento nos recuerda que estamos vivos. El miedo produce el mismo efecto. Si erradicáramos el mal, la existencia perdería su capacidad de estimularnos. La claridad borraría los contrastes y el mundo quedaría deshabitado. Lo incomprensible puede anidar en una antigua cocina, como sucede en Los hechizados, donde lo insondable se manifiesta en un pañuelo mugriento agitado por una corriente de aire. Su aleteo es suficiente para infundir el goce del misterio y el goce del conocimiento. El profesor que resuelve el secreto del castillo nos muestra la insuficiencia de la razón, su frustrante clarividencia, que al espantar los fantasmas, mata al espíritu.

La semejanza entre Maja y Leszczuk, su enamorado, insinúa el mito del doble, la necesidad de duplicar y objetivar la propia identidad para conseguir el conocimiento de uno mismo. La experiencia de amar nunca está exenta de narcisismo. Amamos lo semejante, porque lo radicalmente otro nos inspira un terror sagrado. El azar había determinado que se extraviara el último capítulo de la novela. Ahora se ha recuperado y traducido por primera vez a nuestro idioma. Tal vez no añada nada esencial al texto. Los personajes de Los hechizados no necesitan consumar la ceremonia del adiós para perdurar en nuestra memoria.