Albert Camus. Diseño: Rubén Vique

Albert Camus. Diseño: Rubén Vique

Letras

La lucidez de Albert Camus, una linterna en medio de un mundo polarizado

El autor de 'El extranjero' se desembarazó de corsés ideológicos, renunció al dogma e inundó su pensamiento y su obra literaria de libertad.

Más información: François Ozon adapta 'El extranjero': “Ante el absurdo de la vida, Camus propone rebelión y yo hago películas”

Antonio Soler
Publicada

No hace mucho tiempo le pregunté a un prestigioso editor francés por la valoración actual en Francia de tres importantes escritores del siglo XX. Jean-Paul Sartre, Raymond Aron y Albert Camus. Me respondió gráficamente y apenas sin palabras. Para definir la evolución de Sartre dibujó en el aire una línea descendente. Aron: una línea horizontal. A Camus le dedicó un trazo ascendente. De modo que en ese dibujo imaginario Sartre y Camus dibujaban algo así como una X algo aplastada y dividida en dos por la trayectoria de Aron.

Más allá de esa horizontalidad, en apariencia anodina de Raymond Aron, lo llamativo para cualquier observador ha sido ese cruce de posiciones del papa del existencialismo y de aquel pied noir que en principio contó con la bendición del pontífice existencialista y que más tarde se convertiría en una especie de apóstata de la fe verdadera que emanaba de Sartre.

Es decir, no solo se convirtió en un adversario sino en un enemigo intelectual. Y político. Si bien, como más tarde reconocería Sartre, estar peleado con Camus era una manera de seguir viviendo juntos.

Probablemente es en ese terreno, en el de la política, donde de un modo más claro se ha producido la estrepitosa derrota de Sartre y donde la visión no dogmática, "humanista" podríamos decir, de Albert Camus ha marcado la diferencia.

Podemos decir que la rígida ortodoxia ha minado al escritor Sartre de forma desproporcionada y ha postergado a un oscuro purgatorio su pensamiento, su teatro y su más que valiosa obra narrativa, desde La náusea a la más que interesante trilogía –o si se prefiere inconclusa tetralogía– Los caminos de la libertad (por cierto, pésimamente traducida a nuestra lengua).

Por el contrario, Camus supo desembarazarse de los corsés ideológicos, renunció al dogma e inundó su pensamiento y su obra literaria de una sensibilidad que era la encarnación de la libertad y de ese aspecto que hemos calificado como humanista. La "antiideología" la llamó Raymond Aron. Una actitud que ante una encrucijada decisiva opta por lo moral frente a lo puramente racional como quedó claro con una de sus frases más discutidas.

"Entre la Justicia y mi madre, elijo a mi madre". Palabras pronunciadas en relación a la lucha por la independencia de Argelia.

Camus antepone la seguridad de su madre, y de cualquier persona inocente, ante la violencia terrorista del Frente de Liberación Nacional por mucho que las actuaciones del FNL puedan estar al servicio de una causa justa. Sencillamente, el autor de El extranjero no hace más que pronunciarse ante la vieja máxima atribuida a Maquiavelo. Y lo hace para negarla. El fin no justifica los medios.

Como es lógico, Camus, argelino, con un pasado juvenil cercano al comunismo, es considerado no solo un tibio sino un traidor por los antinacionalistas. El humilde argelino convertido en defensor del colonialismo. Es el argumento fácil para aquellos que ven el mundo en un riguroso blanco y negro.

La prestigiosa etnóloga Germaine Tillion fue enviada a Argelia como observadora después del llamado Día Rojo de Todos los Santos que dio pie a la guerra. Entendió rápidamente la dinámica del conflicto. De ese conflicto y de muchos otros. Represión brutal contra los insurrectos e insurrectos respondiendo con terrorismo indiscriminado. Retroalimentación. "Enemigos complementarios".

Este fue el término con el que Tillion definió esa especie de simetría, esa espiral que tiende a expandirse si no surge alguien entre las partes capaz de invertir el sentido centrífugo de los círculos.

Y Albert Camus, al margen de los estudios sociológicos, diríamos que por puro instinto, entiende la dinámica del conflicto. Contempla todo el espectro de los grises. Considera que esa es la función principal de un escritor, de un pensador.

Solo por esa actitud puede considerarse un autor de completa vigencia. No porque los movimientos sociales y políticos actuales le den la razón, sino justamente porque ponen en peligro ese pensamiento crítico optando por posiciones extremas y por un radicalismo que niega el pensamiento libre y favorece el adoctrinamiento, la búsqueda incesante del "enemigo complementario" para reforzar las posiciones propias y favorecer respuestas automáticas ante cuestiones complejas.

Camus fue considerado no solo un tibio sino un traidor por los antinacionalistas en el conflicto argelino

Albert Camus fue un enorme escritor, un gran novelista. El extranjero es una definición del hombre contemporáneo. La peste,una suerte de oscura profecía. Sus Carnets, un trozo de alma humana.

Pero, ante todo, Albert Camus fue un personaje incómodo. Cargó con la dificultad que supone la independencia intelectual y lo hizo en unos tiempos especialmente convulsos. Muy diferentes en apariencia al mundo actual pero necesitados igualmente de una visión capaz de expresarse sin miedos ni ataduras o pensamientos preconcebidos.

Frente a un mundo polarizado, con la democracia liberal acosada por fuerzas reaccionarias de un signo o de otro, la lucidez de Camus es una linterna en medio de las sombras.

Así se pudo comprobar en los últimos compases de la II Guerra Mundial con el caso Brasillach. Robert Brasillach no solo había escrito asiduamente en la revista antisemita Je suis partout, había sido un activo colaboracionista pro nazi y en numerosas ocasiones había equiparado a los judíos con los simios.

Una vez liberada Francia, fue condenado a muerte por traición. Casi sesenta intelectuales firman una carta dirigida a De Gaulle para que le conmute la pena. Uno de los firmantes tiene una polémica abierta con Camus. François Mauriac apela a la caridad. Camus, a la justicia.

Pero ya entonces Albert Camus había erradicado los blancos y los negros de su espectro mental. Y se enfrenta a un dilema. Considera a Brasillach claramente responsable de una acción criminal, pero al mismo tiempo es contrario a la pena de muerte. El escritor Marcel Aymé le pide que firme la carta de apoyo a Brasillach por "fraternidad literaria" y tratando de descargar la responsabilidad de Brasillach argumenta que "hay mucho de azaroso en las opiniones políticas".

La respuesta de Camus es lúcida. Firmará, pero no por caridad ni por una fraternidad literaria que le parece un fraude, ni tampoco lo hará porque esté de acuerdo con el azar de los credos políticos sino porque "no hay azar en elegir lo que le deshonra a uno".

Ya entonces, y hasta el final, la ética camusiana. Una figura imborrable como reconocería el propio Sartre a la muerte de su antiguo amigo: "Representaba en este siglo, y contra la historia, al heredero actual de esa larga estirpe de moralistas cuyas obras quizá constituyan lo más original de las letras francesas.

Su humanismo impenitente, estricto y puro, austero y sensual, libraba un dudoso combate contra los acontecimientos masivos e informes de estos tiempos. Pero, a la vez, y debido precisamente a la obstinación de sus negativas, reafirmaba en nuestra época, contra los maquiavelianos, contra el becerro de oro del realismo, la existencia del hecho moral".

Antonio Soler es escritor, autor de El camino de los ingleses (2004) y El día del lobo (2024).