El Premio Nobel de Literatura László Krasznahorkai pronuncia su discurso durante el banquete de los Premios Nobel en el Ayuntamiento de Estocolmo, Suecia. Foto: Reuters

El Premio Nobel de Literatura László Krasznahorkai pronuncia su discurso durante el banquete de los Premios Nobel en el Ayuntamiento de Estocolmo, Suecia. Foto: Reuters

Letras

Mis 48 horas con László Krasznahorkai en Estocolmo: antes, durante y después de recibir el Nobel de Literatura

Acompañamos al escritor húngaro a la ceremonia de entrega de los prestigiosos galardones. Todos los detalles, en esta crónica.

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Llegué a Estocolmo el día en que se celebraba la recepción en el Nordiska Museet, el gran museo etnográfico sueco que se halla en la isla de Djurgarden. En la ciudad reinaba, como no podía ser de otra manera por las fechas, un cielo gris que no tardaba en oscurecerse por completo y reinaban también las luces navideñas. En las ventanas de las casas se veían estrellas iluminadas que les daban, en la oscuridad, un ambiente mágico

Los invitados nos reunimos en el Grand Hotel y desde allí partimos en autobuses rumbo al museo. Se percibían claramente los grupos: el físico, el químico, el médico, el económico, el literario. No había mezcla, no había contacto entre los grupos. Después de pasar por el riguroso control de seguridad entramos en el enorme espacio del museo, donde no tardé en ver a László, muy contento y un poco estresado.

Estuve largo rato con sus hijas Katalin y Ágnes, a las que conocía desde hacía mucho pero llevaba también mucho tiempo sin ver. Había una gigantesca estatua en madera del rey Gustavo Wasa en el crucero de la enorme sala del museo que a László, siempre atento a estas cosas, le pareció una catedral desacralizada (recordé que me había regalado hacía años un librito con un texto de Proust que abordaba esta cuestión de la desacralización de las iglesias).

László iba recibiendo continuamente el saludo de la gente más diversa. Se le acercó también una joven pareja de orientales, de China quizá o de Tailandia, y le pidió muy amablemente si podían hacerse una foto con él. A lo que él, con tono también muy amable pero a la vez decidido, les contestó que sí, por supuesto, siempre y cuando no la subieran a Twitter ni a Facebook ni a algo parecido. Y ellos, con una sonrisa, le dijeron que por supuesto que no, que la subirían a Instagram. ¡Oh, eso tampoco!, dijo László.

Y la joven pareja se fue sin hacer la foto. Nos extrañamos, pues bien podrían haberla sacado y no haberla subido ni a Instagram ni a Twitter ni a Facebook ni a nada parecido. La gran sala se llenó, apenas había espacio para moverse y era bastante oscura, también por el hecho de que la mayoría de las personas íbamos con ropa de color negro. Poco después de las siete se dio por acabada la recepción, volví con el grupo de invitados de László al Grand Hotel y de allí a mi alojamiento en un piso situado en un barrio más apartado del centro.

El día siguiente, miércoles 10, fue el gran día. Me presenté en el hotel poco antes de la 12 del mediodía, porque a esa hora había previsto un almuerzo con László y un grupo de sus amigos, que sin embargo se suspendió porque el tiempo era demasiado justo. Había que prepararse para el acontecimiento.

La etiqueta era rigurosa. Unos días antes ya había quedado con László de que me cambiaría la ropa de calle por el obligado frac en su suite, pues no tenía sentido ni había tiempo para regresar a mi piso después de la comida, cambiarme y volver después de nuevo al hotel. László estaba muy pendiente de la llegada de su gran amigo Colm Tóibín, que venía de Los Ángeles. Colm llegó, se fundieron los dos en un gran abrazo, e improvisamos entonces un breve y simpático encuentro en la cafetería del hotel.

Me cambié luego en la habitación de László, quien, debido a la torpeza de mis dedos, acabó poniéndome los gemelos en la camisa del frac. A partir de allí se siguieron caminos diferentes, los premiados siempre por un lado, los invitados por otro. Pronto nos subieron a los autobuses, que nos llevaron a la Sala de Conciertos en las que se celebraría la gran ceremonia de entrega de los premios, presidida por el rey de Suecia.

Los invitados de László estuvimos todos en una fila. Había bastante ruido en la sala, la gente conversaba animadamente, hasta que se anunció que en breve aparecería el rey. En ese momento se hizo un silencio que duró varios minutos. A la entrada de sus majestades hubo que levantarse. Luego nos sentamos.

Poco después se fueron anunciando los premios, los discursos de los miembros de la academia sueca que glosaban los méritos de los premiados, lo cual significaba volver a levantarse cada vez que un galardonado recibía el premio de manos del rey. Había en todo ello algo así como una misa. Las hijas de László estaban sumamente emocionadas cuando llegó el momento de la entrega del premio a su padre.

El ceremonial era sumamente riguroso, estaba incluso establecido durante cuánto tiempo podía el premiado estrechar la mano del rey. Reinaba un ambiente de suma seriedad y solemnidad. Cada paso estaba milimétricamente medido. Los instrumentos más tocados eran los metales. Una y otra vez se escucharon fanfarrias.

El premio Nobel de Literatura Laszlo Krasznahorkai, Angela Merkel y el premio Nobel de Economía Peter Howitt asisten al banquete del Nobel en el Ayuntamiento de Estocolmo, Suecia, el 10 de diciembre de 2025. Foto: Reuters

El premio Nobel de Literatura Laszlo Krasznahorkai, Angela Merkel y el premio Nobel de Economía Peter Howitt asisten al banquete del Nobel en el Ayuntamiento de Estocolmo, Suecia, el 10 de diciembre de 2025. Foto: Reuters

De allí fuimos los invitados, en autobuses, claro, autobuses llenos de señoras vestidas de gala y señores con frac, algunos con anorak encima, porque hacía frío, al banquete, que se celebraba en el gran Salón Azul del Ayuntamiento de Estocolmo. También allí el riguroso ceremonial, la solemnidad, la música, el levantarse de los asientos cuando llegaba el rey, su esposa y su hija, el levantarse de los asientos cuando se brindaba.

Había más de sesenta mesas y en el centro una larga con los galardonados y los invitados especiales que los acompañaban. László ya me había contado asombrado que junto a él se sentaría ni más ni menos que ¡Angela Merkel!

Su asombro no era de extrañar puesto que precisamente Angela Merkel desempeña un importantísimo papel en su novela Herscht 07769 (que el año que viene se publicará en castellano): allí, el protagonista escribe cartas a la canciller explicándole que es posible que se avecine una gran catástrofe en el universo y le pide, por favor, que intervenga, que haga algo, pero nunca recibe una respuesta, quizá porque las cartas no le llegaban a la política.

Desde nuestra mesa, las hijas de László y yo pudimos observar que él y Angela Merkel no paraban de hablar. ¿De qué? Por el momento no lo sabemos. A lo mejor se arregló el mundo, a lo mejor recibió Angela Merkel allí las cartas que le envió Herscht, el personaje de László Krasznahorkai.

Adan Kovacsics es amigo personal y traductor de las obras de László Krasznahorkai al español.