
Sara Mesa. Foto: Sonia Fraga
'Oposición': perdidos en el laberinto funcionarial con Sara Mesa
Después de 'Un amor' y 'La familia', la nueva novela de la escritora se sumerge en el territorio de los empleados públicos con humor y absurdo pero sorteando tópicos.
Más información: Los libros más esperados de marzo: novelas inquietantes y recopilaciones de cuentos de autores imprescindibles
El esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza, en contraposición a capital, según la definición académica del término trabajo, fue uno de los motivos recuperados por la reciente narrativa española de corte social. No hace mucho, Isaac Rosa hizo una novedosa, revulsiva y muy lograda aportación a la historia de la recreación del mundo laboral en La mano invisible.
A pesar de su peso en la sociedad contemporánea, en especial en nuestro país, y debido a su peculiaridad, fuera de ese rescate ha quedado una parcela profesional específica, el funcionariado. Aunque cuente con una bien sólida tradición en la narrativa decimonónica, con Pérez Galdós y sus inolvidables cesantes a la cabeza, se ha dejado de lado este ámbito laboral. Sara Mesa (Madrid, 1976) centra justamente la atención de su nueva novela, Oposición, en el terreno de los empleados públicos.
De entrada, Mesa afronta un difícil reto, el de enfrentarse y sortear la imagen estereotipada en el imaginario popular que marca a los trabajadores de la administración. Me refiero, claro, a la idea de gente apática, indiferente al ciudadano al que debe su salario, que Larra condensó en su popularísimo “Vuelva usted mañana”; gente dificultativa y no facilitativa, como la califica un conocido mío con no desencaminada sorna.

Oposición
Sara Mesa
Anagrama, 2025
221 páginas. 18,90 €
Dicha estampa asentada requiere un tratamiento literario que esquive la pura recreación costumbrista, pues poco mérito e interés tendría observar y constatar los muchos y consabidos rasgos tópicos que marcan esa dedicación. Sería, si se hiciera, literatura vieja, de otro tiempo. El tópico es el gran enemigo contra el que ha de luchar la autora y, en efecto, adopta medidas literarias para esquivarlo.
La idea artística seminal que la mueve es una congruente mezcla de humor, parodia, sátira, sarcasmo e invención. En algunas situaciones se adentra incluso en el absurdo. En general, una atmósfera entre vodevilesca y esperpéntica acoge la trama anecdótica.
La historia voluntariamente bastante disparatada que cuenta Sara Mesa por boca de una narradora que se llama también Sara es la de una joven que accede a un puesto de interina en las oficinas de un centro oficial. Lo que se encuentra allí es la caricatura elevada al cubo de una oficina pública: le ponen una mesa en un pasillo perdido, los funcionarios son tipos excéntricos y maniáticos, nadie tiene nada que hacer, todos se someten a unas demenciales normas burocráticas, se cultivan rencores arraigados…
En esa selva de la improductividad y el sinsentido impera, sin embargo, una auténtica mística funcionarial, un sentido trascendente de un trabajo inútil donde se halla uno de los mejores hallazgos temáticos de la autora. En fin, el retablo de la ociosidad engreída y la inepcia anda entre “la oficina siniestra” del satírico Pablo en La Codorniz y el desparpajo incisivo de El papus.
El aborregamiento funcionarial nada más tiene como réplica algunos actos de rebeldía de Sara, represaliados, por supuesto, por la kafkiana máquina burocrática. En ello se aprecia un cierto sentido de denuncia social, algo bien raro en la autora. Y, en efecto, esta crítica no da mucho de sí porque, aunque la estampa ocupe bastantes páginas, demasiadas, mediada la novela cobra peso su asunto colindante, el anunciado por el título, la oposición a una plaza fija que Sara prepara a regañadientes y forzando su ser hondo.
Es un cambio muy grande que sustituye el retrato coral por una problemática íntima. El dilema consiste, resumido en pocas palabras, en asegurarse Sara un trabajo estable haciendo caso a la voz de la sangre, representada por la madre, y al buen sentido social y en contra de sus principios vitales.
Más o menos, el conflicto está en ser fiel y consecuente consigo misma y en reivindicar la libertad con todas las consecuencias, o en claudicar al prosaísmo de la vida y rendirse a la adocenada visión burguesa del mundo.
Sara Mesa resuelve la encrucijada con una excelente peripecia sobre el desarrollo de la oposición y un brillante desenlace, pero también con desafortunada ejemplaridad propagandística. Le sale a la autora un predicador de la rectitud moral. Quedaría claro si detallara estos aspectos, pero evito el espóiler para no fastidiarle a nadie la lectura.
Oposición amalgama dos ingredientes muy distintos. El primero es de corte burlesco-testimonial. El otro responde a una indagación psicológica centrada en el descontento espiritual. Aquel recurre a la caricatura y se basa en personajes sin relieve, arquetipos ridiculizados de la ineficacia y la ineptitud, que simplifican la variedad humana. También abusa de las situaciones y anécdotas extremadas. Por ello resulta reiterativo y cansino, y da la impresión de que la autora lo ha estirado como un chicle porque la materia no daba mucho por sí misma. El segundo componente hace un retrato amargo de la insatisfacción con fuerte carga emocional. Ambos responden a sendos enfoques contrapuestos: lo jocoso frente a lo serio.
En el conjunto de la novela, Sara Mesa se ha dejado lo mejor de sus obras anteriores, el punto de extrañeza y misterio en que sumergía sus historias. Oposición tiene el mérito de una lectura sencilla y gratificante por la parte de la sátira funcionarial, pero no supone un avance en la obra en marcha de la autora. Es libro plano sin el sugestivo grado de ambigüedad que era su mejor patrimonio hasta la fecha.