
Martín Caparrós. Foto: Lisbeth Salas
Nada menos que Martín Caparrós: el autor deja por escrito su epílogo vital en sus recién publicadas memorias
'Antes que nada' es un libro contestatario y magistral en su devenir por medio siglo de periodismo comprometido con nuestra realidad.
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El cronista no quería hablar de sí mismo, aunque tras comer unas hormigas de sabor limón o tropezarse con un dios de la India supo que no le quedaba más remedio. Y así, entre aventura y aventura, nos arrendaba la mirada por el mundo, hasta que un mal día de 2022 le dijeron que se iba a morir: ELA. Con los días contados, mientras le durasen las fuerzas iba a hacer lo de siempre, narrar, pero como nunca: frente al espejo.
De esa imagen brotarían unas memorias, Antes que nada, que bien podrían haberse titulado Después de todo, porque tras miles de páginas, personas, países, al final le tocaba a él, Martín Caparrós. Una reticencia: ¿por qué volver al pasado?
Cuando la escritura es personal, termina por asomar la persona. Caparrós es, en cantidad y calidad, un titán de la lengua. A las ya conocidas glorias (Premio Planeta, Herralde y Ortega y Gasset), se suma una producción feraz: en los últimos 10 años, desde que se vino a vivir a España, ha escrito 9 novelas, 4 ensayos –el último, de 2023: El mundo entonces–, un relato en verso, un libro de fotos y cientos de columnas.
Y como medio siglo de oficio termina por pulir a cualquiera, hasta en el relato más íntimo Caparrós hace uso de su ritmo sincopado, en una estructura que alterna el presente de la enfermedad con una vida que avanza hacia nosotros. Sin embargo, esta no es exactamente su crónica, como tampoco es sentimental: "Quizá hacer ficción sea escribir sobre cada persona y no ficción, sobre muchas personas. Esto, entonces, sería claramente una ficción".
Y es que en estas 655 páginas no es que Caparrós se cuente, sino que se construye. Nacido en 1957 en Buenos Aires, de padre español y madre judía, compone a sorbos su personaje: lector a los 4 años, hincha de Boca a los 5 (véase Boquita, 2005), aprendiz de periodista a los 16 (primer cable: "Un pie congelado 12 años atrás"), bigotón con 23, calvo a los 25. El relato es un desfile de nombres, de Galeano a Walsh, Gelman, Rulfo, Cortázar o Villoro, y también de cabeceras, hasta el New York Times –que deja–. Tanto quién y tanto dónde no resultan gratuitos.
Pese a su declarada voluntad de impudicia –"si no es ahora ¿cuándo?", se dice–, las confesiones rara vez eluden lo literario. Para Caparrós la letra es la vida, y episodios como un roce sexual con Juan José Saer, la perenne enemistad con Osvaldo Soriano, su efímera afición a la cocaína o una revancha por escrito contra una exnovia –que, a su vez, le había convertido en un mal personaje– terminan por ser lo que le pasó de camino al teclado.
Vida, trabajo y, por supuesto, política: tras cada palabra que leemos hay una idea del mundo. El autor se esfuerza en explicarse y explicarnos la Argentina, con artículo, y hasta ese personalismo izquierdista, o viceversa, que llamamos peronismo. La persona es el Perón de Evita, que no existe aquí porque se acabó en 1955, aunque sí el exiliado en Madrid, al que Caparrós conoció un domingo de infancia, o el anciano que recuperó el poder para dejárselo en herencia a Isabelita, su mujer. Pero el joven militante es también joven a secas, y en estas páginas el sexo iniciático se agita con un progresivo desencanto frente a un mesías mediocre. Es el preludio del horror.
Mientras le durasen las fuerzas Caparrós iba a hacer lo de siempre, narrar, pero como nunca: frente al espejo
Por pura casualidad, nuestro hombre vivió el golpe de Videla (1976) desde París, adonde había ido a llevar unos muebles. Terminó allí por licenciarse en Historia antes de trasladarse a Madrid y urdir, en una casita de Valsaín (Segovia), unas memorias aproximadas de sus tiempos revolucionarios: No velas a tus muertos (inédita hasta 1986).
Ni la distancia, ni la literatura, ni su regreso a Buenos Aires en 1983 le bastan hoy para sentirse un exiliado. Le pesa el recuerdo de sus compañeros desaparecidos –más de cien en su colegio, cuenta–, como también el fracaso de su generación en tiempos democráticos: "Perdimos. Brutalmente perdimos, pero lo intentamos".

Martín Caparrós. Foto: Lisbeth Salas
Solo que perder no implica rendirse. Lo que Caparrós reclama es el coraje de armar un futuro por el que merezca la pena jugársela. Siempre ha sabido qué hora es sin necesidad de reloj, tal cual, así que el presente ha corrido de su cargo. Desde que en algún momento su jefe Jorge Lanata le propusiera viajar y contarlo –"a vos te gusta hacer esas porquerías ilegibles"– , no ha dejado charco sin pisar.
Se ha infiltrado en una red de pedófilos en Sri Lanka o merodeado por los territorios del narco en Bolivia, y hasta ha podido –relata con orgullo– cambiar cosas a golpe de tecla, bien jodiéndole a Videla el jogging matinal, bien destapando un caso de niños robados que agrietó la impunidad de los militares argentinos.
"Periodismo es, cada vez más, contar las cosas que muchos no quieren saber", escribiría en Lacrónica (2015), una de sus compilaciones. Esa convicción insobornable es la que le llevó a dejar un trabajo en la ONU para escribir sobre aquello de lo que sus jefes no querían que escribiese: que hay 1.000 millones de malnutridos en un planeta que podría alimentarnos a todos. Del portazo salió una obra maestra, El hambre (2014), un volumen tan hercúleo como anticomercial que tuvo que ofrecer gratis a Jorge Herralde y resultó, claro, un bombazo.
Esas columnas y escritos rebrotan aquí, y tanto si leen por vez primera a Caparrós como si lo revisitan, caerán rendidos ante una voz irónica, pero amable, pero dura, pero tierna, que provoca a este lado de la página unas ganas irrefrenables de inteligencia y aventura.
Caparrós, al contarse, se ha demostrado que sigue vivo, que hizo lo que quiso e incluso que fue feliz. Consiguió su propósito
Traduce a sus personajes, de un chino a una nigeriana, con un deje tan porteño como el suyo y hasta se ha inventado palabras, la gloria del idioma según Borges: Honestismo, por la política de código penal que sufrimos hoy en día, o Ñamérica, región y libro a la vez (2021). Aquí hay un prurito. El autor se duele de que le hayamos elegido los éxitos, de lo desapercibidas que nos han pasado sus ficciones. Una de ellas, La historia (1999), tuvo que lanzarla dos veces y es, para él, lo mejor que ha escrito "con mucha diferencia". Hoy está descatalogada.
Toca regresar a ese por qué del principio. Caparrós, al contarse, se ha demostrado que sigue vivo, que hizo lo que quiso e incluso que fue feliz. Consiguió su propósito, nada menos que robarle a la literatura sus mejores armas para explicarnos la ficción en la que vivimos. Y aunque esté convencido de que el éxito del cronista fue el fracaso del escritor, por una vez deberíamos darle nosotros las noticias y decirle que se equivoca. Y que ojalá nunca dejase de hacerlo.