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Operación Masacre es una pieza periodística y literaria magistral que, por supuesto, siempre se señala como antecedente del Nuevo Periodismo Americano y de la llamada novela de no ficción. Walsh lo hizo, sí, antes que Truman Capote y todos los demás. Aunque es preciso recordar una vez más que el género tiene muchos padres y muchos antecedentes. Tom Wolfe, con el potencial prescriptor y difusor de la cultura y de la hegemonía norteamericanas, se inventó una etiqueta para una fórmula que, sin ir más lejos, y antes que el mismo Walsh, ya habían practicado Ramón J. Sender, Manuel Chaves Nogales o Gaziel.
Walsh, en su medido relato, y siguiendo las prescripciones de las narraciones por entregas, avanza detalles de lo que contará después o deja el cebo de algo importante para atrapar el interés del lector. Hay un constante crescendo en el drama y en el agobio. Walsh, por más que esté denunciando un crimen horrible y a todo un régimen, no desdeña (al contrario) las técnicas de dosificación y aplazamiento que le garanticen la atención de sus lectores y que, además, potencian el drama. Pero veamos ahora con qué sintética y eficaz concisión Walsh nos sitúa, muy al principio, en el escenario donde se inician los acontecimientos, la inicua tragedia: “El barrio en que van a ocurrir tantas cosas imprevistas está a unas seis cuadras de la estación, yendo al oeste. Ofrece los violentos contrastes de las zonas en desarrollo, donde confluyen lo residencial y lo escuálido, el chalet recién terminado junto al baldío de yuyos y de latas. El habitante medio es un hombre de treinta a cuarenta años que tiene su casa propia, con un jardín que cultiva en sus momentos de ocio, y que aún no ha terminado de pagar el crédito bancario que le permitió adquirirla. Vive con su familia no muy numerosa y trabaja en Buenos Aires como empleado de comercio o como obrero especializado. Se lleva bien con los vecinos y propone o acepta iniciativas para el bien común. Practica deportes –por lo general el fútbol–, conversa los temas habituales de la política, y bajo cualquier gobierno protesta sin exaltarse contra el alza de la vida y los transportes”. Nos hacemos una perfecta idea, fotográfica y sociológica, del escenario cotidiano, reconocible y apacible en el que, de improviso y en brutal contraste, se va a iniciar la atroz pesadilla. La mesura en la descripción prepara el choque con el nervio de los hechos que están por suceder. La última edición modificada por Walsh de Operación Masacre se publicó, creo, en 1972. Cinco años después, ya durante la dictadura militar de Jorge Videla, Rodolfo Walsh –que, como nos recuerda en el prólogo Leila Guerriero, había sido derechista en su juventud e incluso partidario de la Revolución Libertadora– se había hecho peronista. Todavía más, era militante y oficial primero desde 1973 del grupo armado Montoneros. El 24 de marzo de 1977, a las dos de la tarde, en la avenida de San Juan, sufrió una emboscada por parte de miembros de la Armada, sacó su pistola y fue abatido sobre la acera. Como también nos recuerda Guerriero, Walsh acababa de escribir y echar al correo el que sería su último texto, Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. Seis meses antes, Victoria Walsh, su hija de 26 años, también periodista y también montonera, que estaba en compañía de su bebé de un año, su marido y más personas, se había disparado un tiro en la sien tras ser cercada y mantener un tiroteo con metralleta con efectivos del ejército argentino. ”Ustedes no nos matan, nosotros elegimos morir”, gritó Victoria de repente antes de quitarse, al igual que su marido, la vida. Este detalle no pertenece a ninguna versión oficial de los hechos. Lo recabó y lo contó su padre, el periodista Rodolfo Walsh, en un texto titulado Carta a mis amigos.