Detalle de un retrato de Pío Baroja pintado por Joaquín Sorolla que se encuentra en la Hispanic Society of America

Detalle de un retrato de Pío Baroja pintado por Joaquín Sorolla que se encuentra en la Hispanic Society of America

Letras

Diccionario de don Pío: las claves para entender el universo barojiano

Así fue la relación del escritor con su familia, su tierra natal, la medicina, los viajes, la política, la filosofía, el periodismo, el cine y otras artes

28 diciembre, 2022 02:39

Familia

Pío Baroja perteneció a una estirpe intelectual que se extiende hasta la actualidad. Su padre, Serafín Baroja, fue ingeniero de minas, artista y articulista. Su madre, Carmen Nessi, fue fundamental en la vida del escritor soltero. Su muerte le consternó. La del mayor de sus hermanos, Darío, fue una tragedia para la familia: murió en Valencia con solo 24 años. Su hermano Ricardo, poco menos de dos años mayor que Pío, fue escritor, pintor y grabador de aguafuertes. Su hermana Carmen también fue escritora y se casó con Rafael Caro Raggio, que a la postre se convirtió en editor de muchas de las obras de su cuñado. Fruto de aquel matrimonio nacieron Pío y Julio Caro Baroja. El primero, cineasta y escritor; el segundo, “el mayor antropólogo español del siglo XX” según José-Carlos Mainer, biógrafo de Baroja.

Pamplona

El trabajo itinerante de su padre desencadenó muchos cambios de residencia. En Pamplona, donde vivió desde los 9 hasta los 14 años, vio pasar por la puerta de su casa, en el número 30 de la calle Nueva, aToribio Eguía, que habría asesinado a un cura y a su sobrina e iba a ser ejecutado por el procedimiento del garrote vil. “Parecía un fantasma horroroso, vestido de negro y manchado de sangre”, escribió en el primer tomo de sus memorias, Desde la última vuelta del camino.

Medicina

Sin apenas vocación, Baroja comenzó la carrera en Madrid, la terminó en Valencia y volvió a la capital para doctorarse. Tras algún conflicto con más de un profesor, expuso su tesis ante un tribunal del que formó parte Ramón y Cajal. El dolor. Estudio de psicofísica fue el nombre de aquella indagación que, además, relacionaba la inteligencia con el sufrimiento. La filosofía existencial ya asomaba en los textos del médico hipocondríaco, que se desplazó a Cestona (Guipúzcoa) en 1984 para ocupar una plaza vacante como médico. De los desencuentros con el doctor Pedro Díaz extrae las subtramas que conciernen al doctor Sánchez, personaje ficticio de El árbol de la ciencia con quien rivaliza Andrés Hurtado en la facultad de medicina de San Carlos (Madrid).

Panadería

Hastiado de su oficio como médico, viajó a la capital para hacerse cargo de la panadería, ubicada junto al Monasterio de las Descalzas, que fundó Matías Lacasa y acabó convirtiéndose en la famosa Viena Capellanes. En aquel momento era propiedad de su tía Juana Nessi, que acababa de enviudar de Matías. Pío sustituyó a su hermano Ricardo, que la regentó hasta su llegada, y tras el mostrador pasó largas horas leyendo a los filósofos que acabarían forjando su personalidad. Aquella etapa fue una revelación en clave literaria.

Madrid

Fue la ciudad en la que Baroja residió en más ocasiones a lo largo de su vida. De niño, vivió en Fuencarral, en la era del Mico, en Espíritu Santo. Antes de la Guerra Civil, en la calle Mendizábal; a la vuelta del exilio, en la de Ruiz de Alarcón, donde se apagaría su vida. Es en Madrid donde el escritor consolida su vocación literaria, amplía los contactos, colabora con medios de comunicación y publica Vidas sombrías, elogiado por Benito Pérez Galdós, Azorín y Miguel de Unamuno. Su tendencia a pasear por los bajos fondos, visitar los descampados y acudir a los tugurios queda reflejada en la trilogía La lucha por la vida, cuya primera novela, La busca, registra el hedor de la miseria, la violencia y la mendicidad. Sin embargo, sus experiencias no serían siempre tan descarnadas en Madrid. Cultivó el placer de visitar el Rastro, los cafés, el Retiro y las librerías de viejo. Fuera de la capital, se perdió en la Sierra del Guadarrama y visitó a menudo el monasterio del Paular. Carmen Caro da cuenta de la vida madrileña del escritor en su reciente libro Paseos por Madrid.

Periodismo

Su abuelo, impresor y editor, estuvo naturalmente relacionado con el oficio. Ayudaba a su padre, el bisabuelo de Don Pío, en la edición de El liberal guipuzcoano. Baroja, que desde Cestona enviaba artículos a La justicia, un rotativo republicano de izquierdas, y que escribió para diarios como Ahora, recogió sus artículos en Vitrina pintoresca y El tablado de Arlequín, entre otros volúmenes. Fue enviado a Tánger en plena guerra de Marruecos para enviar textos a El Globo y en Ayer y hoy reuniría los textos escritos durante el exilio.

París y otros viajes

Precisamente a la ciudad del Sena tuvo que huir Baroja al inicio de la Guerra Civil, aunque ya estuvo antes junto a su hermana Carmen. La visitó por primera vez en 1899 y sancionó, según aparece en Paseos de un solitario, que “los escritores franceses se consideraran por encima de nosotros”. Conoció a los hermanos Machado, entre tantos episodios interesantes, pero nunca se cansó de desmitificar el aura bohemia y cosmopolita. Sus visitas a Roma, Florencia y Nápoles están recogidas en Ciudades de Italia, pero también estuvo en Londres, Suiza, Alemania, Bélgica, Noruega, Holanda... Hasta en Jutlandia (Dinamarca) con Ciro Bayo haciendo senderismo, y le sirvió de escenario para su trilogía Agonías de nuestro tiempo. También fueron frecuentes los viajes por la península con Azorín y Ramiro de Maeztu (“El grupo de los tres”). Y con Ortega y Gasset a bordo de su motocicleta.

Itzea

El espíritu viajero, sin embargo, se fue desvaneciendo a la vuelta del exilio. La casa de Itzea, ubicada en el número 80 de la calle Alzate, en Vera del Bidasoa (Navarra), era el hogar de su retiro espiritual. La compra de aquel caserío del siglo XVII, que encontró Baroja en un anuncio del periódico El Pueblo Vasco, se apalabró en julio de 1912 (año en que murió su padre) pero está escriturada el 26 de junio de 1913. “El precio estipulado fueron 15.000 pesetas”, escribió Pío Caro Baroja en Guía sentimental de Itzea. El sobrino del escritor residió con la familia durante muchos años en aquella casa, que contaba con una biblioteca de más de ocho mil volúmenes históricos y científicos, y también con obras sobre la brujería. Además, sirvió como escenario para que Baroja leyera sus dramaturgias: El horroroso crimen de Peñaranda del Campo fue una de ellas.

Guerra civil

También Itzea fue el lugar donde al escritor le sorprendió el estallido de la guerra. Fue detenido por un grupo de carlistas y durante horas planeó la incertidumbre por su fusilamiento en el municipio navarro de Santesteban. Los exabruptos que venía manifestando en la prensa no eran del agrado de los republicanos, pero tampoco de los sublevados. Finalmente, pudo marcharse a Francia caminando desde Itzea. Al final de la contienda, volvió y tuvo que acatar, resignado, los Principios del Movimiento Nacional. “¿Promete o jura?”, le preguntaron. “Yo, lo que sea costumbre”, respondió.

Ideología

Son conocidas las posturas conservadoras que hacia el final de su vida adoptó Baroja, pero en su juventud coqueteó con el anarquismo. Sea como fuere, el liberalismo político y un individualismo exacerbado son las constantes que prevalecen en la personalidad del escritor. “En Cestona empecé yo a sentirme vasco y recogí este hilo de la raza”, escribiría, y sin embargo siempre fue contrario al nacionalismo, por más que su tierra le despertara hondos sentimientos. “En estos momentos soy partidario de una dictadura militar”, escribió en plena Guerra Civil desde el exilio, pero su deseo era la contención de “la masa reaccionaria y la masa socialista”. Y es que “tanto una (…) como otra –explicó– me parecen lo peor del país”. En 1916 aspiró sin éxito al acta de diputado como republicano independiente en Fraga (Huesca). En Las horas solitarias el propio Baroja daría cuenta jocosa de su disparatada aventura.

Filósofos

Su pensamiento estuvo apuntalado por una formación de ingentes lecturas. De Kant le separaron las buenas intenciones, mientras que el hispanista Paul Schmitz, trasunto de Max Schultze en Camino de perfección, lo conduce a Nietzsche por sus afinidades anticlericales: “Impío Baroja”, lo llamaban. El escritor, en cambio, se inclina finalmente por Schopenhauer y el pesimismo. Para algunos, fue un nihilista y un inadaptado; para otros, un librepensador independiente. Comulgó con el escepticismo de Montaigne y Voltaire, mientras que, entre sus contemporáneos, mantuvo una buena (y conflictiva) amistad con Ortega y Gasset.

Giménez Caballero

El régimen nacional-católico de Franco, que estaba en las antípodas de Baroja, tuvo en sus filas a gerifaltes como Ernesto Giménez Caballero. El escritor falangista, director de La Gaceta Literaria y fundador junto a Luis Buñuel del Cineclub Español, recopiló de manera tendenciosa y por su cuenta artículos de Baroja en un libro propagandístico titulado Comunistas, judíos y demás ralea. El título del prólogo, a cargo de Giménez Caballero, rezaba: “Pío Baroja, precursor español del fascismo”.

Pintura

Baroja tuvo predilección por la pintura de El Greco, Brueghel, Van Gogh, los impresionistas franceses y, sobre todo, Patinir. Consideró que el cubismo y el surrealismo eran una estupidez, aunque mantuvo una breve relación con Picasso, que le hizo un retrato cuando todavía era alumno de su hermano Ricardo. Tampoco le entusiasmó el Renacimiento pictórico ni la Capilla Sixtina de Miguel Ángel. Ramón Casas lo retrató en 1904 a carboncillo y pastel, Sorolla en 1914 y Vázquez Díaz en más de una ocasión. El de 1917, sobre papel barbado a lápiz sepia, está en el Museo Reina Sofía. Nunca se mostró satisfecho con los retratos que le hicieron, salvo en el caso de Juan de Echevarría, que era su amigo. La famosa fotografía en la que Baroja pasea por el Retiro es de Nicolás Muller.

Cine

No tuvo interés por el cine. Tenía miedo de que su cabeza se le quedara fría al quitarse la boina en la sala. Con todo, la adaptación de La busca (Angelino Fons, 1966) es considerada una de las mejores de la historia del cine español, aunque a su sobrino Julio le pareciera “un pastiche de cine italiano neorrealista”. En la primera versión de Zalacaín el aventurero (Francisco Camacho, 1929) el propio Baroja interpretó el personaje de El Jabonero, pero el material se perdió. En la segunda, de Juan de Orduña en 1954, se interpreta a sí mismo. Arturo Ruiz-Castillo adaptó Las inquietudes de Shanti Andía en 1946.

Poesía

Solo publicó un poemario, Canciones del suburbio (1944). Gracias a la reciente edición de Cátedra sabemos que no solo fue ignorado por la crítica, sino también por la censura. No le interesó a nadie, pero es una muestra más de la independencia del autor, que no se somete a los convencionalismos de la época y cultiva el romance popular.

Entierro

Ernest Hemingway y Camilo José Cela fueron las celebridades literarias más relevantes que acudieron al sepelio, que tuvo escasa concurrencia. El autor de El viejo y el mar llegó a visitarlo en el lecho cuando estaba muy enfermo; el de La familia de Pascual Duarte portó su féretro desde la casa de Ruiz de Alarcón hasta el cementerio civil de Madrid. El régimen hubiera preferido que sus restos fueran trasladados a la Almudena.