Imagen | Los cuentos casi reales de Clarice Lispector

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Letras

Los cuentos "casi reales" de Clarice Lispector

La literatura infantil de la heterodoxa escritora se mueve también entre la realidad y la ficción. En 'Casi de verdad. Cuentos para niños' (Siruela) subvierte los géneros para dotarlos del magnetismo propio de sus novelas

20 diciembre, 2021 09:58

Casi de verdad. Cuentos para niños

Clarice Lispector.

Traducción de Mercedes Pineda. Ilustraciones de Mariana Valente. Siruela. Madrid, 2021. 136 páginas.

"El adulto es triste y solitario mientras que el niño tiene la fantasía en libertad", decía Clarice Lispector (Chechelnik, Ucrania, 1920 - Río de Janeiro, 1977) en una entrevista al preguntarle sobre los distintos registros de su escritura. La propia Lispector explicaba que su incursión en la literatura infantil comenzó casi por casualidad cuando Paulinho, su hijo de seis años, le reclamó un cuento para sí frente a las horas que dedicaba a los libros de mayores. En aquel momento vivían en Washington D.C., en una casa llena de animales, un escarabajo, patitos, polluelos….

El trabajo de su marido como diplomático les había obligado a dejar su Brasil de adopción, aquella tierra que sentía tan adentro. La que acogió a sus padres cuando se exiliaron de su Ucrania natal huyendo del hambre y la persecución racial de los pogromos. Con solo veintitrés años había revolucionado las letras brasileñas cuando vio la luz Cerca del corazón salvaje, su primer éxito editorial, y poco después inició un periplo familiar por distintas ciudades europeas y americanas hasta que, quince años después, tras su divorcio, regresa a su amado Río de Janeiro. Allí volverá a ejercer el periodismo y publicará entre otros títulos, estos relatos infantiles a finales de los años 60.

Lispector juega al desconcierto y huye de la ortodoxia en su afán por experimentar con la estructura y el lenguaje

El poeta Drummond de Andrade escribió: "Clarice procedía de un misterio / y regresó a otro", haciendo referencia a su temprana muerte en 1977. Un aura inquietante que sigue acompañando tanto su escritura –tildada de hermética y desasosegante– como su imagen seductora. Un atractivo que se fue alimentando por los silencios y evasivas con que desconcertaba a los periodistas y que, sin embargo, se transformó en complicidad cuando trató de cautivar al público infantil.

La autobiografía, casi crónicas periodísticas –apunta su hijo en el prólogo a esta primera edición en tomo de sus cuentos para niños–, se cuela una vez más en sus ficciones y nos permite asomarnos a la intimidad familiar de Lispector, ese espacio en el que lo doméstico se mezcla con los personajes más delirantes.

Narradora y protagonista de buena parte de sus textos nos va desdibujando la línea que separa realidad y fantasía. "La mujer que mató a los peces, desgraciadamente, soy yo. Pero os juro que fue sin querer", confiesa la autora al poco de empezar su primera historia, y solo podremos perdonarla, avisa, si llegamos al final del libro. Así de rotunda y juguetona nos lanza el hilo para hacernos partícipes del proceso creativo.

"Mi nombre es Clarice. ¿Y vosotros cómo os llamáis?". Una buena estrategia, la de esta Lispector que se hace niña y dialoga de tú a tú con el lector, para que perseveremos y descubramos que ella ama a los animales con toda su alma. Entonces sabremos de la mona Lisete, de la isla de una amiga donde existía una gran ciudad de mariposas o de Bruno Barberini de Monteverdi, el perro que murió acorralado por venganza de los otros canes. La narradora no cesa de buscar nuestra aprobación para hacernos entender que los peces mudos no supieron reclamar su comida mientras ella se pasaba las horas escribiendo. Tal es el hechizo que ejerce la ficción.

Referencias del folclore tradicional

Pero lejos de cualquier canon establecido, al igual que sucede en sus libros para adultos, Clarice Lispector juega al desconcierto y huye de la ortodoxia en su afán por experimentar con la estructura y el lenguaje. Fragmenta el discurso, hilvana consejos, historias fabulosas y crónicas del día a día que, "jura por Dios, son verdaderas", en un tono deliberadamente marcado por la oralidad que delata su origen para ser contadas.

Lo de menos es la anécdota, parece decirnos cuando nos adentra en la historia de Laura, la gallina tonta y miedosa que esquivó el puchero gracias al cuidado de un habitante-enano de Júpiter. Humor un tanto surrealista que apela a esa lógica del absurdo y conecta de maravilla con la mirada infantil.

Ficción y realidad siguen caminando de la mano en los diálogos entre la escritora y su hijo intercalados a lo largo de "El conejo pensante" que escapaba misteriosamente de su jaula o en "Casi de verdad", el cuento que da título al volumen y es narrado por Ulisses, el perro callejero de ojos dorados que acompañó a Lispector durante muchos años de su vida. Una fábula sin moraleja sobre la rebelión en el corral por causa de una higuera envidiosa que torturaba a las aves sin dormir y les robaba los huevos para hacerse millonaria. Una vez más el huevo y la gallina como leitmotiv de su imaginario narrativo.

“Cuidado con Clarice”, advirtió una de sus lectoras a un amigo hace décadas. “Esto no es literatura, es brujería”

Como era de esperar subvierte el género, al igual que hará con las doce leyendas brasileñas –una para cada mes del año– que cierran el tomo como broche perfecto. Un mosaico de textos breves tomados del folclore tradicional que Lispector reescribió por encargo y nos llevan hacia los escenarios de la selva amazónica. En sus páginas descubriremos a los curumines trepando por las lianas hasta el cielo para explicar el origen de los astros o sabremos del árbol que daba una fruta capaz de hechizar. En un giro hacia lo poético llegaremos a diciembre con Dios hablando en el silencio del aire durante la noche sagrada en que nació el Niño.

Animales y frutos, paisajes y palabras se contagian de un exotismo que encuentra su acertado reflejo en los creativos collages de Mariana Valente, artista plástica y nieta de la autora que refleja su espíritu ecléctico y compone a retazos la realidad y fantasía de estos relatos. Magnífica resulta la estampa que retrata a Clarice Lispector en la familiaridad de su salón con la máquina de escribir en el regazo, un perro a sus faldas y en las alturas el ojo que todo lo ve.

"Cuidado con Clarice", advirtió una de sus lectoras a un amigo hace décadas. "Esto no es literatura, es brujería”. Un magnetismo que la escritora brasileña extiende también al terreno de lo infantil, acaso el escenario mejor abonado para desafiar las ataduras de la lógica y dejar fluir su personalísima imaginación.