Image: Agudas. Mujeres que hicieron de la opinión un arte

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Letras

Agudas. Mujeres que hicieron de la opinión un arte

8 marzo, 2019 01:00

Dorothy Parker

Michelle Dean Traducción de Laura Vidal. Turner. Madrid, 2019. 369 páginas. 24,90 €

"Uno debe tener un ánimo de invierno", dice Wallace Stevens en su poema "El hombre de nieve". Es el ojo frío que contempla, sin sentimentalismo ni miedo, "la nada que no está allí y la nada que está". En Agudas. Mujeres que hicieron de la opinión un arte, la periodista Michelle Dean (1979) reúne diez ánimos de invierno, diez destacadas escritoras cuyas críticas, trabajos periodísticos y obras de sátira y ficción han influido en la manera de pensar el mundo y la cultura. Son Dorothy Parker, Rebecca West, Hannah Arendt, Mary McCarthy, Susan Sontag, Pauline Kael, Joan Didion, Nora Ephron, Renata Adler y Janet Malcolm. Como explica en el prólogo, la autora agrupa a estas mujeres "bajo el signo de un elogio que todas ellas recibieron en su vida: el de ser calificadas de 'agudas'". Ciertamente, es un elogio de doble filo. Si se dice de un hombre que es "agudo", se entenderá que es elegante, incisivo e inteligente. Si se aplica a una mujer, sostiene Dean, contendrá "una amenaza soterrada. La agudeza corta". Una de las virtudes del libro consiste en mostrar cómo todas estas mujeres, blandiendo la pluma como si de una espada se tratase, burlaron la gentileza atribuida a su género y otorgaron un papel protagonista a su capacidad analítica. Entre la intelectualidad del siglo XX, afirma la autora, puede que los hombres fuesen más numerosos que las mujeres, pero "en el aspecto decisivo de haber producido obras dignas de ser recordadas que definieron los términos de sus respectivos ámbitos, las mujeres fueron absolutamente a la par y, a menudo, más lejos". Coincido con ella. Dean ha estructurado el libro en una serie de retratos biográficos, dedicando cada capítulo a una mujer, por orden cronológico. Asimismo, ha incluido capítulos de transición más breves en los que dos o tres de sus protagonistas se cruzan (y que cuentan con apariciones fugaces de la novelista Zora Neale Hurston y de la dramaturga Lillian Hellman). Como suele ocurrir con estas selecciones, la autora abre interrogantes sobre las presencias y las ausencias. ¿Habría sido más acertado empezar por Virginia Woolf en vez de por Dorothy Parker? Woolf fue una pionera del feminismo, quizá más grande que cualquiera de las diez de Dean, mientras que Parker, que podía ser más dura consigo misma que con sus víctimas -escritores ególatras, obras teatrales que no pasarán a la historia, libros malos- no soñaría con calificar sus escritos de "arte". Sin embargo, al destacar la palabra "opinión" en el subtítulo, la autora enfoca la agudeza como una tribuna punzante, morada del intelectual o del crítico como maestro. Mientras que las novelas de Woolf nunca atrajeron la atención de las masas, los versos frágiles y ocurrentes de Parker gozaron de auténtica aceptación cultural a finales de los años 20. En todo caso, es la fiesta de Dean, y ha invitado a ella a las agudas que más admira, aunque estas no siempre se admirasen mutuamente.

A los lectores que no estén familiarizados con la obra de estas mujeres, agudas les resultará revelador

Adoptando una actitud de misionera que aboga por el "espíritu opositor" de sus protagonistas, la autora nos guía con destreza a través de los altibajos personales y profesionales de cada vida, sin perder de vista las afinidades -el gusto por la lucha, la honestidad intelectual- que convirtieron a algunas de ellas en aliadas (McCarthy y Arendt, Arendt y Adler) y separaron a otras (McCarthy y Sontag). Uno de los temas recurrentes es el de ser "la única mujer de la mesa". Parker es un ejemplo en su condición de miembro de la Mesa Redonda del Algonquin, una selecta tertulia en la que los escritores competían en ingenio. Parker no era la única mujer de la mesa, pero sí fue la que infligió mayores derrotas a los hombres. De hecho, a lo largo del libro se repiten dos temas: la autonomía ganada a pulso por la única chica del club de chicos, y la ambivalencia de ésta en relación con el feminismo. Aunque Mc Carthy caracterizó a la protagonista de uno de sus relatos -alter ego de la autora- de "princesa entre los troles", y Sontag se quejó de ser la única mujer en innumerables comités, ambas asumieron su posición elevada como merecida, y ninguna se sintió obligada a bajar el listón por otras mujeres. Hannah Arendt "fue antifeminista hasta el día de su muerte". Y Didion calificó algunos métodos del movimiento de "estalinistas". A los lectores que no estén familiarizados con la obra de estas mujeres, Agudas les puede resultar revelador. Dean atraviesa el paisaje intelectual del siglo XX a trote ligero. Allí están los cócteles con demasiado alcohol, las guerras de trincheras literarias y políticas, los agresivos ensayos lanzados como granadas. La autora escribe con franqueza, ofreciendo detalles indiscretos. Reconoce que los versos de Parker no se sostienen, que a Kael, la crítica cinematográfica de The New Yorker, le faltaba erudición. ¿Y qué hay de Ephron, la directora de cine cuyo lema era "todo es copia"? Escribió el escandaloso Heartburn: El difícil arte de amar, en el que dió crudos detalles de su matrimonio fracasado con Carl Bernstein, pero ¿qué tiene de opositor su trabajo en Hollywood? Tienes un e-mail y Algo para recordar son películas convencionales. El lector siente asimismo curiosidad por conocer la postura de la autora con respecto a Eichmann en Jerusalén, de Arendt. Esta meditación sobre los crímenes de guerra publicada en 1963 causó escándalo por la polémica expresión "la banalidad del mal". También me ha sorprendido el estilo de Dean, directo y vivaz, que llega a excederse en su locuacidad e imprecisión. El tratamiento informal que da a estas formidables mujeres hace que parezcan accesibles, lo cual es bueno, pero un lápiz azul es tan fuerte como una espada y, con más incisión, la agudeza del libro habría sido mayor. © New York Times Book Review