Image: J. F. Martel: El arte necesita voluntad de asombro

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J. F. Martel: "El arte necesita voluntad de asombro"

El escritor y director de cine canadiense reivindica en un ensayo publicado por Atalanta el arte verdadero frente a la impostura y el sentimentalismo que, en su opinión, imperan hoy, en plena “era del artificio”

17 febrero, 2017 01:00

J. F. Martel. Foto: Randy Kelly

Vindicación del arte en la era del artificio (Atalanta) quiere ser, ante todo, un alegato a favor de la belleza. Lo firma el cineasta canadiense J. F. Martel (Ottawa, 1977), que quiere trazar aquí una frontera clara entre el arte y la mera "estética" que, a su entender, imponen las leyes del mercado. Con el auge de los medios de comunicación de masas, asegura, "la política espectáculo, el marketing, la propaganda, la publicidad, la pornografía o el diseño industrial se convirtieron en empresas estéticas de primer orden". La consecuencia inmediata es que cada vez se hace más difícil defender que es necesario distinguir entre una obra de arte verdadera y un producto estético diseñado únicamente para "provocar respuestas emocionales en los votantes y consumidores".

Pregunta.- ¿Cómo podemos detectar la diferencia entre el arte y el artificio? Respuesta.- La diferencia es que, a través del arte, uno repara en que es singular, y en que debe afrontar el misterio de su existencia solo. A la luz de este misterio, todas sus creencias, ideas y juicios sobre el propósito de su existencia resultan relativas, limitadas. El arte nos introduce en un espacio de asombro. El artificio utiliza los mismos medios estéticos que el arte pero para fines opuestos. Se basa en la suposición de que este o aquel conjunto de creencias, ideas o juicios es evidentemente verdadero, y que el misterio, si significa algo, nos distrae de lo que realmente importa. No hay lugar, por tanto, para el asombro. La obra de arte provoca interpretaciones, mientras que el artificio viene con su interpretación incorporada.

P.- ¿Y no da el artificio al público lo que el público, simplemente, quiere?
R.- El objetivo del artificio es precisamente crear y mantener un "público". Cuando ve un anuncio de coches, usted no es un individuo, sino un consumidor abstracto para el cual ese producto ha sido diseñado. Lo explicó muy bien Kierkegaard en un ensayo profético, cuando dijo que el "público" es esa abstracción que habita en cada uno de nosotros, y en la que cada uno de nosotros nos "convertimos" a costa de nuestra verdadera individualidad.

P.- ¿Qué necesita el público para disfrutar del arte verdadero?
R.- En el ámbito del arte, ya digo, no hay público, sino individuos. Para experimentar una obra de arte, se necesitan dos cosas. La primera es involucrarse. Para experimentar una pintura usted necesita ver. Para seguir una obra de Shakespeare, necesita entender lo que dicen los actores. El segundo requisito es la voluntad de asombro. Esta es la parte que exige esfuerzo. Hoy estamos tan bombardeados por el artificio que a muchos nos ha crecido una especie de coraza que nos protege de los afectos. Mucha gente se siente incapaz de admitir que algo los ha afectado profundamente. Esta es la consecuencia más trágica de la era del artificio: que nos hace desconfiar de las emociones verdaderas.

Contra el kitsch

P.- ¿Es posible escapar del "gusto popular", y no caer en lo inaccesible o elitista?
R.- La popularidad no está reñida con el arte. Hay muchos ejemplos de grandes obras de arte que tuvieron mucho éxito: el Guernica, 2001: Una odisea del espacio. En Vindicacion... he tratado de limitar mis ejemplos a obras de arte que la mayoría de los lectores reconocerían precisamente porque quería evitar dar la impresión de que el gran arte era necesariamente "difícil". Por otro lado, no creo que la accesibilidad sea en sí misma una virtud del arte. Hay amantes de la música que dicen que Tom Waits es sólo otra estrella del pop, y otros que lo califican de un gran artista (que lo es, en mi opinión). En última instancia, creo que la accesibilidad es una cuestión por completo subjetiva. El problema surge cuando la accesibilidad se convierte en un valor en sí mismo, porque entonces existe el riesgo de que el artista sacrifique la visión sobre el altar de la accesibilidad. Y eso nunca es bueno.

P.- Y ante este panorama, ¿el arte dónde sobrevive?
R.- Bueno, el arte sobrevive porque las fuerzas creativas del individuo sobreviven bajo las abstracciones del público. Una parte de nosotros tiende al misterio. El arte dejará de existir cuando hayamos sido tan completamente sometidos por las fuerzas del mercado, de las ideologías y las tecnologías como para perder el contacto con la imaginación. Hasta entonces, los artistas seguirán haciendo arte. La pregunta es si el resto de nosotros buscaremos su trabajo o si, al contrario, les daremos las gracias por su esfuerzo recomendándoles una cura psiquiátrica.

Lo de Trump ha sido una empresa estética desde el principio. Sentimentalismo arraigado en abstracciones como la raza o la nación"

P.- Además de en la publicidad, usted ve otro grave problema en el mercado de arte, ¿no?
R.- Sí, el mercado tiene un efecto neutralizador sobre el arte. Un ejemplo es El grito de Munch. El grito nos muestra a una figura que se enfrenta cara a cara con el inexorable misterio de su existencia. No hay escape: la revelación está delante de él y Munch lo inmortaliza en el lienzo. Esto está muy bien. Pero entonces viene un multimillonario y compra la pintura en Sotheby's por 120 millones de dólares, y el mundo del arte lo celebra con champán. Se enorgullecen de sus conocimientos del arte, pero ¿pueden tomarse en serio la visión que aporta Munch? Todo esto de comprar y vender arte es una forma de desterrar las revelaciones del arte, de neutralizarlo con fiestas suntuosas y conversaciones triviales.

P.- El horror es central en su pensamiento sobre el arte moderno, pero ¿de qué forma?
R.- En general, no tenemos ningún problema con el aspecto fascinante de la belleza, pero tendemos a minimizar la parte temible, porque nos pide demasiado. En mi libro yo quería precisamente enfatizar esta parte de la ecuación mostrando que ningún objeto puede ser verdaderamente bello sin ser terrible, es decir, sin señalarnos la parte de la existencia que es inherente al miedo. Sin esa parte, el arte es tan solo kitsch.

P.- ¿Dónde nace la confusión entre la belleza y el kitsch?
R.- Después de la Segunda Guerra Mundial, Adorno dijo aquello de que no podía haber poesía después de Auschwitz. En un sentido esto es cierto; y en otro, falso. El kitsch es la persistencia hoy en ciertas formas de belleza que, tras los horrores del siglo XX, se han demostrado inválidas, o al menos parciales. El kitsch trata de hacernos creer que todo va bien. Para hablar del hundimiento del Titanic, sólo se necesita que una chica rica y un muchacho pobre se enamoren antes de que todos se ahoguen. Nadie ha definido el kitsch mejor que Kundera en La insoportable levedad del ser: "El kitsch es un biombo que oculta la muerte".

El "Trump event"

P.- ¿Qué más parcelas de la sociedad ha invadido ya el artificio o, si lo prefiere, el sentimentalismo?
R.- El "Trump Event", como me gusta llamarlo, fue una empresa estética desde el principio. Stephen Bannon lo sabe muy bien y lo aprovecha. El sentimentalismo es un virus que infecta a las personas con sentimientos que en realidad no les pertenecen, sentimientos de grupo previamente envasados y arraigados en abstracciones como la raza y la nación. Es un poderoso instrumento de control, especialmente cuando nuestros gobernantes tienen acceso a plataformas de comunicación como las que existen hoy.

P.- ¿Por qué se ha dicho que su libro es provocador?
R.- Nunca tuve la intención de provocar, aunque reconozco que a veces me daba cuenta de que mis palabras llegarían a algunos a través de ese camino.

P.- ¿No teme que le llamen ingenuo por decir que hay algo así como un arte "objetivo"?
R.- Es que no creo que la obra de arte misma sea objetiva, pero sí lo son las fuerzas psíquicas que la atraviesan. Y estas fuerzas no son inmutables, sino expresiones de cambios. Los físicos nos dicen que el mundo objetivo es precisamente lo que no es estático, lo que está en flujo constante. Lo que argumento en el libro sobre motivos estéticos no es diferente. A menudo, la reacción que un individuo tiene, por ejemplo, al leer a Cervantes nos dirá mucho sobre ese individuo y muy poco acerca del Quijote. Considero que el arte es el espejo a través del cual los dioses nos hablan. Uno siempre puede responder a esto diciendo que los dioses son ficciones. Pero, ¿qué no es ficción en esta vida? Estamos hechos de historias. Nada es más real, más objetivo, que las historias.

@nmazancot / @albertogordom