Image: John Banville y las frases criminales

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Letras

John Banville y las frases criminales

23 octubre, 2014 02:00

John Banville. Foto: Alberto Di Lolli

John Banville, premio Príncipe de Asturias de las Letras 2014, tuvo un doble acto de encuentro y reconocimiento con sus lectores, acompañado por la complicidad de Rodrigo Fresán

No fue un baño de masas pero se le pareció bastante. Un baño en un mar de gente moviéndose como oleaje tranquilo y apacible. Ayer cuando la tarde ya había caído, el premio Príncipe de Asturias de las Letras 2014 John Banville (Wexford, Irlanda, 1945), tuvo en Gijón un encuentro de proximidad con lectores y fans. En la costera ciudad del norte de España se habían reunido alrededor de mil miembros de muchos de los clubes de lectura de Asturias y de algunos de Cantabria y Galicia que llevan leyendo varias de las obras principales del escritor irlandés desde que, a principios del pasado mes de junio, se supo que el galardón había recaído sobre él en lugar de sobre otros que también sonaban como favoritos poco antes del fallo del jurado (Murakami, McEwan, Salter...).

La puesta en escena de tal suave encuentro tuvo dos actos. El primero discurrió durante aproximadamente una hora sobre el escenario del teatro Jovellanos. Sin demasiados preámbulos en los que el escritor argentino Rodrigo Fresán presentó al autor de El Intocable, Eclipse, Imposturas, Los infinitos o Antigua Luz como "El mejor estilista en idioma inglés y casi en cualquiera", pisó las tablas, menudo, traje oscuro y largo pañuelo o bufanda fina de color rojo, el galardonado novelista irlandés. Ambos mantuvieron una deliciosa charla con la clase de complicidad intrigante pero no exenta de atractivo de aquellos que se traen cierto pequeño secreto entre manos.

Desde la incómoda comodidad de sendos sillones orejeros girados hacia la platea, ante unos asientos abarrotados donde la expectación y el asentimiento podían percibirse en el aire, hablaron sin rigideces saltando con la facilidad de los buenos novelistas desde lo autobiográfico hasta lo literario. Durante un rato se centraron en novelas firmadas por John Banville, sin perder de vista a John Banville, el hombre. Muchos de los asuntos, de hecho, se arremolinaron como papelitos en una corriente de aire en torno a El mar, la novela de 2005 por la que recibió el Premio Booker y Premio Irish Book. Se detuvieron en su título tan sencillo puesto sin pensar, en la evocación de los tiempos del primer tránsito hacia la edad adulta de aquellos veranos junto al océano, en los mismo tiempos en que el niño lector comenzó a amar a las mujeres y supo que sería escritor, justo entonces, cuando el adolescente Banville empezó a descubrir que en realidad la naturaleza le asustaba ("El mar me aterrorizaba y lo sigue haciendo. El cielo, el mar, es tan plano... los elementos que no sean humanos... sé que son muy bellos pero me aterran".), que el amor dolería un poco y se estaría hecho de ausencias y que la vida acaso no podía explicarse si no era desde esa simulación, esa maqueta a escala, que es la literatura.

La charla se levantó con el telón de fondo de esa infancia donde llovía mucho y la mitad del tiempo se estaba metido en "el mar, el lugar de donde venimos y a donde, gracias al cambio climático, vamos"; ese tiempo donde "la comida era asquerosa y los sándwiches de plátano eran lo mejor que podías comer". Y de la mano de la infancia llegó la reflexión sobre el pasado: los recuerdos como algo que nos va atrapando a todos a medida que trascurre nuestra vida, el pasado como "una colina donde estamos sentados que crece y crece y que no recordamos sino que imaginamos, inventamos"...

De particular interés fue el tiempo en que ambos escritores se enzarzaron con Freud y el psicoanálisis. Banville explicó que para él Freud es "un detective de la existencia... cuya grandeza es que nos presentó a todos a la burguesía a través de la extrañeza de la vida: lo admiro como escritor de ficción pero no creo en la psicología... Los seres humanos son misteriosos, sorprendentes... No quiero conocerme a mí mismo... No tengo sensación de ser narrador. Sólo veo superficies y sólo puedo reflejar lo que veo. Creo que en la superficie es donde está la profundidad". Un miedo oceánico.

Después, claro, pusieron el foco sobre Benjamin Black, esa otra firma que ha salido de Banville para escribir, de otra forma, novelas negras. Sobre lo diferente de ese alter ego literario o más bien escritor dentro de Banville, que se ha revelado contra la exactitud de cada frase escrita lentamente con prodigiosa caligrafía en cuadernos artesanales de éste. Black que se erige como el que trae el pan a casa, el que sacude la mente de Banville con descargas eléctricas para que confiese en tres o cuatro meses una novela que tendrá suficiente éxito. En especial se detuvieron en ese juego de espejos que es La rubia de ojos negros, la reciente novela escrita por Banville como Benjamin Black como Raymond Chandler, donde el escritor irlandés continuó la saga del detective Philip Marlowe por invitación de los herederos del novelista norteamericano. Banville pasó revista a Chandler como escritor "que se despreciaba a sí mismo... pensaba que no era todo lo bueno que debía" y la ambigüedad de Marlowe, incluso sexual. La misma sexualidad de "esos actores y actrices tan bellos". La belleza teñida del color plateado de las balas, del claroscuro del crimen. Así hasta desembocar en un arranque insospechadamente freudiano: "Ser adulto es ser un criminal porque matamos a nuestros padres... luego cuando nosotros somos padres intentamos destruir la vidas de nuestros hijos, que también tratan de destruirnos".

Poco después, como ante la señal que guía un truco de mago, Fresán pisó suavemente la pequeña fogata de la charla hasta dejarla extinguida y humeante y dio comienzo el segundo acto del encuentro de Banville con los lectores. En una modesta coreografía, el premiado autor irlandés y su cicerone argentino salieron casi del brazo del teatro y entraron en el aledaño café Dindurra, abarrotado por el resto de los miembros de los clubes de lectura. Banville tomó una copa de vino blanco en una versión encogida de la charla teatral y le fue entregado un libro titulado Palabras para Banville. Una selección de sus frases, esas mismas frases perfectas por las que Banville dijo que sería capaz de matar, de vender a sus hijos, de malgastar su vida.