Image: Dos maneras de hacer Historia

Image: Dos maneras de hacer Historia

Letras

Dos maneras de hacer Historia

Luis Ribot y Manuel Fernández álvarez, cara a cara

20 noviembre, 2003 01:00

Luis Ribot (foto: C. Espeso) y Manuel Fernández álvarez (foto: M.R.)

Representan dos maneras de hacer historia, aunque se respetan y estiman. Luis Ribot (1951). último premio Nacional de Historia por La Monarquía de España y la Guerra de Mesina (Actas), considera que escribir para el gran público es "difícilmente compatible con la profundidad de un trabajo de investigación". Manuel Fernández álvarez (1921) , en cambio, rechaza los libros de Historia poco amenos y que carezcan de vuelo literario.

-Parece que la historia está de moda entre los lectores españoles... ¿es un fenómeno coyuntural, una necesidad histórica, un nuevo filón editorial de inevitable explotación?
-Luis Ribot: Creo que la situación es mejor que hace unos años, aunque no sea aún para echar las campanas al vuelo. El interés del público por la historia se aprecia sobre todo en el auge de la biografía. Además, tal interés se mezcla con el de la novela histórica y con la eclosión de aficionados que se atribuyen el título de historiador y que en ocasiones tienen un gran éxito editorial, a pesar de la escasa calidad de lo que ofrecen. El público no especializado demanda historia, pero no tiene gran capacidad crítica, por lo que es relativamente fácil darle un producto adulterado. El mercado editorial debería de ser más exigente y los historiadores profesionales, estar más atentos a las demandas del mercado para evitar la plaga de los intrusos.
-Manuel Fernández álvarez: Realmente existe un interés por los libros de historia impensable hace años. Es una novedad, de la que somos responsables los historiadores desde el momento en que nos damos cuenta de que es posible hacer asequibles a los lectores medios ciertos temas que antes se presentaban de manera abstrusa, casi incomprensible. Porque ahora el historiador se sabe responsable de acercar su saber a la sociedad.

Tentadora divulgación
-¿Se ha sentido tentado a sacrificar el rigor de sus investigaciones por una mayor simplicidad que gane lectores para sus libros?
-M.F. A.: En absoluto, es al revés: a partir de investigaciones lo más exhaustivas posibles y con el mejor aparato de notas y bibliografía que uno sea capaz de armar, se trata de hacer un esfuerzo más y darle forma literaria y amenidad. El historiador no puede olvidar que pertenece al gremio de las bellas letras. De hecho, los grandes historiadores han sido siempre grandes prosistas. Cuando la Academia Sueca concedió el Nobel al historiador alemán Mommsen, valoró especialmente su calidad literaria.
-L.R.: Es evidente que a todos nos tienta la divulgación, y creo además que es una tarea muy digna. Escribir un libro para el gran público es difícilmente compatible con la profundidad y la precisión de un trabajo de investigación académica, aunque sí con el rigor en el tratamiento de las diferentes cuestiones. Lo que lo hace más atractivo es la posibilidad de vender mucho más y obtener sustanciosas ganancias. Por otra parte es bueno que lo hagan los historiadores contrastados, que pueden garantizar un trabajo de más calidad. Sin embargo, para ello hay que valer, pues requiere un estilo ameno y una buena pluma que no está al alcance de todos.

-Muchas de las mejores investigaciones apenas salen del círculo de eruditos universitarios: ¿por endogamia, por miedo, por necesidad?
-L.R.: No creo que sea por ninguna de tales causas. Los trabajos más profundos son menos asequibles al gran público por su propia naturaleza, pues plantean las diferentes cuestiones con una precisión y exhaustividad que las alejan de quienes no están familiarizados profesionalmente con ellas. Además, están obligados a apoyarse en un extenso aparato crítico, que le interesa poco al público no experto. Esto es así y me parece difícil de cambiar, aunque ello no quiere decir que una buena investigación deba de ser un rollo o estar mal escrita. El historiador ha de intentar llegar al público más amplio posible, sin reducir u nivel de autoexigencia. En última instancia, somos humanistas, lo que hace que la tarea de acercarnos al lector no especializado sea más fácil para nosotros que para un físico o un ingeniero.
-M.F. A.: Me parece un error no abandonar el círculo endogámico, porque quien escribe un libro de historia no necesita sacrificar el rigor ni la amenidad. El engolamiento es tan innecesario como encastillarse en un trabajo plomizo sólo para colegas. Menéndez Pelayo ya zanjó esa cuestión al explicar que muchos eruditos jamás alcanzarían la categoría de grandes historiadores si no eran capaces de hacer de sus investigaciones una obra literaria aceptable. La erudición por sí sola no basta.

Sentido crítico y humildad
-¿Qué respuesta está recibiendo su éxito actual (el premio Nacional de Historia en el caso de Ribot, las ventas en el de Fernández álvarez), por parte de los "historiadores profesionales"? ¿Creen que les van a perdonar su éxito?
-M. F. A.: Quisiera pensar que sí, porque quien sienta envidia del bien ajeno debe ser muy infeliz. En cualquier caso, yo soy un "historiador profesional", y colegas tan queridos como Jover Zamora, Seco Serrano, Vicente Palacio y Gonzalo Anes, me han felicitado y animan a seguir. Personalmente me enorgullezco tanto del premio Nacional que recibí en 1985 como de que en 1998 los lectores de "El Mundo" eligieran mi Felipe II como mejor libro del año.
-L.R.: Yo también soy un "historiador profesional" y espero que mis colegas acepten bien la concesión del premio a mi libro.Muchísimos ya me han llamado y escrito para felicitarme. Soy consciente de que hay buen número de historiadores magníficos que merecen esta y otras muchas distinciones, pero al final los premios se acaban otorgando a uno solo, que no tiene por qué ser quien más lo merece. Por mi parte, no pretendo ser más que nadie; al contrario, siempre he visto mi trabajo con humildad y sentido crítico. En cuanto a la envidia, ¡qué puedo decir! Ojalá no existiera.

-¿Ha llegado la hora de reivindicar el papel del historiador español frente a los hispanistas que han protagonizado las mejores investigaciones de las últimas décadas?
-L.R.: El hispanismo ha jugado un papel fundamental, sobre todo décadas atrás, cuando la historiografía española estaba claramente atrasada y en inferioridad de condiciones con respecto a las de otros países. Pero desde los años 80 la historiografía que se hace en España está en muchos aspectos a la altura de las mejores, cosa que reconocen los hispanistas más prestigiosos, alguno de los cuales se ha planteado, incluso, la pertinencia actual del hispanismo, una vez que ya se ha normalizado en España la actividad de los historiadores. Al hispanismo hay que agradecerle trabajos espléndidos, aunque no conviene olvidar que en muchas ocasiones los editores y los ámbitos de la cultura y la universidad españolas han reaccionado con un excesivo papanatismo ante cualquier autor extranjero, independientemente de la calidad de sus obras.
-M. F. A.: Los lectores están valorando ahora a los historiadores españoles y descubriendo que no siempre los especialistas extranjeros son mejores. Más aún, al lector le conforta que sean españoles quienes le expliquen su historia. Hemos padecido demasiados años un cierto complejo de inferioridad, porque siempre hemos contado con excelentes historiadores como Ramón Carande, Menéndez Pidal, Pabón, José Antonio Maravall, Seco, Jover, Palacio... La sociedad culta española ya no necesita acudir a los libros ingleses o franceses o alemanes para conocer las investigaciones punteras.

Fascinación por el mercado
-¿Qué necesita una obra de historia para ser un éxito de ventas?
-L.R.: Yo no tengo una varita mágica y no creo que nadie la tenga, aunque existen algunos historiadores de gran éxito con una notable capacidad para llegar al gran público, lo cual tiene un mérito evidente, sobre todo si lo hacen sin alterar el contenido. El riesgo está en buscar la originalidad, la tesis sorprendente, el tema de mayor actualidad o el enfoque que más pueda atraer a los lectores, porque tal obsesión por el mercado y su fascinación convive mal con el rigor que debe de esperarse de un profesional de la historia.
-M. F. A.: No basta ser el mejor investigador posible, ni el más ameno, ni el mejor divulgador sin un bagaje cultural imprescindible, porque no es posible comprender nuestra historia sin haber leído a Quevedo, Cervantes, Garcilaso o Baroja, o el XIX sin conocer a Tolstoi, Flaubert, Zola, Chejov. Un buen historiador también necesita humildad, mucha humildad, ser capaz de releerse críticamente, sabiendo que al acabar una obra tal vez tenga que romperlo todo y empezar de nuevo.