Magüi Mira junto al cartel del Smock Alley Theatre que anuncia su monólogo 'Molly Bloom'

Magüi Mira junto al cartel del Smock Alley Theatre que anuncia su monólogo 'Molly Bloom'

Teatro

Magüi Mira: "Muchas mujeres que se atreven a expresar sus deseos lo pagan con la vida"

La directora y actriz charla con la escritora Luisa Castro durante un paseo por Dublín antes del estreno de su monólogo de Molly Bloom en la capital irlandesa

12 marzo, 2023 01:38

Al tiempo que comienza el Festival de Cine de Málaga, donde Magüi Mira (Valencia, 1944) participa en la primera película dirigida por la escritora Elvira Lindo y Daniela Fejerman, como si se tratara de un argumento de Joyce —todo concentrado en pocas horas y todo a la vez simbólico y simultáneo— la misma Magüi Mira estrena en Dublín su espectáculo sobre el monólogo de Molly Bloom en el Smock Alley Theatre, con la expectación de todas las entradas vendidas.

Pregunta. Qué gran casualidad, Magüi, justo ahora te llama Dublín, cuando tendrías que estar en Málaga.

Magüi Mira. Pues sí. Siento mucho esta coincidencia con el Festival de Málaga, me importaba mucho estar en el estreno con Elvira Lindo, pero no podía no estar en Dublín, no acudir a esta cita. Para mí esta ciudad, y Joyce y Ulises en particular, están en la raíz de mi trabajo, en mi propio origen como actriz.

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Me lo dice al teléfono, a pocas horas de encontrarnos en su hotel, donde empezará nuestro recorrido por los escenarios dublineses donde se desarrolla el primer encuentro del joven Joyce y Nora Barnacle, la mujer real con la que Joyce compartió su vida y que fue la inspiración de esa Molly Bloom que Magüi Mira interpreta basándose en ese prodigioso monólogo final del Ulises, un episodio de la Literatura con mayúsculas que, en buena parte, ayudaría a redefinir el papel de la mujer en la vida contemporánea.

Magüi Mira junto a un busto de James Joyce en Dublín

Magüi Mira junto a un busto de James Joyce en Dublín

Es el mismo monólogo con el que Magüi se estrenó en el teatro en 1980, de la mano del dramaturgo José Sanchis Sinisterra. Y es la misma Magüi de ahora, pero cuarenta años después, la que recibe hoy Dublín, una Molly Bloom vivida, sufrida, celebrada y aplaudida que lleva en cartel por todos los teatros de España desde 2019. Esta gira culminará, como no podía ser de otra manera, en la ciudad de Joyce y de la mano del Instituto Cervantes y la Embajada de España en Dublín.

¿Cómo era la Magüi de entonces, recién llegada a Madrid desde su Valencia natal? Me lo pregunto y se lo pregunto a esta mujer menuda y fuerte, resplandeciente y bellísima, inteligente y cómica, delante de otra casa de gran carga simbólica, la casa natal de Oscar Wilde, frente a su estatua en el Merrion Park, y a dos pasos del hotel donde Magüi se aloja.

M.M. Pues cómo te diría. La Magüi que aterrizó en Madrid era una Magüi que, como Molly, sacaba la cabeza de debajo de las sábanas con cierto temor y mucha excitación. Que miraba con avidez, como miro ahora todo lo que me rodea aquí, y con muchas ganas de abrir la maleta que llevaba dentro de mí y comunicarme urgentemente.

“La Magüi que aterrizó en Madrid era una Magüi que, como Molly, sacaba la cabeza de debajo de las sábanas con cierto temor y mucha excitación”

P. ¿Qué Madrid te encontraste, en qué país vivíamos entonces?

M.M. Aquel era un Madrid que despertaba a la democracia con mucho apetito, lo mismo que yo. Me inicié en el teatro a través de un viaje apasionado en el Aula de teatro de la Universidad de Valencia mientras estudiaba Filosofía. Luego, más tarde, me alimenté de gente maravillosa en el Institut de Teatre de Barcelona y en 1980, en un escenario del centro de Madrid, pasé de tener media docena de espectadores el primer día a tener que poner sillas supletorias al cabo de una semana. Ahí empezó la aventura, en realidad.

En ese último capítulo del Ulises, Molly Bloom, una cantante de ascendencia española, intenta conciliar el sueño en su cama mientras espera que llegue su marido Leopold Bloom, que ha pasado el día vagando por las calles de Dublín temiéndose lo peor, que su mujer se la pegue con otro. Y todo lo que Molly piensa sobre él y sobre su relación con él y con otros hombres, cuando su marido llega a su cama, todo ese batiburrillo de sentimientos, poderío, frustraciones, fantasías, divagaciones y humor, es lo que compone esa aria final donde Molly da lo mejor de sí elevándose a la categoría de mujer de pensamiento libre y sin ataduras que sueña con ser ella misma y deshacerse por fin del hombre que pobló sus sueños cuando era joven y al que le dijo "sí", y al que en el fondo sigue diciendo "sí".

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P. ¿Qué significa ese "sí" final de Molly para ti? ¿Cómo ves al personaje hoy en día, en tiempos del poliamor y del Me too?

M.M. Yo creo que cuando Joyce parió sobre un papel a esta mujer hace ahora cien años no se imaginó que un día sería carne viva sobre un escenario. Es asombroso todavía para nosotros pensar que cuando Molly dice “ahora es mi turno, ahora me toca a mí”, ella misma está diciendo “me too”, yo también tengo derecho a vivir con la misma libertad que un hombre, y no creo ni siquiera que el mismo Joyce imaginara ese pensamiento suyo hecho realidad hoy. Lo lamentable es que hoy ese deseo, y en demasiados países del mundo, sigue siendo un monologo interior. Y muchas mujeres que se atreven a expresarlo lo pagan con la vida.

“Cuando Joyce parió sobre un papel a esta mujer hace ahora cien años no se imaginó que un día sería carne viva sobre un escenario”

Hablamos de eso y de otras cosas delante de la Farmacia Sweny donde todavía se pueden comprar las famosas pastillas de jabón de limón que Leopold Bloom regala a su mujer Molly cuando llega a casa, medio ebrio y directo del prostíbulo. Un detalle tierno, el de la pastilla de jabón, como tantos otros que proliferan en las páginas del Ulises, entre soeces exclamaciones, masturbaciones, esputos, declaraciones de independencia de Irlanda, y sueños de profetas, que finalmente culmina con las asombrosas páginas del monólogo de una mujer que delira y reflexiona lúcida y crudamente, y con la insobornable libertad de aquellos que viven fuera de foco, en el lado oscuro de la historia.

Magüi Mira, ante la farmacia de Dublín donde aún se venden los jabones que compra Leopold Bloom en 'Ulises'

Magüi Mira, ante la farmacia de Dublín donde aún se venden los jabones que compra Leopold Bloom en 'Ulises'

P. No puede haber una obra más femenina y más feminista que Ulises, aunque esté plagada de hombres -le comento a Magüi mientras tomamos una Ginness en el Lincolns Inn, el pub donde Joyce y Nora se citaron por primera vez, debajo del Finn’s Hotel donde ella trabajaba como camarera de habitaciones. Hoy del Finn’s Hotel solo quedan las letras que lo anuncian en el muro del edificio-. ¿Tú cómo has visto evolucionar el teatro español, con tu perspectiva, y el papel de la mujer en el teatro?

M.M. Si lo comparamos con el resto de las profesiones y los espacios laborales, el teatro y el arte en general es una isla de libertad. Hemos conseguido cotas que otras mujeres todavía luchan por disfrutar. Por eso es tan importante que las directoras de escena, las productoras, las dramaturgas y las actrices hagamos visible la desigualdad que aún domina en la mayoría de los sectores de nuestra sociedad.

Ella misma, Magüi Mira, ha interpretado las mejores obras de los mejores autores de teatro clásico y contemporáneo desde Plauto a Eurípides o Shakespeare, desde Darío Fo a Strindberg o David Mamet.

P. A partir de un momento empezaste a hacer tus propias direcciones. ¿Cómo empezó esta aventura?

M.M. Era una necesidad. Desde la dirección tendría la capacidad de contar las historias y los pensamientos que estaban deseando salir de mí y llegar a otras mujeres. Y también a muchos hombres. Comprobaba día a día que como actriz me sentía limitada para expresarme. Y además cuando empecé a dirigir casi siempre esa capacidad de elegir un texto, un equipo y una producción estaban exclusivamente en manos de hombres. Ahora eso ha cambiado, o empieza a cambiar. Y el placer de dirigir a grandes creadores no tiene precio. 

P. Has dirigido obras de Vargas Llosa, Kathie y el Hipopótamo, y de Nina Raine, Consentimiento, por la que conseguiste el Premio Valle Inclán de Teatro de El Cultural. Y Penélope, con un texto firmado por ti, en el 2020, en el Teatro Romano de Mérida, entre otras muchas ¿Estás ahora pensando en algún espectáculo como directora?

M.M. No uno solo. Varios proyectos hacen cola en mi cabeza y en mi ordenador. Algunos están ya en fase de gestación. Otros deberán esperar a que se les abra la puerta de la producción. Y se les abrirá o no. Pero mi imaginación trabaja sin cesar.

“El sexo mueve y crea la vida. Pero somos aún muy pobres en cultura sexual. Y sí, Joyce puso mucha carne en el asador”

P. Tu carrera se ha visto también ampliada por tu trabajo cinematográfico, con tu intervención en Venus, de Jaume Balagueró y Alex de la Iglesia. Un trabajo en el cine que ya habías empezado en 1984 con Josefina Molina y su Teresa de Jesús. Y ahora tu participación en la primera película como directora de Elvira Lindo. Cuéntame cómo ha sido esta experiencia de rodar a las órdenes de Lindo. ¿A qué Magüi vamos a ver en Alguien que cuide de mí?

M.M. A una mujer de mi edad, en conflicto a veces, y otras en complicidad, con otras dos mujeres de diferentes generaciones. Tres mujeres escritas y dirigidas por otras dos mujeres.

Salimos de Lincoln Inn y pasamos por delante del edificio que hoy es la sede del Instituto Cervantes, y donde en tiempos de Joyce estaban situados los baños turcos de la ciudad, que el joven autor dublinés visitaba con su padre de niño.

Magüi Mira, ante la sede del Instituto Cervantes de Dublín

Magüi Mira, ante la sede del Instituto Cervantes de Dublín

P. Vas por el mundo como artista valenciana, ¿Hay algún lugar de tu tierra que sea especialmente querido para ti, y que tenga carga simbólica?

M.M. Este año me ha emocionado recibir de la Generalitat Valenciana la Medalla al Mérito Cultural. El teatro encierra todas las esencias de la cultura, y entregar mi vida a la cultura me llena de felicidad. Valencia es tierra fértil que pobló mis primeros años de gozos, de ilusiones, de proyectos. Algunos fueron momentos inolvidables, y otros fueron sueños que, con los años y mucho trabajo, se han ido haciendo, poco a poco, apasionante realidad.

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Los premios tampoco han sido ajenos en la vida de Magüi, el Premio Celestina por Cartas de amor a Stalin, de Juan Mayorga, o, ya en 2016, la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, y más recientemente el Valle-Inclán de Teatro por Consentimiento, que dirigió ella misma en 2019.

P. ¿Cuál ha sido tu premio más significativo?

M.M. Sin duda, el premio de pertenecer a esta vibrante profesión que me ha permitido crecer como persona.

Hablamos de todo esto mientras paseamos por Stephens Green, el parque que Joyce cruzaba cada día de joven para ir a University College of Dublin, que se encontraba donde ahora se levanta el MoLi (Museum of Literature of Ireland), que hoy expone la primera edición del Ulises de Joyce, editado en París por Sylvia Beach en su librería Shakespeare and Company en 1922.

Por la tarde, y un día antes de que den comienzo sus ensayos en el Smock Alley Theatre, visitamos juntas el Cultural Centre James Joyce. No sin antes cruzar el río Liffey donde Joyce y Nora dieron su primer paseo juntos y donde, según todos los biógrafos de Joyce, ocurrió esa primera experiencia sexual entre ellos que los uniría para siempre.

P. ¿Qué lugar o qué importancia crees que tiene la experiencia de la sexualidad en nuestras vidas? Para Joyce fue algo nuclear, y para toda esa época del modernismo que precede a la liberación sexual de los sesenta y que se ilumina desde la aparición de Freud a principios del XX.

M.M. El sexo mueve y crea la vida. Pero somos aún muy pobres en cultura sexual. Sí, Joyce puso mucha carne en el asador, elevó al primer plano algo que hoy nos parece normal pero que entonces fue absolutamente transgresor. Su novela fue prohibida muchos años en América, vivió procesos judiciales por escándalo. Y, sin embargo, qué importante fue y qué gran paso dio, para todas las mujeres y los hombres que vinieron después.

“A mí Molly Bloom me cambió la vida. ¡Mucho más que los vivos! Es increíble que nos haya influido tanto, que nos haya formado tanto”

De camino al Cultural Centre James Joyce, al otro lado del río, pasamos por el Hotel Riu, un establecimiento regentado hoy por una empresa catalana y cuyo edificio fue en su día el emblemático Gresham Hotel, donde transcurre la última escena del relato "Los muertos" de Joyce. Este libro de cuentos le daría el "succes d'estime" que antecede a la fama internacional de Ulises. En esa escena, y delante de ese hotel, Gretta la protagonista del cuento, entra con su marido y al mismo tiempo recuerda con intensa melancolía a su primer amor, un joven muerto prematuramente.

Magüi Mira tras su representación del monólogo 'Molly Bloom' en el Smock Alley Theatre de Dublín el 8 de marzo

Toda la obra de Joyce está sembrada de esta melancolía donde la realidad y el presente bailan con la tristeza y los deseos incumplidos del pasado. Una danza que es también la que inspira —así lo siento al salir del teatro al día siguiente— el trabajo de una artista de la escena como lo es Magüi Mira, viéndola actuar en el Smock Alley Theatre apenas unas horas después de pasearnos por las calles de un Dublín extrañamente soleado y luminoso, y de pararnos admiradas ante la puerta de Eccles Street que se conserva en el Cultural Centre James Joyce y que corresponde a la casa que el autor del Ulises atribuyó en la ficción al matrimonio Bloom.

—Sí, qué increíble, ¿verdad? —me dice Magüi, mirando asombrada esa puerta real que solo cobró importancia y sentido en la ficción—, parece increíble que una casa de mentira, una puerta de ficción, una mujer como Molly que no deja de ser un personaje inventado en unas páginas, nos haya influido tanto, nos haya formado tanto. A mí Molly Bloom me cambió la vida. ¡Mucho más que algunos vivos!

Luisa Castro es escritora y directora del Instituto Cervantes en Dublín. Acaba de publicar Sangre de horchata (Alfaguara)