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Teatro

Magüi Mira y Belén Rueda, unidas por una heroica Penélope

La directora y la actriz, que debuta en Mérida, clausuran el festival con una versión feminista del mito que convierte la espera de la esposa de Ulises en una lucha por la supervivencia y la dignidad

19 agosto, 2020 08:50

La calle Dolores Armengot se ha convertido en epicentro teatral del castizo barrio de Carabanchel. En ella están, casi puerta con puerta, el Centro del Actor, la Sala Tarambana y el local de Faraute Producciones, con un sobrio letrero en el que se lee "salas de ensayo". Su gran puerta metálica de antigua cochera y el silencio de la una de la tarde de un viernes de agosto guardan el secreto del bullicio que hay al otro lado, al fondo a mano izquierda. Allí un enjambre de técnicos y actores concentrados en sus tareas y líneas de texto se prepara para el comienzo del último ensayo en Madrid de Penélope, escrita y dirigida por Magüi Mira (Valencia, 1944), antes de viajar a Mérida. Esta versión libre y reivindicativa del mito relatado por Homero pondrá el broche final, desde hoy hasta el lunes 24, al célebre festival de teatro clásico, que a punto estuvo de no celebrarse por culpa de la pandemia de Covid-19.

Entre el ir y venir de todos, es inevitable posar la mirada en el centro del espacio, donde una radiante Belén Rueda (Madrid, 1965) vestida de blanco alza los brazos y practica una grácil coreografía que invita a pensar en El lago de los cisnes antes que en la Odisea. Ella es Penélope, la paciente esposa del gran héroe Ulises. La contemplan, ataviadas con sus mascarillas, una complacida Magüi Mira y María Mesa, la coreógrafa encargada del movimiento escénico, clave en este montaje. “¡María, abróchame la cremallera!”, solicita la veterana María Galiana (Sevilla, 1935) al entrar en la sala, con gesto de concentración minutos antes de encarnar a Euriclea, la aya protectora de Penélope y su familia. Completan el elenco principal Jesús Noguero (Badajoz, 1965), en la piel de un Ulises temperamental, posesivo y violento; Maxi Iglesias (Madrid, 1991) como Telémaco, el hijo de Ulises y Penélope; Muriel Sánchez (Zúrich, 1980) como Nausícaa, que salva al héroe naufragado; y Pedro Almagro (Valencia, 1976) como Antínoo, líder de los nobles que conspiran para usurpar el trono y el lecho de Ulises.

A pesar de ser una de las actrices españolas más reconocidas, Belén Rueda debuta en Mérida con esta Penélope. “Mérida siempre me ha dado un poquito de miedo, impone mucho”, reconoce a El Cultural. Se trata también de su primera colaboración con Magüi Mira. Las dos emplean expresiones como “magia” y “amor a primera vista” al describir el día en que se reunieron para hablar del proyecto, con el productor y director del festival Jesús Cimarro como alcahuete. Mira tenía clarísimo que su Penélope debía interpretarla Belén Rueda. “Si me hubiera dicho que no, habría guardado el proyecto en un cajón, como he hecho con otros cuando no he conseguido el reparto que quería”, asegura la autora y directora de la obra. “Belén es una estrella en el mejor sentido de la palabra, es una mujer extraordinaria. Se ha metido en el proyecto con una pasión, una profundidad y una entrega que no había visto nunca”.

La Penélope de Magüi

En la versión canónica del mito, Penélope es una mujer sumisa y paciente que espera durante años el regreso de su marido, el héroe Ulises. Pero la Penélope que ha moldeado Magüi Mira en el cuerpo, la mente y la voz de Belén Rueda es diferente: una mujer fuerte, convencida de que su amada Ítaca puede ser gobernada de una manera más justa e igualitaria, que se enfrenta a los nobles de la isla por conservar su dignidad y hacer oír su voz, y que convierte la espera en una astuta lucha por la supervivencia, mientras los nobles locales aspiran a casarse con ella. Penélope les promete casarse con uno de ellos cuando acabe de tejer un sudario para Laertes, el padre de Ulises, pero usa la estratagema de destejer por la noche lo que teje por el día, para que ese momento nunca llegue. “En la espera se aprende mucho porque uno se conoce a sí mismo”, opina la actriz protagonista. “Ulises ha trascendido como gran estratega de la guerra, pero Penélope es una gran estratega de la vida”.

Un momento de la obra en el ensayo general en el Teatro Romano de Mérida. Foto: Jero Morales / Festival de Mérida

“Penélope siempre ha estado en mi cabeza, como en la de tantas y tantas mujeres. Para mí ha pasado de ser un mito a ser un símbolo de esa mujer callada, que no tiene su espacio y que no actúa”, afirma Mira. “Hoy seguimos rodeados de Penélopes, y eso que vivimos en el primer mundo; imagina en el segundo y en el tercero, donde a las mujeres se las sigue entregando como regalo a los hombres. Así es como el padre de Penélope la entregó a Ulises: como trofeo por haber ganado una carrera. Las mujeres hoy siguen siendo moneda de cambio”.

Además, dice la autora, “Penélope es la primera mujer callada por un hombre de la que hay constancia, y fue Telémaco, su hijo” —como recuerda también la historiadora Mary Beard en su libro Mujeres y poder. “El mito de Penélope nos sigue importando porque es un tema que hombres y mujeres tenemos aún sin resolver. Seguimos igual, no tienes más que ver hoy las fotos de los consejos de ministros, de los consejos de administración de las empresas y de todas las oligarquías políticas, sociales y económicas”, añade.

Una estética al servicio de la ética

“Penélope es para mí una heroína inconformista que no asume el papel de víctima”, señala Mira. “Según Homero, mantuvo a los nobles a raya hasta el momento en que se produce una violación colectiva que aparece en el poema y entonces aparece Ulises, que los mata a todos con el arco y la flecha. Aquí los mata con la palabra, porque nuestra propuesta es conceptual; pero no por ello contamos una historia con menos emoción y verdad”.

Alfredo Noval, Pedro Almagro y Alberto Gómez Taboada interpretan a tres de los nobles principales de Ítaca. Foto: Jero Morales / Festival de Mérida

En esta propuesta conceptual, las coreografías tienen, como decíamos, una enorme importancia. “El movimiento y el trabajo físico son un soporte del texto y un potenciador de las emociones. La estética que he buscado nace de la ética, es decir, del mensaje que quiero transmitir”, afirma la directora. Esta idea se aprecia en toda su magnitud en los movimientos de los nobles, siempre al acecho y conspirando. Reptan, trepan, sisean y agitan la cabeza, ríen sarcásticamente y susurran, como si fueran hienas, serpientes o buitres, según la escena, o incluso una única bestia del inframundo con varias cabezas.

Estrategia contra el coronavirus

Es muy difícil, por no decir imposible, levantar un espectáculo teatral si los actores llevan mascarilla todo el tiempo. Por eso, todo el elenco y la directora —el núcleo de los ensayos— se han hecho varios tests durante los dos meses que llevan ensayando, y cuando el equipo técnico se suma a los ensayos, todos la llevan puesta, ella la primera. “Nos hemos hecho muchos tests, yo me he hecho ya tres o cuatro y siempre doy negativo”, explica Mira, que el día de nuestra visita al ensayo cumplió 76 años. “Yo estoy confinada: salgo de aquí y me voy a mi casa, no voy a un restaurante, no me veo con nadie y ni siquiera veo a mis nietos, porque me tengo que proteger mucho. Primero por mi propia salud, pero también porque tengo una responsabilidad muy grande. Conduzco un barco en el que va mucha gente porque un productor ha depositado en mí su confianza. No puedo hacer el imbécil. No podemos resignarnos a morir por el Covid, pero tampoco de hambre. La cultura es un alimento doble: da de comer a mucha gente y también te nutre el cerebro y demostró ser sanadora durante el confinamiento”.