Escenarios

Julia Holter, solitaria y sin ataduras

En su tercera entrega discográfica, Loud City Song, Julia Holter navega por el océano experimental que hay entre los mundos del pop y de la clásica. Estructuras y timbres intrincados para un estado sensible y emocional

4 octubre, 2013 02:00

Julia Holter. Foto: Luke Gilford.

  • Canal Spotify de El Cultural: escuche la música de este artículo
  • En su tercer elepé en solitario, Berlin, de 1973, Lou Reed levantó el telón de un escenario de cabaret-rock decadente, iluminado de forma expresionista (prostituta alemana incluida) y abismal para, sirviéndose de los reflejos en las esquirlas del espejo roto de una época pretérita, lanzar una mirada indirecta hacia su propio presente. Loud City Song (Domino/PIAS), la alentadora obra que Julia Holter ha publicado hace unas semanas, bien podría tomarse como un posible eco de aquella actitud en 2013. Se tome o no como una (involuntaria) respuesta a aquél, el también tercer álbum de Holter articula una visión donde el actual Los Ángeles se camufla y evoca mediante un formato de musical alter-pop inspirado en otro tiempo y lugar: los personajes y el ambiente parisino de finales del XIX de la novela Gigi de Colette y de su secuela en la película de Vincente Minelli.

    El caso de Holter es peculiar. De formación académica y clásica, graduada en composición en la prestigiosa escuela CalArts (creada por Walt Disney para la promoción del talento en las artes y de la que han sido alumnos otros músicos de tendencia estrábica del momento como Ariel Pink o John Maus), la angelina ha tomado una vía intermedia dentro del actual nudo de carreteras de la música global. En ella se reúnen el instinto pop y un gusto descarado por la canción de autor, con un incesante ánimo experimental que conduce a la creación de texturas ambient, y la guía del faro (intermitente y de largo haz) de los conocimientos teóricos, estructurales y las posibilidades sonoras y compositivas del clasicismo y sus vanguardias en el último siglo.

    Ello mediante, genera películas sin imagen, estructuras con algo de evanescente, bastante de teatral y mucho de complejidad musical que por arte de magia convierte en hipnosis y flechazo instantáneos para los oídos. En sus dos elepés anteriores, el debut Tragedy de verano de 2011 (Leaving Records), inspirado en la tragedia Hipólito de Euripides, y la colección de canciones Ekstasis, de la primavera de 2012 (RVNG), se apoyó más en la electrónica casera, combinando teclados como órganos, pianos, armonio y sintetizadores, en grabaciones de cuarto de estar y ordenador. Sobre ritmos prefigurados de fábrica en viejos teclados baratos como el Casiotone y las masas sonoras ambientales y vaporosas, situaba voces a oleadas (la suya, multiplicada y armonizada) acunadas en efectos de reverb, vocoder o eco. Todo ello para lograr paisajes de ensoñación y el sonido de algo que está ocurriendo tal y como es percibido por alguien que lo observa.

    La canciones (así podemos llamarlas) de este Loud City Song mantienen tales señas de identidad. Aunque en esta ocasión la instrumentación se vuelve más real y opulenta, y el ecosistema electrónico doméstico ha sido sustituido, si no del todo sí en buena parte, por el estudio de grabación profesional y una serie de instrumentistas que incluyen una buena sección de viento, cuerda, batería y contrabajo. El lugar de los sintetizadores ahora es a menudo ocupado por los vientos y las percusiones.

    Pespuntes de atonalidad y disonancia

    En general las masas de ritmos y de los otros instrumentos, con algún elemento monotonal siempre funcionando, parecen flotantes caballos desbocados desatados por una especie de pequeña orquesta. Los pespuntes de atonalidad y disonancia aquí añaden al punto ambient y de electrónica synth-pop un matiz jazzy, a veces de la vertiente free. Expresionista y concreto, entre las capas de instrumentación y las elásticas estructuras armónicas y rítmicas, se cuelan ruidos ambiente (pasos de madrugada en calle pequeña, ambiente de café, gaviotas y océano, murmullos...). Por encima, las voces, que en general se oyen de una en una, más expresivas y teatrales que nunca (en homenaje al musical de Broadway), cantan melodías intensas y deliciosas que nos parece haber escuchado antes.

    Julia Holter prosigue su búsqueda de una música sobresaliente y sin ataduras, navegando por el océano experimental que se localiza entre los continentes del pop y la clásica, subida a su nave solitaria, ese lenguaje suyo que funciona como construcción de un lugar físico, una atmósfera que se puede respirar durante un tiempo. Pop de estructuras y timbres intrincados como escenario donde se representa un estado sensible, emocional y psicológico, capaz, como en los momentos más alucinados de la prosa de Virginia Woolf, de evocar las impresiones del mundo en una mente que lo absorve para sus adentros.

    Negritas en el desfile

    Más allá de los de Berlin de Reed y Gigi de Collete-Minelli, en Loud City Song, se pueden oír otros ecos. Como sucediera en Ekstasis, Cole Mardsen Greif-Neill, también colaborador de Ariel Pink, vuelve a las mezclas y co-producción. La poesía de lo cotidianoextrañado de Frank O'Hara ha dejado su poso e inspiración. Holter pasa a limpio su brumosa versión del clásico de Bárbara Lewis Hello Stranger. El estilo performativo de Laurie Anderson tan presente ya antes, reaparece. Cierto aspecto melódico de jazz franco-brasileño nos recuerda a Laetitia Sadier de Stereolab vía Rita Lee de Os Mutantes. Un Brasil oscuro persiste y el Chico Buarque de Construção se asoma en el uso de los metales. Hay algo del sistema compositivo de impulsos y corta-pega que usaba Delia Derbyshire. También hay aromas del sentido pop del musical que ha desarrollado Tom Waits (The Black Rider) a partir de la ópera de cuatro cuartos de Kurt Weill. Y, siempre en el retrovisor, Joni Mitchell.