Peter Jackson rodando la película de su vida

Peter Jackson rodando la película de su vida

Cine

25 años de 'El señor de los Anillos': la historia de cómo sucumbió la carrera de Peter Jackson ante el anillo único

La película cayó como una bomba en la industria de Hollywood, satisfaciendo tanto a los amantes del libro como a quienes lo desconocían.

Más información: Tolkien y la paradoja de los Anillos

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En diciembre de 2001, mientras gran parte de la humanidad esperaba para celebrar el nacimiento de Jesucristo, otra no menos numerosa aguardaba con más impaciencia si cabe el alumbramiento de El Señor de los Anillos: La comunidad del anillo, primera entrega de la adaptación cinematográfica del neozelandés Peter Jackson del clásico de la fantasía épica moderna por excelencia, publicado por J. R. R. Tolkien entre 1954 y 1955. Es difícil saber cuál de los dos acontecimientos despertaba mayor ansiedad.

Tras el fallido intento en los ochenta por convertir la saga tolkiana en espectacular película(s) de animación por parte de Ralph Bakshi, habían transcurrido casi dos décadas de desesperación y tristeza para millones de fans de los hobbits, rezando en élfico y recitando El Silmarillion todas las noches en espera de un milagro. Y el milagro ocurrió.

La película de Jackson cayó como una bomba en la industria de Hollywood, satisfaciendo tanto a los amantes del libro como a quienes lo desconocían. A crítica y público. A friquis y recién llegados a la Tierra Media.

Junto a sus dos continuaciones, Las dos torres (2002) y El retorno del rey (2003), correspondientes a su vez a cada volumen de la saga y rodadas al tiempo, la trilogía de Jackson fue su peculiar anillo único con el que dominarlos a todos, cosechando su tercera entrega once premios Oscar, incluyendo todas las categorías principales, algo inédito para una película de fantasía llena de orcos, magos, enanos y guerreros. Lo nunca visto. Y quizá lo que nunca vuelva a verse.

El secreto del anillo

¿Cuál fue el secreto de Jackson? Sin duda, una inversión multimillonaria no solo en efectos especiales a la última, sino también en un reparto tanto de estrellas como de ilustres actores de carácter, dejando de lado los prejuicios habituales en la industria al abordar el género y tratándolo como si fuera un David Lean a punto de rodar Lawrence de Arabia o Dr. Zhivago.

Su convicción le revistió con un aura similar a la de un Kubrick, un Wyler o un Bondarchuk dispuestos a emprender sus más épicos y literarios proyectos.

Con fidelidad notable al texto tolkiano —pese a cambios que no dejaron de molestar a los más fanáticos, como la ausencia de Tom Bombadil—, eligiendo la fórmula de una película por libro y con una duración aproximada de tres horas cada una —que crecería monstruosamente con los insidiosos montajes del director—, El Señor de los Anillos de Jackson triunfó y cambió para siempre el paradigma de la industria audiovisual respecto a la fantasía épica, posibilitando fenómenos posteriores como la serie Juego de tronos, según la saga literalmente interminable de George R. R. Martin y muchas otras que campan ahora por sus respetos en plataformas y televisiones varias.

Los otros Peter Jackson

Curiosamente, hasta ese momento Peter Jackson había sido un director muy diferente. O, mejor dicho, dos directores muy distintos. El primero, el simpático gamberro cinéfago de comedias splatter (es decir: sangrientas) independientes, en la onda de Sam Raimi o Frank Henenlotter y su splattstick (mezcla del susodicho splatter y el slapstick o comedia de gags clásica), como Mal gusto (1987) y Braindead (1992) e incluso un salvaje filme de muñecos estilo muppets: El delirante mundo de los Feebles (1989).

El segundo, un joven auteur con amor por el género pero también mayores ambiciones artísticas, demostradas exitosamente en la comedia negra Criaturas celestiales (1994), basada en un crimen real que conmocionó la sociedad neozelandesa de los cincuenta, y en el falso documental La verdadera historia del cine (1995).

El joven Peter Jackson, rey del gore antes de encontrar el anillo único, y su Braindead (1992)

El joven Peter Jackson, rey del gore antes de encontrar el anillo único, y su Braindead (1992)

Llegó incluso a esbozarse un posible tercer Jackson, que nunca acabó de materializarse: el de la comedia sobrenatural Agárrame esos fantasmas (1996), establecido en Hollywood pero aún no del todo domesticado, manteniendo sus señas de identidad en un tono algo más familiar pero todavía gamberro. Una especie de Zemeckis, Dante o Reitman sin quitarse del todo el pelo de la dehesa neozelandesa.

Pero entonces quedó deslumbrado por el anillo único de Tolkien, y su carrera y nuestras vidas como espectadores cambiaron por completo. Aunque, quizás, no en el sentido esperado por Jackson tras tantos parabienes universales. O casi universales.

La vida sin anillo

Gollum (o Smeagol, a elegir) podría haberle contado a Jackson lo difícil que es no caer víctima del lado oscuro (perdón si mezclo un poco franquicias) una vez bajo el poder del anillo.

Ya el crítico Peter Bradshaw de The Guardian había apuntado que la adaptación de Tolkien por parte de Jackson se tomaba demasiado en serio a sí misma, mientras Jonathan Rosenbaum del Chicago Reader encontraba las batallas aburridas y la narrativa demasiado convencional. No eran los únicos y pronto King Kong (2005) les daría la razón.

Aunque lejos de ser un fracaso, el innecesario remake de la clásica historia del gorila gigante enamorado no alcanzó las expectativas de éxito crítico y menos aún económico esperadas. El retorno a un cine fantástico más moderado y humano, con la correcta The Lovely Bones (2009) pasó sin pena ni gloria. La respuesta, claro, fue volver a la Tierra Media.

El 'King Kong' (2005) de Peter Jackson, más dura será la caída

El 'King Kong' (2005) de Peter Jackson, más dura será la caída

Pero si todos coincidieron en que una trilogía de los anillos a película por libro era justa y necesaria (aunque también podría discutirse), convertir un cuento infantil como El hobbit, de algo más de doscientas páginas, en otras tres películas de casi tres horas cada una (no hablemos de las versiones del director), acabó por expulsar del universo cinemático Tolkien a todos aquellos que no fueran acérrimos fans del mismo.

Como dijo algún espectador avispado, ver la primera entrega de El hobbit era como si en El mago de Oz Dorothy tardara hora y media en abandonar Kansas.

Desde la por fortuna última entrega de El hobbit en 2014, Jackson apenas ha dirigido el documental Ellos no envejecerán (2018), dedicado a los caídos en la Primera Guerra Mundial, y dos documentales sobre los Beatles —otra obsesión—: The Beatles: Get Back (2021), miniserie televisiva, y The Beatles: Get Back – The Rooftop Concert (2022). Al menos no le ha dado por los primeros tiempos de Tyrannosaurus Rex con Steve Peregrin Took (los tolkianos saben a qué me refiero).

Otro proyecto truncado sería Las aventuras de Tintín (2011) dirigida por su amigo Spielberg, de la que fue productor y cuya segunda entrega jamás llegaría, gracias sean dadas a Ilúvatar. El desafío de superar su original trilogía épica parece, de hecho, superar a un Jackson poco o nada atrevido, más cómodo en sus facetas de productor y documentalista.

De la Tierra Media a Los Beatles, nada le viene grande a Jackson

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Por supuesto, la Tierra Media se ha convertido en una franquicia que, con algunos réditos, sigue beneficiando a Jackson, productor del filme de animación La guerra de los Rohirrim (2024). Pero a quienes un día vimos en él uno de los nuevos talentos que podían revolucionar el cine fantástico, con delirios como Braindead o extravagancias como Criaturas celestiales, no nos queda más remedio que admitir que Tolkien tenía razón: “Porque nada es malvado en sus comienzos...”, pero la atracción del anillo único te arrastra a la tierra de Mordor, donde se extienden las Sombras.