Image: Los vivos con los muertos

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Cine

Los vivos con los muertos

19 mayo, 2015 02:00

Una imagen de Louder than Bombs, de Joachim Trier

El noruego Joachim Trier, el tailandés Apichatpong Weerasethakul y el japonés Kiyoshi Kurosawa presentan en Cannes tres películas en las que exploran el influjo de los espíritus en el mundo de los vivos con propuestas que se quedan a medio camino.

El desbarre new age y sentimentlista de Gus Van Sant anunció lo que estaba por venir en los próximos días: una diálogo de reconciliación entre los vivos y los muertos. Joachim Trier, Kiyoshi Kurosawa y Apichatpong Weerasethakul también han convocado en sus últimos trabajos el reencuentro en el purgatorio entre la carne y el espíritu, relatos para los que la muerte nunca es la despedida, acaso el principio de otra vida. Y lo curioso es que las crónicas de ultratumba de todos ellos carecen de la magia y el misterio de sus trabajos más apreciables.

El director noruego Trier, apreciado en estos lares por su anterior filme Oslo 31 de agosto (aunque yo no fui capaz de verle nada realmente apreciable), es el único de los mencionados que ha participado a concurso por la Palma de Oro. Louder than Bombs nos sitúa en los restos de un naufragio familiar, aquel que ha dejado viudo a un profesor de escuela (Gabriel Byrne) y semihuérfanos a sus dos hijos (Jesse Eisenberg y Devin Druid) el fallecimiento en un accidente de coche de una célebre fotoperiodista a la Sebastiao Salgado interpretada Isabelle Huppert. Cuatro años después de la tragedia, una galería va a dedicarle una gran retrospectiva a la fotógrafa y el reportero del New York Times con quien viajó durante años a diversos países en conflicto (el último de ellos, Siria) publicará un artículo desvelando que la muerte fue por suicidio.

El filme negocia con la vida de los que quedaron en tierra, y especialmente con el hijo menor, en el difícil proceso de reconducción de sus vidas frente a la ausencia de una madre que, por otro lado, pasaba la mayor parte del tiempo muy lejos de casa, fotografiando tragedias a lo largo y ancho el planeta. A la familia disfuncional se suma un grado mayor de disfuncionalidad, de ahí el retrato de un preadolescente díscolo y ciertamente insoportable, forzado a madurar antes de tiempo, pero supuestamente dotado de un mirada excepcional hacia el mundo y enamorado de una compañera de clase. Su proceso de desmitificación del padre ocupa el centro del relato, cuya trama se reduce a si el padre y el hermano mayor deben poner en aviso a este presunto genio en ciernes de las verdaderas circunstancias de la muerte de su madre antes de que se entere por el periódico. En principio no resulta especialmente atractivo.

Louder than Bombs adopta una narrativa en puzzle, con constantes saltos en el tiempo hacia atrás y hacia delante, que en ocasiones recuerda al cine de Atom Egoyan por su capacidad para armar un mecano complejo desde la síntesis dramática pero que al final se revela algo desencajado y falto de piezas. El progresivo descubrimiento de los traumas que implosionan en el núcleo familiar encuentra su espejo en el legado de la madre fallecida a partir sobre todo de la organización del trabajo fotográfico que dejó tras su súbita marcha. La parte más estimulante del filme es la representación de la fractura generacional entre los hermanos, abierta por la vampirización de la virtualidad en la vida del menor, si bien el resto de la propuesta acaba asfixiada por la dictadura de un guion endeble y previsible y de unos personajes sin energía para sostenerlo. Trier se esfuerza por otorgarle un empaque visual a su propuesta de cierta originalidad, con algunos tramos atractivos y audaces, pero se revela especialmente histérico y el tono general naufraga, para a la larga terminar bloqueando los arranques de emoción que el relato trata de conjurar desesperadamente.

Una imagen de Cemetery of Splendour, de Apichatpong Weerasethakul


La transmigración de las almas y el efecto espectral de los muertos en el mundo de los vivos es la especialidad del tailandés Apichatpong Weerasethakul, quien fuera galardonado con la Palma de Oro por la prodigiosa Las vidas pasadas de Uncle Boonmee. Su nuevo trabajo, visto en "Un certain regard", es portador de probablemente el título más hermoso y sugerente del festival, Cemetery of Splendour, si bien el resultado final no está a la altura ni del título ni del talento demostrado por el cineasta en anteriores trabajos. De nuevo, el presente se cultiva con las leyendas y la tradición cultural de su país, con las que el cineasta dialoga a través de la coartada onírica: un grupo de soldados padecen un enigmático síndrome, una especie de enfermedad del sueño, y han sido puestos en cuarentena en una clínica, donde una médium ayuda a sus familiares a comunicarse con ellos y una voluntaria llamada Jen establece una relación con Itt, uno de los soldados enfermos.

La conjunción entre los personajes y la naturaleza que les rodea es de nuevo un cauce de revelación primordial en el relato, si bien esta vez la película, eminentemente hablada, carece del vuelo, la magia y el misterio de obras que la preceden, como Syndromes and a Century, que también acontecía en un hospital y es con la que más afinidades narrativas comparte. Aparte de una hermosa secuencia en una sala de cine, donde establece un metafórico juego de proyecciones entre el espectador y la pantalla, la película exige demasiado al espectador que no esté dispuesto a imaginar las evocaciones del pasado que la médium, transmisora de los sueños de Itt, describe en su paseo con Jen por los espacios en los que siglos atrás se edificaron palacios regios. Alejándose de lo fantástico para apelar al sueño a través de lo real y sus evocaciones, el filme se ancla en el código documental, con algunas intervenciones arty que no aportan nada a la propuesta, más bien al contrario.

Una imagen de Viaje a la orilla, de Kiyoshi Kurosawa


El nipón Kiyoshi Kurosawa convoca en Viaje a la orilla un universo naturalista de carácter bidimensional, en el que muertos y vivos comparten recuerdos y aventuras cuando el novio de la protagonista, fallecido tres años atrás, reaparece en el hogar de ambos para emprender un viaje con el que saldar deudas y entrar en armonía con el mundo. Da la sensación de que el filme podría haber llegado mucho más lejos en sus intenciones. La larga escena central de la película de una niña espectral tocando el piano es especialmente hermosa, filmada con una sensibilidad y una delicadeza en las variaciones de luz que concentra en sí misma las promesas del filme. Incumplidas, en todo caso, pues éste se estira demasiado y nunca termina de encontrar la síntesis entre el mundo material y fantasmagórico, no en vano retratados bajo los mismos presupuestos estéticos.