Image: ADN el secreto de la vida

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Ciencia

ADN el secreto de la vida

por James D. Watson

2 octubre, 2003 02:00

Watson y Crick ante una maqueta de la estructura del ADN

El descubrimiento de la estructura molecular del ADN en 1953 por James D. Watson y Francis Crick les llevó a la obtención el Nobel de Medicina en 1962. Con motivo del 50 aniversario de este hito, Watson publica el 8 de octubre en España ADN. "El secreto de la vida" (Taurus), del que adelantamos un fragmento.

Como solía ocurrir habitualmente los sábados por la mañana, el 28 de febrero de 1953 llegué a trabajar al Laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge antes que Francis Crick. Tenía una buena razón para levantarme temprano. Sabía que estábamos cerca -aunque no tenía ni idea de cuánto- de descifrar la estructura de una molécula poco conocida llamada ácido desoxirribonucleico: ADN. No era una vieja molécula más: tal como Crick y yo estimábamos, el ADN es la estructura química que contiene la mismísima clave de la naturaleza de la materia viva.

Almacena la información hereditaria que se transmite de una generación a la siguiente y organiza el universo increíblemente complejo de la célula. Descifrar su estructura tridimensional -la arquitectura de la molécula- proporcionaría, eso esperábamos, un indicio de aquello a lo que Crick se refería medio en broma como "el secreto de la vida".

Ya sabíamos que las moléculas de ADN constaban de múltiples copias de una única unidad básica, el nucleótido, que se presenta en cuatro formas: adenina (A), timina (T), guanina (G) y citosina (C). Había pasado la tarde anterior haciendo recortes en cartulina de estos componentes y ahora, una tranquila mañana de sábado sin nadie que me molestara, podía entremezclar y disponer al azar las piezas del rompecabezas tridimensional. ¿Cómo iban a encajar todas juntas? Enseguida me di cuenta de que un simple esquema de emparejamientos funcionaba divinamente bien: A encajaba limpiamente con T, y G con C. ¿Se trataba de esto? ¿Constaba la molécula de dos cadenas unidas entre sí por pares A-T y G-C? Era tan sencillo y hermoso que casi tenía que ser cierto. Pero había cometido errores anteriormente y, antes de que pudiera emocionarme demasiado, mi esquema de emparejamientos tendría que sobrevivir al examen minucioso del ojo crítico de Crick. Fue una espera angustiosa.

Pero no tenía que haberme preocupado: Crick comprendió inmediatamente que mi idea de los emparejamientos insinuaba una estructura de doble hélice, en la que las dos cadenas moleculares giraban en direcciones opuestas.

Todo lo que se sabía acerca del ADN y sus propiedades -los hechos con los que habíamos estado luchando mientras tratábamos de resolver el problema- cobraba sentido a la luz de esas encantadoras espirales complementarias. Lo más importante fue que la forma en que la molécula estaba organizada sugirió inmediatamente soluciones a dos de los misterios más antiguos de la biología: cómo se almacena la información hereditaria y cómo se replica. A pesar de esto, el alarde de Crick en el Eagle, la taberna donde comíamos habitualmente, de que efectivamente habíamos descubierto ese "secreto de la vida", me pareció en cierto modo una falta de modestia, especialmente en Inglaterra, donde no darse importancia constituye una forma de vida. Sin embargo, Crick estaba en lo cierto. Nuestro descubrimiento puso fin a un debate tan antiguo como la especie humana. ¿Tiene la vida una cierta esencia mágica y mística, o es el resultado, como cualquier reacción química realizada en una clase de ciencias, de procesos físicos y químicos normales? ¿Hay algo divino en el fundamento de una célula que la vivifica? La doble hélice respondió a esa pregunta con un no definitivo. (...)

Crick y yo comprendimos rápidamente el significado intelectual de nuestro descubrimiento, pero en modo alguno podíamos haber previsto el impacto explosivo de la doble hélice en la ciencia y la sociedad. Las encantadoras curvas de la molécula contenían la clave de la biología molecular, una nueva ciencia que en el curso de estos últimos cincuenta años ha progresado de un modo sorprendente. No sólo ha producido un conjunto pasmoso de conocimientos sobre los procesos biológicos fundamentales, sino que actualmente su repercusión en medicina, en agricultura y en derecho es aún más profunda.

El ADN ya no es sólo un asunto que interese a los científicos de bata blanca en oscuros laboratorios universitarios; nos afecta a todos. Para mediados de los sesenta habíamos averiguado los mecanismos básicos de la célula y sabíamos cómo el alfabeto de cuatro letras de la secuencia del ADN se traducía, por mediación del "código genético", en el alfabeto de veinte letras de las proteínas. El siguiente momento explosivo en el desarrollo de la nueva ciencia llegó en los años setenta, cuando se introdujeron las técnicas para la manipulación del ADN y la lectura de sus secuencias de pares de bases. Ya no estábamos condenados a observar la naturaleza desde la barrera, sino que en realidad podíamos juguetear con el ADN de los organismos vivos y leer el guión básico de la vida.