Hannah Arendt y Primo Levi

Hannah Arendt y Primo Levi

Entreclásicos

Hannah Arendt y Primo Levi: dos perspectivas sobre el fascismo

La posteridad se ha encargado de crear un culto insensato sobre la politóloga alemana. El escritor italiano, en cambio, afirmó décadas después de su reclusión en Auschwitz que las políticas de exterminio no pertenecían al pasado.

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El 4 de diciembre de 2025 se cumplieron cincuenta años de la muerte de Hannah Arendt. Nunca he sido partidario de convertir a un pensador en un rock star, pero la posteridad se ha encargado de crear un culto insensato sobre la politóloga alemana. Escribo "politóloga" en vez de "filósofa" porque ella siempre insistió en que no hacía filosofía, sino análisis político.

Imagino que esa distinción procedía de su relación con Martin Heidegger, maestro y amante en sus años de estudiante universitaria. Heidegger consideraba que el papel de los filósofos era reflexionar sobre el ser y lamentaba que la metafísica occidental no solo hubiera olvidado esa misión, sino que, además, hubiera incurrido en el olvido de ese olvido.

Arendt nunca mostró interés por el ser. Prefirió ocuparse de la condición humana y la vida política. Su mirada permaneció deliberadamente a ras de tierra, evitando las complejas abstracciones del "mago de Meßkirch". Sin embargo, esa mirada a veces se nubló o se dejó seducir por argumentos literarios o estéticos alejados de la realidad.

Isaiah Berlin no ocultó su escepticismo sobre algunos aspectos del trabajo de Hannah Arendt, observando que sus tesis resultaban más atractivas para los literatos que para los sociólogos, filósofos y politólogos. Berlin refutó su teoría sobre la banalidad del mal, señalando que Adolf Eichmann no era un simple funcionario con un ciego sentido del deber. El oficial de las SS declaró que en un Estado democrático habría sido igual de escrupuloso y aseguró que no sentía ninguna clase de animadversión hacia los judíos.

Con un enorme cinismo, basó su defensa en el famoso juicio de Jerusalén en su sentido de la obediencia, un principio que le había convertido en "víctima" de las circunstancias históricas. Ahora sabemos que Eichmann mintió. En una entrevista concedida en Argentina poco antes de ser capturado por un comando del Mossad, se jactó de su papel en el exterminio de seis millones de enemigos del Reich y, en un alarde de crueldad y mal gusto, agregó que sus huesos se estremecerían de alegría en la tumba al evocar ese logro.

El mal nunca es banal. Surge del odio, el fanatismo, la miopía, el resentimiento o la ambición de poder

El mal nunca es banal. Surge del odio, el fanatismo, la miopía, el resentimiento o la ambición de poder. Eichmann sabía perfectamente lo que hacía. No era una "víctima" y, menos aún, un "payaso", como apuntó Hannah Arendt. Es absurdo afirmar que perdió la capacidad de pensar por culpa del régimen nazi.

Nunca fue un autómata, sino uno de los artífices de la Shoah, con un gran talento para la planificación y la ejecución de las decisiones aprobadas en la infame Conferencia de Wannsee, donde los altos cargos de la dictadura hitleriana acordaron la puesta en marcha de la Solución Final al Problema Judío. La hipótesis sobre la banalidad del mal es la consecuencia lógica de la explicación del totalitarismo desarrollada por Hannah Arendt.

Según su famoso ensayo, Los orígenes del totalitarismo, el nacionalsocialismo y el estalinismo destruyeron las libertades individuales al suprimir esa esfera pública donde el ser humano puede trascender su dimensión biológica, utilizando la palabra para expresar sus opiniones. Física y espiritualmente aislados, los ciudadanos alemanes y soviéticos se despersonalizaron, deviniendo masa.

Sin un ágora donde debatir y discrepar, se impuso una narrativa oficial que transformó el discurso del poder en un absoluto incuestionable. La intromisión del Estado en la esfera privada mediante un sofisticado sistema de vigilancia consolidó este proceso deshumanizador.

Hannah Arendt describe el totalitarismo como un fenómeno político, sin reparar en aspectos antropológicos. Más perspicaz, Emmanuel Lévinas advirtió que el totalitarismo no es solo una maniobra del poder, sino la expresión de "las capas más profundas de la existencia natural". En su artículo "Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo", publicado en 1934 en el nº 26 de la revista Esprit, señaló que el hitlerismo representaba la libre rescisión del contrato civilizatorio.

El misticismo hitleriano desmonta la tradición instaurada por el judaísmo, el cristianismo y la Ilustración. En su lugar, formula un nuevo ideal: la voluntad de poder, la moral de amos y esclavos, la inversión de los valores, el desprecio por lo espiritual, el culto al cuerpo. "La voluntad de poder de Nietzsche que la Alemania moderna reencuentra y ensalza –escribe Lévinas– no es tan solo un nuevo ideal, es un ideal que aporta al mismo tiempo su forma propia de universalización: la guerra, la conquista".

Nos cuesta aceptar que la sociedad pueda abrazar un ideal totalitario, pero es lo que sucedió en la Europa de los años 30 y lo que está pasando con el ascenso del trumpismo y los neopopulismos de algunos países europeos y latinoamericanos.

En 1982, Primo Levi regresó a Auschwitz. Internado entre sus alambras entre febrero de 1944 y enero de 1945, Levi sobrevivió gracias a su profesión de químico y a su habilidad para aprender idiomas. Entrevistado por un equipo de la RAI, el escritor italiano afirmó que las políticas de exterminio no pertenecían al pasado. La idea de segregar, deportar y aniquilar a los supuestos indeseables sigue viva en la mente de muchas personas.

"La idea no ha muerto, porque nada muere definitivamente. Todo reaparece bajo nuevas formas, pero nada muere por completo". Eso sí, "las formas cambian". En nuestros días, valga como ejemplo la pretensión de Donald Trump de expulsar de Estados Unidos a miles de somalíes que gozan de la condición de refugiados o que incluso han conseguido la ciudadanía. Desde el punto de vista del presidente republicano, solo son "basura".

Detrás de estas políticas segregadoras y represivas siempre late el mismo propósito: "reducir a la nada la personalidad del hombre, tanto interiormente como exteriormente, y no solo la del prisionero sino también la del guarda del Lager, él también pierde su humanidad; sus rutas divergen, pero el resultado es el mismo".

No pretendo impugnar el análisis de Primo Levi, pero creo que el verdugo no se deshumaniza. Solo deshumaniza a sus víctimas para reforzar su identidad como amo, señor o superhombre. De hecho, Rüdolf Hoss, comandante de Auschwitz, era cariñoso con sus hijos y su esposa, pero se creía infinitamente superior a los judíos, gitanos, eslavos y comunistas, a los que calificaba de subhumanos.

El fascismo ha regresado en forma de darwinismo social

El fascismo ha regresado en forma de darwinismo social. El desmantelamiento de USAID, la agencia estadounidense para el desarrollo internacional, ya está causando estragos. En África, se propaga la malaria y el SIDA, provocando muertes evitables. En los próximos cinco años, podrían morir 14 millones de personas por enfermedades que podrían prevenirse o curarse.

Ya no hacen falta alambradas o cámaras de gas. Es suficiente recortar presupuestos, priorizar el beneficio sobre la salud, reutilizar material sanitario de un solo uso, rechazar pacientes o alargar listas de espera para gastar menos dinero en personal sanitario.

Hannah Arendt atribuyó el mal a políticas de Estado. No se equivocaba, pero se le olvidó añadir que esas políticas no prosperarían sin el apoyo de un amplio sector de la ciudadanía que sueña con demoler los principios de la civilización, pues entiende que la compasión, lejos de ser una virtud, constituye un despilfarro y un signo de decadencia.