Fotograma de 'La batalla de Argel' (1966), de Gillo Pontecorvo.

Fotograma de 'La batalla de Argel' (1966), de Gillo Pontecorvo.

Entreclásicos

Las lecciones de 'La batalla de Argel'

La película de Gillo Pontecorvo nos obliga a reflexionar. La violencia puede ser legítima, pero siempre conlleva un alto coste moral, y los libertadores a veces se convierten en opresores.

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La batalla de Argel, una película de Gillo Pontecorvo estrenada en 1966, es una obra maestra del cine político. Rodada en blanco y negro, posee un sobrio estilo documental que recrea la lucha de los argelinos por la independencia.

Yacef Saâdi, dirigente del Frente de Liberación Nacional y, posteriormente, senador en el Consejo de la Nación de Argelia hasta su muerte, se interpreta a sí mismo, lo cual añade convicción y dramatismo a un filme duro y áspero, donde se abordan temas tan polémicos como la lucha armada y la tortura.

Pontecorvo muestra cómo Saâdi recluta a Ali la Pointe, un ratero que cumplió condena en la famosa prisión de Barberousse. Interpretado por Brahim Haggiag, Ali la Pointe desarrolló conciencia política en la cárcel mediante el contacto con activistas del FLN.

Después de convertirse en uno de los tenientes más leales de la resistencia y participar en varios atentados, prefirió morir en compañía de Hassiba Ben Bouali, Mahmoud “Hamid” Bouhamidi y “Petit Omar” en vez de entregarse a los paracaidistas franceses que habían localizado su escondite. Los militares volaron la casa donde se encontraba, sin ignorar que los explosivos acabarían también con la vida de una mujer y un niño.

Para los franceses, eran terroristas, como lo habían sido los miembros de la Resistencia para los nazis. Sin embargo, hoy son considerados héroes en Argelia, pues sacrificaron sus vidas para librar a sus compatriotas del yugo colonial.

Ambos bandos cometieron atrocidades, pero sería aberrante cuestionar el derecho de los argelinos a luchar por su independencia. La violencia del FLN obedecía a una causa justa. En cambio, la violencia de las autoridades coloniales francesas nacía de la injusta pretensión de mantener sometido a un país extranjero para saquear sus recursos.

Ali la Pointe era analfabeto, pero Hassiba Ben Bouali había estudiado en el Liceo Pasteur y había recibido clases de música, si bien interrumpió sus estudios para incorporarse al FLN. Apodada la “benjamina” de las combatientes femeninas en la Casba, pronto adquirió una posición influyente entre los rebeldes argelinos.

Su atractivo físico y su aspecto de mujer europea le facilitaron su trabajo como enlace, pues sorteaba los controles sin ser registrada por los soldados. Al mismo tiempo, colaboró con el doctor Pierre Chaulet como asistente de enfermería en una clínica secreta para atender a los activistas del FLN heridos en los enfrentamientos con las fuerzas de ocupación francesas.

Hassiba Ben Bouali se consideraría hoy una mujer empoderada, pues no se limitó a obedecer a los hombres del FLN, sino que ejerció un carismático liderazgo.

Durante la noche del 9 al 10 de agosto de 1956, un grupo de europeos colocó una bomba en un callejón de la Baja Casba. Una terrible explosión mató a 70 civiles. El FLN respondió con una serie de ataques contra la población civil europea.

Chicas de la banda de las bombas de Yacef Saâdi, de izquierda a derecha: Samia Lakhdari, Zohra Drif, Djamila Bouhired y Hassiba Ben Bouali a la derecha. Foto: Wikipedia.

Chicas de la banda de las bombas de Yacef Saâdi, de izquierda a derecha: Samia Lakhdari, Zohra Drif, Djamila Bouhired y Hassiba Ben Bouali a la derecha. Foto: Wikipedia.

Se creó lo que se llamó la “banda de las bombas”, integrada por Zohra Drif, Djamila Bouhired, Baya Hocine, Daniele Minne y Samia Lakhdari, argelinas de apariencia europea que colocaron explosivos en diferentes lugares de la capital. Dirigidas por Yacef Saâdi, Hassiba Ben Bouali se encargó de transportar las materias primas a los laboratorios que fabricaban las bombas y de recoger los artefactos una vez preparados para su detonación.

La ofensiva precedió a la huelga de ocho días que intentó llamar la atención de Naciones Unidas para que reconociera el papel del FLN en la lucha por la independencia.

Como muestra la película de Pontecorvo, la “banda de las bombas” atacó cafeterías y autobuses. La crudeza de estas acciones provoca rechazo, pero la batalla desigual con el ejército francés no dejaba otra alternativa.

Cuestionar el derecho de los argelinos a librarse de los franceses por cualquier medio es tan absurdo como censurar la rebelión del 2 de mayo en Madrid contra el ejército napoleónico.

Los españoles atacaron a los franceses con inusitada ferocidad, utilizando toda clase de armas, como tijeras, azadones y navajas. Muchas veces, los soldados preferían suicidarse antes de ser linchados por la multitud. A pesar de esta violencia, el 2 de mayo se considera una fecha heroica en la historia de España y un legítimo acto de resistencia.

En 1957, el gobierno francés movilizó a 10.000 paracaidistas para ocupar la Casba. Bajo el mando del general Jacques Massu, el ejército creó un método que más tarde se exportaría a Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Chile para destruir los movimientos insurgentes. Como narró con orgullo el general Paul Aussaresses en una entrevista en Le Monde y en el programa 60 minutos, se utilizó la tortura de forma sistemática para neutralizar al FLN.

En La Question, el periodista franco-argelino Henri Alleg relató con detalle cómo le torturaron durante días, aplicándole corrientes eléctricas en los genitales, la lengua, los ojos, el ano y las orejas. Incluso le introdujeron una manguera por el esófago y casi lo asfixian con chorros de agua.

Alleg sobrevivió, pero la mayoría de los detenidos fueron asesinados tras las sesiones de tortura, como el matemático y militante comunista Maurice Audin, cuyo cadáver jamás se recuperó. El líder Larbi Ben M'hidi fue ahorcado en su celda por Aussaresses.

Se comunicó a la prensa que se había suicidado con una cuerda trenzada con jirones de su camisa. Arrepentido, el general Bigeard, presente durante el crimen, contó años más tarde que antes de morir, Ben M'hidi exclamó: “Quieren una Argelia francesa y yo les anuncio una Francia argelina”. En 2024, Emmanuel Macron reconoció el asesinato y la justicia despojó a Aussaresses de su rango y de la Legión de Honor, otorgada por sus servicios.

El comandante Guiraud, con el beneplácito del coronel Yves Godard, utilizó dos minas terrestres para volar el escondite de Ali la Pointe, Hassiba Ben Bouali, Mahmoud “Hamid” Bouhamidi y “Petit Omar”.

La explosión se oyó en toda la Casba y destruyó la casa de al lado, matando a sus ocupantes, familias argelinas cuyas muertes se consideraron daños colaterales. Los explosivos despedazaron los cuerpos de los últimos combatientes del FLN. En una carta dirigida a sus padres que no se recuperaría hasta mucho después, Hassiba Ben Bouali se despidió de la vida con unas palabras que reflejan su coraje: “Si muero, no debéis llorar por mí, habré muerto feliz, os lo aseguro”.

El 8 de octubre de 1957 se consideró que había finalizado la Batalla de Argel, pero el FLN resurgió de sus cenizas y el 5 de julio de 1962 se declaró la independencia de Argelia.

Más de un millón de europeos, el 90%, abandonaron el país. Los crímenes de guerra de los franceses, que incluyeron tiroteos contra multitudes de civiles, violación, desentrañamiento y decapitación de mujeres, degollamiento de niños, enterramientos en vida y lanzamiento al mar desde helicópteros de prisioneros con cemento en los pies, frustraron la posibilidad de una convivencia pacífica entre los europeos y la población nativa.

En su momento, critiqué la frase de Sartre en el prólogo a Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon: “matar a un europeo es matar dos pájaros de un tiro, suprimir a la vez a un opresor y a un oprimido: quedan un hombre muerto y un hombre libre; el superviviente, por primera vez, siente un suelo nacional bajo la planta de los pies”.

Sin embargo, hoy la considero mucho más ética que la tibieza de Albert Camus, un pied-noir (pie negro) que contempló con desagrado la rebelión argelina. La frase de Sartre puede producir horror, pero es sumamente reveladora.

Los argelinos no tuvieron otra opción que elegir entre la servidumbre y la resistencia. Antes de cometer los primeros ataques, el FLN pidió a los franceses que abandonaran Argelia, un requerimiento que solo suscitó desdén e indiferencia. Para los ingleses de las colonias de ultramar, el general George Washington era un terrorista. En cambio, Estados Unidos le consideran un liberador. Algo semejante puede decirse de Simón Bolívar, Juan Martín Díez, el Empecinado o Hassiba Ben Bouali.

Varias universidades y bulevares de Argelia llevan hoy el nombre de Hassiba Ben Bouali, una figura que ocupa en la historia un papel similar al de las mujeres judías implicadas en el levantamiento del gueto de Varsovia. Eso sí, las revoluciones no siempre terminan bien.

Los líderes del FLN acabaron salpicados por casos de corrupción y el descontento popular casi lleva al poder al Frente Islámico de Salvación, algo que evitaron los militares mediante una sangrienta guerra civil.

La violencia a veces es legítima, pero siempre conlleva un alto coste moral y humano. Muchos de los oficiales franceses que torturaron y asesinaron a los independistas argelinos procedían de las filas de la Resistencia contra el nazismo.

La batalla de Argel nos obliga a reflexionar, pero deja muchos conflictos en suspense. Esa indeterminación es un gesto de honestidad, pues no hay respuestas para todo. La lucha de los pueblos colonizados siempre será legítima, pero muchas personas pierden en el alma en el camino. Los libertadores a veces se convierten en opresores.

¿Significa eso que hay que practicar el conformismo, aceptar las injusticias sin protestar? Lo ideal sería resistir sin odio, como hizo Nelson Mandela, pero no siempre es posible. No hay fórmulas magistrales para salir de los atolladeros históricos. La batalla de Argel, un filme inteligente y coherente, se limita a certificar este hecho trágico.