Marilyn Monroe en 'Vidas rebeldes'

Marilyn Monroe en 'Vidas rebeldes'

Entreclásicos por Rafael Narbona

Marilyn Monroe toma un daiquiri en el Ritz de Madrid

Hace unos días, me encontré con Marilyn Monroe en Madrid. Truman Capote nos puso en contacto. Paseamos por el Museo del Prado y ella se quedó fascinada con Goya y Velázquez

15 junio, 2021 09:56

Creer en la comunión de los santos te permite estar en comunicación con los difuntos. El cielo no se parece a lo que algunos creen. No es un lugar silencioso y habitado por severos moralistas. Los grandes pecadores que albergan un noble corazón se pasean alegremente por él, evocando con nostalgia su paso por la Tierra. Es el caso de Truman Capote y Marilyn Monroe, grandes amigos con vidas poco ejemplares, pero con un alma limpia y un largo historial de abusos, malos tratos y humillaciones. Dios nunca cierra las puertas a esas criaturas. En cambio, no se muestra tan comprensivo con personajes como Evelyn Waugh, que aborrecía a Juan XXIII por reformar la iglesia, introduciendo aires nuevos. Waugh se encuentra en el purgatorio, leyendo a Hans Küng y, por los exabruptos que se escapan de su boca, todo indica que seguirá un tiempo allí. Chesterton y C. S. Lewis abogan por él, pero Dios considera que Waugh aún necesita abrir su mente y, sobre todo, pedir disculpas a Juan XXIII, una posibilidad que el escritor ha rechazado, alegando que un genio de la pluma no se disculpa con un campesino de modales plebeyos. A Dios no le gustan los ortodoxos. Suele enviarlos al purgatorio para que se desprendan de dogmas y prejuicios.

Truman Capote me llamó para avisarme de que Marilyn Monroe quería tomarse un daiquiri en el Ritz. Nunca llegó a visitar Madrid y ahora que habían reformado el hotel le apetecía conocer la ciudad. Pensaba que era una buena oportunidad para acercarse al Museo del Prado y ver la pintura de Goya y Velázquez. Marilyn carecía de estudios superiores, pero le apasionaban el arte y la literatura.

-¿Querrás acompañarla? –preguntó Truman-. Es una hermosa criatura con la inocencia de una niña. Me da miedo que deambule sola por una gran ciudad. 

Yo repliqué que tal vez no era el más indicado.

-Si me presentara como guardaespaldas solo despertaría una carcajada. Además, me he convertido en un viejo maniático, cada vez más reacio a abandonar mi pueblo.

-Pero tú la adoras –objetó Truman-. ¿Me vas a negar que desde los catorce años amas a Marilyn? Tenías tu cuarto empapelado de fotografías suyas y comprabas todos los libros que aparecían sobre ella. Apostaría cualquier cosa a que esos sentimientos siguen ahí. ¿Me equivoco?

-No, no te equivocas, pero yo nunca la vi como tú. Para mí, no era “una especie de estallido sexual de color platino”. Sí estoy de acuerdo, en cambio, con lo de que su espíritu, poético y luminoso, no podía ser captado por una cámara. La comparaste con el vuelo del colibrí.

-Es cierto. Tenía un encanto especial. Bueno, lo tiene. Ya sabes que la muerte solo es una pirueta, un cambio de escenario.

-¿En el cielo sigue llegando tarde?

-Siempre, siempre. Aquí el tiempo transcurre de otra manera, pero si quedas con ella en una cafetería, conviene llevarse un libro para no desesperase.

-¿Hay cafeterías en el cielo?

-Claro. Y galerías comerciales. Y cines. Aquí no se nota la crisis de las grandes salas. Los estrenos son apoteósicos. Se parecen a los del viejo Hollywood.

-Entonces Marilyn sigue llegando tarde.

-Sí, y cuando por fin aparece, no tarda en marcharse al baño. A veces, pasa casi una hora hasta que regresa.

-¿Sigue tomándose pastillas para calmar la ansiedad?

-No, aquí no hay de eso. 

-¿De qué hablaré con ella?

-Marilyn es tímida, pero muy simpática. Enseguida fluirá la conversación. Eso sí, no le hables de su muerte. Está harta de teorías y especulaciones. No menciones a los Kennedy, ni comentes nada sobre el suicidio. 

-¿Dónde nos encontraremos?

-En el café Gijón. Marilyn ha descubierto a Paco Umbral y quiere conocer el lugar.

-¿Está Umbral en el cielo?

-Pasó una temporada en el infierno, pero habló con Dios, quejándose de las compañías indeseables y le permitió cambiar de planta.

-¿A quién se refería con eso de las compañías indeseables?

-Fundamentalmente, a Camilo José Cela. Se llevan muy mal. Los dos tienen un ego superlativo. Cela protestó, pues le gustaba discutir con Umbral y lamentó perder la oportunidad de seguir haciéndolo. Es un camorrista incorregible. Dios le tranquilizó, asegurándole la compañía de Juan Manuel de Prada en un porvenir no muy lejano. Así podría continuar con la gresca.

-Prada aún es joven. ¿No irá a sucederle una desgracia?

-No, no –dijo Truman-. Aún le quedan tres o cuatro décadas, pero eso es un suspiro desde la perspectiva de la eternidad. El más allá se parece a un agujero negro. Todo sucede más despacio. Si pudierais verlo desde abajo, tendrías la sensación de que nos movemos a cámara lenta.

Esperé a Marilyn más de una hora en una mesa del café Gijón, preguntándome si aparecería con una mascarilla para cumplir las normas sobre la covid-19. Sería una verdadera lástima que un rostro tan hermoso se enterrara bajo un antiestético velo. Me había preparado para esperar. Una Marilyn puntual no sería Marilyn. Por fin divisé una figura que podía ser ella. Cruzó la calle Alcalá con cierta temeridad, ignorando los semáforos. Llevaba unos pantalones Capri de color blanco, zapatos planos y un niqui negro con el cuello redondo y las mangas cortas. Su melena rubia flotaba como un campo de tulipanes mecido por el viento. Afortunadamente, no utilizaba mascarilla. Entró en el café Gijón y se dirigió a mi mesa con una sonrisa:

-Siempre llego tarde. ¿Me perdonas?

-Claro. ¿No necesitas mascarilla?

-Es una pregunta un poco tonta. Estoy muerta, ¿recuerdas? 

Bajé la mirada, entristecido.

-No pongas esa cara –dijo-. ¿No te ha explicado Truman que la muerte es una película más? Dios es un buen director de cine. Nunca grita ni se enfada. No se parece a John Huston, al que le gustaba maltratar a los actores. Ahora ese bastardo se está llevando su merecido. En el infierno comparte camerino con el cabrón de Frank Sinatra. No le deseo algo así a nadie. 

Marilyn alzó la mano y pidió un Martini. El camero sirvió la bebida sin inmutarse. En el Gijón, todo es posible y extrañarse por algo es una vulgaridad

-Me gusta este sitio. ¿Escribía aquí Umbral?

-No, en su casa. Con una Olivetti.

Marilyn bebió un poco y suspiró:

-Noté de inmediato que había sido un niño pobre, igual que yo. Como la de Truman, la literatura de Umbral es la de una persona muy herida. La falta de afecto en la infancia deja el alma devastada. No es posible sanar. Eso sí, te ayuda a reparar en cosas que otros no advierten. Por ejemplo, que los exabruptos casi siempre son actos defensivos. 

-¿Lo dices por Umbral?

-Sí, me han dicho que podía ser muy cruel. Truman es igual. Los niños heridos son así. Se protegen del mundo a zarpazos. ¿Salimos a pasear? Quiero tomar un daiquiri en el Ritz. Me han contado que lo han reformado. Espero que no lo hayan estropeado. Después, quiero entrar en el Museo del Prado y ver las pinturas de Goya y Velázquez. Truman me ha recomendado que también le eche un vistazo al Greco

Caminando por Recoletos, me sentía insignificante al lado de Marilyn. Creo que se dio cuenta. Tal vez por eso comentó:

-La belleza no es importante. A mí me hubiera gustado tener una casa, un verdadero hogar y una persona que me esperara, deseando abrazarme. Desde los trece años, los hombres se vuelven locos conmigo, pero solo les interesa el sexo. Acabé viviendo sola. Mi familia era mi psiquiatra. Solo podía contar con él y con Truman, claro, pero Truman tenía sus propios demonios y era imprevisible. De niña, nunca me dijeron que era guapa. Después, han dicho que era la mujer más hermosa, pero lo cierto es que no había cariño en esas palabras. Para los que decían esas cosas, yo solo era un objeto

Entramos en el Ritz y nos dirigimos a la cafetería. Nos sentamos y Marilyn pidió un daiquiri. 

-He leído que durante un tiempo no admitieron actores. Al parecer, Ava Gardner la lio con sus juergas y borracheras. Menos mal que han cambiado las normas. 

Le conté la anécdota de Victor Mature, que esgrimió las críticas donde le acusaban de no ser actor para exigir que le dieran una habitación.

-Una historia divertida. Dijeron lo mismo de mí, que no era una actriz, pero yo creo que no lo hice tan mal. ¿Has visto mis películas?

-Todas.

-¿Y cuál es tu preferida?

-Con faldas y a lo loco es muy divertida, pero creo que hiciste tu mejor papel en Vidas rebeldes

-Creo que tienes razón. Por cierto, me gusta cómo ha quedado este sitio. Muy luminoso. Me habían dicho que la decoración anterior era un poco decadente, como si hubiera salido de una novela de Proust. No lamento que hayan cambiado de estilo. Hay que renovarse. La vida no puede pararse. 

-¿Has leído a Proust?

-Por supuesto. Me encanta el barón de Charlus. También era uno de los personajes favoritos de Truman.

-Te he visto leyendo el Ulises, de Joyce. ¿Lo acabaste?

-Me salté algunas páginas, pero no se lo digas a nadie. 

-¿Y Hojas de hierba, de Whitman

Marilyn alza un poco la barbilla y recita:

-Me celebro y me canto a mí mismo.

Y lo que yo asuma tú también habrás de asumir,

Pues cada átomo mío es también tuyo.

Vago al azar e invito a vagar a mi alma.

Vago y me tumbo sobre la tierra,

Para contemplar un tallo de hierba.

Aplaudo discretamente, intentando no llamar la atención.

-Gracias –responde Marilyn-. ¿Tú también piensas que soy una mala actriz? Truman dijo que yo no era exactamente una actriz, sino un mito. Me dolió. Un mito es cartón, mármol o barro, no carne y yo soy un ser humano que interpreta vidas ajenas. 

-Yo sí creo que eres una buena actriz. Me has hecho reír y llorar.

-A veces tengo la sensación de que soy un objeto del que todo el mundo quiere apropiarse. Siento que tiran de mí en todas direcciones, sin darse cuenta que pueden romperme. Es triste y agotador.

-Lo entiendo.

-Un actor dijo que hacerme el amor fue como besar a Hitler. ¿Cómo se puede decir algo tan cruel? Esa clase de comentarios te abren los ojos y te cierran el corazón

Marilyn soltó una carcajada estruendosa e infantil:

-¿Por qué te ríes? Lo que has dicho es deprimente.

-Hay que reírse cuando asoma la tristeza, llorar es demasiado fácil.

-¿Qué tal el daiquiri? 

-Muy rico. ¿Quieres probarlo?

Marilyn me acercó la bebida, invitándome a aspirar con la pajita, pero titubeé, pensando que cometería una torpeza:

-Toma un poquito. No seas tonto. No puedo contagiarte nada.

-No es eso, por favor.

-A mí no me importa que chupes de la pajita. No soy escrupulosa.

Aspiré un poco, impresionado por posar mis labios en el mismo lugar que Marilyn. 

-No soy perfecta, ¿sabes? –confesó, ahuecándose la melena-. Soy egoísta, impaciente y un poco insegura. Cometo errores, pierdo el controlar y a veces soy difícil de lidiar. Pero si no puedes lidiar conmigo en el peor momento, no me mereces en el mejor

Marilyn volvió a reírse de forma escandalosa.

-Quiero ver el Prado –dijo, acabándose el daiquiri.

Las pinturas negras le impresionaron:

-¿Qué habría dentro de su creador? Yo siempre he buscado la felicidad en los otros. En la amistad, en el amor. Ese fue mi error. Hay que aprender a ser feliz de forma independiente, sin depender de los demás. 

Marilyn también se fijó en las Meninas:

-¿Ser pintor se parecerá a ser actriz? ¿También tienes que vender tu alma? En Hollywood, te pagan mil dólares por un beso y cincuenta centavos por tu corazón.   

Las figuras del Greco no le pasaron desapercibidas:

-Aquí hay mucha fantasía. La fantasía es el alimento de los artistas. Yo tuve muchas fantasías. Algunas se cumplieron, pero cuando consigues las cosas, descubres que no son como las esperabas

Volvimos al paseo de Recoletos. Marilyn se sentó en una fuente, introduciendo una mano en el agua:

-Madrid merecería tener mar. Es una ciudad hermosa y todos los lugares hermosos deberían lindar con el mar. 

Marilyn parecía una criatura de aire, con una ligereza sobrenatural. Su pelo rubio descansaba sobre sus hombros, con aspecto de banco de coral ondulándose en el fondo del mar. 

-Tengo que marcharme. Me esperan en el cielo. Allí soy feliz. Aquí abajo sentía lo que el protagonista de El proceso. Pensaba que arrastraba una culpa, una falta, pero no sabía cuál. Ahora vivo despreocupada. Por fin, he averiguado quién soy realmente.

-¿Qué tal fue el encuentro? –preguntó Truman por teléfono al día siguiente.

-Fue inolvidable. Como dijiste, una hermosa criatura.

-El mundo se portó muy mal con ella. Tuvo un final horrible, pero ahora está en paz. Ha encontrado su lugar.

-¿Y cuál es?

-La eternidad.

@Rafael_Narbona

Imagen | Marco Godoy,  abrir los ojos

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