Carlos León en su estudio de Torrecaballeros (Segovia). Foto: Sara Fernández

Carlos León en su estudio de Torrecaballeros (Segovia). Foto: Sara Fernández

Arte

Carlos León en el Museo Patio Herreriano: “La belleza, para mí, es una punzada, vivo con la sensibilidad sobreexcitada”

El pintor, uno de los máximos exponentes del arte abstracto en nuestro país, confiesa que sus mejores cuadros son los que ha pintado a raíz del diagnóstico de su grave enfermedad.

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Visitamos el taller de Carlos León (Ceuta, 1948), una nave industrial en Torrecaballeros, un pueblo de Segovia. Nos recibe exultante, entusiasmado, enamorado de su última serie, la que presentará en el Museo Patio Herreriano de Valladolid este sábado, 8 de noviembre. El taller está abarrotado de lienzos, de libros y de objetos, rezuma vida.

Pregunta. Cuéntenos de qué va Suite Dánae.

Respuesta. Presento esta nueva serie sobre la figura de Dánae. Me atrae mucho Grecia, la anterior a Platón, la más arcaica, la de los mitos más duros, guerrera, sanguinaria, sacrificial. Me acordé del mito y me pareció muy apropiado convertirlo en pintura. Es un mito duro, el del poder de un padre y su decisión sobre el deseo de su hija: el deseo sobre la carne. Dánae significa “la sedienta”, una carne sedienta de ser fecundada y cómo al final eso sucede. Zeus lo consigue a través de esta estratagema, la de la lluvia de oro.

P. Su pintura tiene mucho de carne y de entraña.

R. Mis temas son dos: la carne y el paisaje. Uso mucho esos carmines de carne abierta que son parte de mi vocabulario. Señalan la proximidad que hay entre el goce, la sensualidad, el desgarro, la herida, el daño. ¡Están tan próximos el dolor y el goce...! De eso habla mi pintura. Leí recientemente unos escritos de Rothko, un pintor que admiro, y decía: “Muchos me asocian con la serenidad, ¡no!, ¡no!, estoy harto. ¡Soy el pintor más violento de América!”. En mi obra conviven la angustia y el placer supremo.

Retrato del artista en su estudio. Foto: Sara Fernández

Retrato del artista en su estudio. Foto: Sara Fernández

P. Parece que la pintura está muriendo constantemente.

R. Es chocante porque luego ¡siempre se vuelve a ella! También decían de Rothko que era un pintor decorativo, que es como definir el sexo como hacer gimnasia. Hay que molestarse en penetrar en las cosas. Reivindico la completa actualidad de la pintura. Tengo decenas de cuadros en negro puro sobre distintos soportes: ¡pintura pura! Cuando aplicas negro sobre la madera cruda se convierte en un escenario dramático, en un incendio.

P. Un cuadro negro quizá se acerque más al dibujo.

R. Aquí entra en juego el soporte. Que sea madera o tela, ¡cómo cambia con las mismas manos, los mismos gestos, los mismos colores! El soporte determina la dirección.

P. Usted viene a su taller a diario. ¿Qué le provoca el acto de pintar?

R. Hay algo de encuentro erótico, como embarcarte en una ebriedad sensual. Me pongo los guantes y empieza la fiesta, entran los colores como entran los personajes en la ópera: azul de Prusia, rojo carmesí… Entran en escena y sueltan su parlamento. Solo soy el medio.

Piezas de la serie que presenta en Patio Herreriano. Foto: Sara Fernández

Piezas de la serie que presenta en Patio Herreriano. Foto: Sara Fernández

P. ¿Cómo da el salto al arte abstracto?

R. Castilla es un campo abstracto. Aquí no hay arboledas ni frondas, solo tierras recortadas, tierra amarilla que te lleva a lo geométrico. Empecé a ver libros de otros pintores. Me acuerdo de uno de Antoni Tàpies que me impactó muchísimo. De chaval, Tàpies fue un faro. Y descubrir el expresionismo abstracto, ¡eso sí que fue importante!

P. Su modo de aplicar el color es peculiar.

R. Conocí a Clement Greenberg en EE. UU. Yo participaba en unos talleres que organizaba Anthony Caro, fui admitido en uno de ellos en el año 85. Y llegó él a ver los trabajos –era un viejo cínico y encantador– y, cuando llegó a mi pintura, me dijo: “Are you crazy? (¿Está usted loco?) Tiene usted un modo de utilizar el color muy raro”. Y me dijo: “Eso es bueno, una obra innovadora tiene que disgustar”.

Una de las pinturas negras del artista. Foto: Sara Fernández

Una de las pinturas negras del artista. Foto: Sara Fernández

P. Me llama la atención el uso que hace actualmente del color; podría trabajar una gama más sobria, en cambio, hay una pirotecnia cromática.

R. Sí, es mi modo de agarrarme a la vida, son los últimos abrazos, las últimas relaciones con lo sensual, lo gozoso y lo libre. Mi paleta ha sido muy clásica, muy veneciana. Ahora hay naranjas, amarillos y turquesas. Es una celebración.

P. ¿Por eso pinta con las manos?

R. Evidentemente, es algo físico, tiene mucho que ver con el sexo, con el erotismo. Mi trabajo es un combate de boxeo o un acto sexual [Se levanta de la silla y recrea el acto de pintar golpeando la madera con las manos, como lo hace normalmente]. Es agotador.

Carlos León mostrando su técnica pictórica. Foto: Sara Fernández

Carlos León mostrando su técnica pictórica. Foto: Sara Fernández

P. Su pintura es violenta, las marcas de los dedos parecen de alguien que quiere escapar.

R. Sí, hay violencia. También hay sensualidad y, si te fijas, es percusiva, suena: ¡pam!

P. ¿Qué papel juega el gesto en su pintura?

R. Llevo 55 años pintando y he tardado 50 en llegar aquí, a esta manera que he inventado. Es absolutamente gestual, lo que los franceses llamarían “la inscripción significante del cuerpo en el cuadro”. Mi cuerpo está muy presente, las medidas de mi brazo, mi altura…

Un detalle de las manos del artista. Foto: Sara Fernández

Un detalle de las manos del artista. Foto: Sara Fernández

P. ¿Y qué lugar ocupa el cuerpo del espectador? Se mira también con el cuerpo.

R. Interesantísima pregunta. Efectivamente, el que observa pone su cuerpo frente al cuadro, pero ¿a qué distancia? La cosa llega al disfrute cuando pegas la nariz. Ves cómo está hecho, casi cómo huele. Es como el primer sorbo antes de beber un vino. El cuerpo está presente. Son dos cuerpos que se abrazan a través del cuadro.

P. ¿Cuánto de biográfico hay en su pintura?

R. Mucho. Lo sepas o no, lo biográfico está siempre vibrando dentro de la obra, en la mía y en la de todos los autores.

P. ¿Qué es el arte entonces para usted?

R. Para mí debe tener mucho de avanzadilla, señalando caminos nuevos y abriendo posibilidades. Cuando ahora veo artistas dóciles que repiten como loros consignas políticas, un balbuceo sobre el género no sé qué... La vanguardia rusa que caminaba con la vanguardia revolucionaria, esa ha de ser la posición.

“Me pongo los guantes y empieza la fiesta, entran los colores como entran los personajes en la ópera, solo soy el medio”

P. ¿Se puede hacer la revolución desde la pintura?

R. Paso muchas horas aquí sentado observando, como los labradores del campo. Mi familia materna es del campo y me han enseñado a observar: cómo crece la mies, el tiempo, la lluvia, el viento. Yo observo cómo florece mi pintura y esa voluntad de goce, de transgresión, de conquista de nuevos espacios, son las preocupaciones que laten en mi pintura.

P. ¿Cuándo decide terminar un cuadro?

R. Cuando el instinto te lo indica.

Vista del taller del artista en Torrecaballeros (Segovia). Foto: Sara Fernández

Vista del taller del artista en Torrecaballeros (Segovia). Foto: Sara Fernández

P. ¿Se ha pasado de frenada alguna vez?

R. Sí, he destrozado muchos cuadros. Es una pregunta terrible esa que me haces. Cuando lo que añadas, en vez de añadir, resta radicalidad o encanto, es cuando hay que parar.

P. ¿Qué papel juega la escultura en su trabajo?

R. Los objetos que han perdido su función, los detritus, me fascinan. Me maravillan las oxidaciones, el deterioro. Me paso el día en las chatarrerías, los golpes, los accidentes, las torsiones… Las rescato y las llevo a mi estudio, las llamo “ensamblajes”.

P. ¿Cómo Wolf Vostell?

R. La verdad es que no pensé en él. Este que veis aquí es un coche que estaba tirado en las afueras, me llamó la atención plásticamente; me gusta tanto como objeto, que iba a pintarlo, y ahora tan solo lo rocío con agua para que salgan más oxidaciones.

Un retrato del artista con uno de sus 'detritus', objetos encontrados. Foto: Sara Fernández

Un retrato del artista con uno de sus 'detritus', objetos encontrados. Foto: Sara Fernández

P. ¿Ese coche achatarrado es la belleza para usted?

R. Llevo dos años que no sé si es por el cáncer o las medicinas que tomo, pero la sensibilidad se me ha disparado. La belleza, para mí, es una punzada. Ahora vivo con la sensibilidad sobreexcitada. La punzada me alcanza muchas veces al día. Los objetos me producen un enorme estímulo. En cambio, han dividido en dos a mis seguidores. Hay gente que los prefiere a mi pintura y otros a los que no les interesan en absoluto.

P. Podría dedicarse a descansar o a estar con su familia. ¿Por qué sigue pintando?

R. Me quitan esto y duro diez días. Sin la pintura ya estaría muerto. Me levanto por la mañana, abro los ojos, veo qué tal estoy –llevo una racha muy buena, pero hay días que no puedo con las botas– y, aunque esté medio mal, me voy metiendo y cojo fuerzas. El cáncer de páncreas vuelve loco a la glucosa: de repente subes a 300 o te da un bajón. Hay quien se acojona y se queda en casa, pero yo le meto y esto tira.

“He pintado los mejores cuadros de mi vida en estos dos últimos años. Ha sido un no parar. sin esto
ya estaría muerto”

P. Sus mejores cuadros son los de su enfermedad.

R. Sí, eso es increíble. Sin mi enfermedad yo no hubiera pintado ese cuadro, por ejemplo, que es un punto de llegada de muchas cosas.

P.¿Piensa a menudo en la muerte?

R. A mí el tema de la muerte jamás me asustó. El día que me lo dijeron lo único que me importaba es cuánto duraré. He pintado los mejores cuadros de mi vida en estos dos últimos años. Ha sido un no parar. Solo me frena el carpintero que me hace los tableros, que tarda demasiado en hacérmelos [risas].

Detalle del estudio. Foto: Sara Fernández

Detalle del estudio. Foto: Sara Fernández

P. ¿Cómo le gustaría que le recordaran?

R. Pues ¡como un buen chico! [carcajadas].

P. Y ¿cómo pintor?

R. Creo que mi mérito ha sido resistir, como un superviviente. Mis amigos me han visto sin un duro, resistiendo.

P. También tiene una relación íntima con la escritura.

R. Escribo bastante. He publicado dos o tres libros, también poesía.

Foto: Sara Fernández

Foto: Sara Fernández

P. ¿Cómo empezó a pintar?

R. Un día, con 15 años, una novia me regaló un libro sobre Gauguin. Yo venía de una familia de campo, y aquel librito me abrió los ojos. Fue una pequeña revelación, hasta que descubrí una historia del arte.

P. Pero usted se fue a estudiar medicina a Valladolid.

R. Sí, y allí entré en contacto con unos pintores locales que iban al campo, en la línea de Díaz-Caneja, que es un pintor que me gusta mucho y que está muy subestimado. Empecé a salir y a interesarme por la pintura, me hacía mis óleos, salía al campo, bebíamos vino en cantidades ingentes, iba a Madrid haciendo autostop para ver las galerías de entonces, tuve que elegir, y me hice pintor.

Retrato del artista en su estudio. Foto: Sara Fernández

Retrato del artista en su estudio. Foto: Sara Fernández

P. ¿Se arrepiente?

R. He pagado un precio altísimo. Han pasado años y años que no sé de qué he vivido, no podía ni pagar la luz ni comprarme un libro. Pero no quería distraerme con otros trabajos, no sé cómo he aguantado, pero lo he hecho. Para mí, ser pintor ha sido muy, muy difícil. Solo he sido profesor y decano de la Facultad de Bellas Artes de Cuenca durante 2 años.

P. Cuando usted no esté, ¿qué va a pasar con su obra?

R. Esa es la pregunta que más me preocupa. De lo que pasa con el legado de un artista cuando muere depende que su obra siga interesando o que pase al olvido. ¡Hemos visto tantos artistas que mueren y se olvidan! Confío en dejar mi legado lo mejor organizado posible.