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Carmen Laffón: “No he sido nunca ambiciosa, he pintado lo que sentía”

Es una de nuestras pintoras imprescindibles. Reacia a dar entrevistas, la Premio Nacional de Artes Plásticas habla con El Cultural de su pandilla junto a Zóbel, Saura y Antonio López, de su querido Coto de Doñana y de cómo encarar hoy la pintura

21 septiembre, 2020 09:03

Habla con la voz bajita, sin olvidar detalle, haciendo gala de una memoria prodigiosa. Para seguir a Carmen Laffón (Sevilla, 1934) es muy recomendable tener un mapa a mano de Sanlúcar de Barrameda, en Cádiz, el escenario sobre el que tanto ha trabajado. De la desembocadura del río Guadalquivir a Bajo de Guía, de La Jara al Coto de Doñana, dedicó a este paisaje su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando –la segunda mujer en hacerlo, en el año 2000, después de la mezzosoprano Teresa Berganza–.

Tres exposiciones le rinden tributo en Sevilla en las próximas semanas. Un recorrido que comienza en sus años de juventud (en la Fundación Cajasol, desde el 28 de septiembre), cuando pintaba muchachas de espaldas, bodegones y a sus padres descansado en la casa de veraneo; y termina con sus últimas producciones, unos dibujos de las Salinas de Bonanza (en el CAAC desde el 18 de septiembre) que se suman al grupo de pinturas que ya había realizado. Entretanto, la muestra del Museo de Bellas Artes (desde el 1 de octubre) mostrará sus obras de El estudio de la calle Bolsa, en Sanlúcar, el lugar donde comenzó a pintar el Coto de Doñana. Y a finales de año saldrá un catálogo razonado que recoge 1.300 de sus obras. Un gran esfuerzo coordinado por Juan Bosco Díaz Urmeneta, comisario de dos de las muestras, teniendo en cuenta que muchos de los trabajos de Laffón están en manos de coleccionistas privados y fueron vendidos por galerías hoy desaparecidas.

Pregunta. Una de estas exposiciones está dedicada al estudio desde el que pintó por primera vez el Coto de Doñana, ¿cómo comenzó esta pasión?

Respuesta. Empecé a pintarlo alrededor del año 73 desde ese estudio de la Calle Bolsa, donde me pasaba todo el día trabajando en la azotea. Desde ahí no se veía el Coto pero, a través de mi tía Carmela, me dejaron un piso en el Edificio de los Infantes con una terraza que sí daba al Coto de frente y a Bajo de Guía por un lateral. La vista me atrapó y me puse a pintarla rápidamente.

Las vistas del coto

P. ¿Qué fue lo que le atrajo de esa visión?

R. No podría escoger ninguna cualidad concreta, porque no fue su horizonte ni su horizontalidad, sino la emoción que me produjo contemplarla. En la orilla, las dunas cambian mucho, pueden acosar a los pinos y dejar un espacio amplísimo, o al revés, los pinos venirse hacia delante y hacer que la arena prácticamente desaparezca. Y, sobre todo, me atrae su ambiente y sus luces cambiantes dependiendo de la hora del día, los atardeceres son maravillosos, los amaneceres… La primera vez que fui a Sanlúcar tenía 10 días. Mi familia había veraneado siempre en Chipiona y llegamos allí a través de un amigo de mi padre, el pintor Manuel González Santos.

'La Sal, Salinas de Bonanza...', 2017-2019

P. Que años después fue su profesor de pintura…

R. Sí, y antes ayudó a mi padre a prepararse las pruebas de dibujo de acceso a la Escuela de Arquitectura. Dejó la carrera un año después y estudió Medicina, primero en Sevilla y después en Madrid, en la Residencia de Estudiante, pero mantuvieron la amistad y nos invitó a la casa que tenía en la zona de la Jara, cerca de donde ahora están mi casa y mi estudio. Mi madre era íntima amiga de su hija, Adela, y yo siempre andaba con ellos. Me entusiasmaba verle pintar, le llevaba la cajita y le decía: “don Manuel, voy a verle un ratito pintar”. Él aprovechaba y me ponía un modelito, una caja de sardinas en una ventana, y así fue como empecé a pintar. Ya en Sevilla seguí en su estudio y fue él quien llamó a mi padre y le dijo: “A tu niña la llevas a la Escuela de Bellas Artes porque debe seguir pintando”. Yo entonces estudiaba bachillerato con profesores en casa.

"Lo que me atrae del Coto de Doñana es su ambiente y sus luces cambiantes dependiendo de la hora del día"

P. Queda claro que su padre le hizo caso.

R. Sí, mis padres me apoyaron mucho. Mi padre siempre me insistió en que no me olvidara de la figura y a mi madre le preocupaban las clases de pintura al natural en las que había desnudos. Mi padre lo cortó rápido con un: “Si la niña está tranquila se quedará”. Y no me fui.

P. Más tarde convivió con Zóbel, Gerardo Rueda, Torné, Juana Mordó… ¿qué recuerda de sus inicios?

R. Conocí a Fernando [Zóbel] en Madrid cuando hice mi primera exposición en la galería Biosca. El local tenía una escalerita y al bajarla me lo presentó Gerardo Rueda. Lo primero que me dijo fue: “Qué zapatos tan bonitos”, y así comenzó nuestra amistad. Zóbel había viajado mucho, cuando llegó a Madrid desde Filipinas se fue a un colegio en Suiza, después estuvo en Harvard… Era muy amigo de Gerardo Rueda, se reunían en un estudio de la calle Velázquez y Gerardo era, a su vez, muy amigo mío. Él fue de hecho el que me presentó a Juana Mordó. Le llevó mis cuadros y ella me llamó. Yo estaba recién llegada a Madrid con mi marido, que era todavía estudiante, y no me lo podía creer. En esa época se hacían contratos, contratos escritos, no podías darle un cuadro a ninguna otra galería pero te pagaban un sueldo todos los meses. Cuando firmé el contrato, llegué a casa y le dije a Ignacio [Vázquez Parladé]: “Salvados estamos”. Me pagaban religiosamente, y así estuve bastantes años.

Una realista abstracta

P. ¿Cómo se sintió en ese ambiente artístico en el que lo dominante era el informalismo?

R. A Lucio Muñoz lo conocía de mucho antes y los demás –Amalia Avia, Julio López…– eran compañeros de la escuela. Antoñito [Antonio López] iba a otro curso y era muy próximo a Lucio Muñoz, al que admiraba y veía como un padre, con lo que estábamos mucho con él toda la pandilla. No éramos un grupo, éramos amigos, compañeros. Yo he pintado siempre lo que sentía, lo que me transmitía un ambiente, una fruta… He participado en exposiciones con los realistas y cuando Juana creó su propia galería con artistas como Saura, que era muy amigo suyo, Millares, Manolo Rivera, Feito… allí también estábamos Antoñito, que después se fue con la galería Marlborough (y a Juana le disgustó mucho) y yo, que me quedé con ella. Después expuse con él en Marlborough en Londres y en Nueva York en un momento en el que los pintores abstractos estaban de moda en España, ganaban premios, asistían a bienales y, curiosamente, Franco lo consentía y González Robles hizo mucha labor promocionando el arte español. Pero a mí nunca me ha interesado competir, nunca le pedí a Juana que me llevara a ningún sitio porque pensaba que yo hacía otra cosa. No he sido ambiciosa.

'En Santa Adela. Mis padres en el jardín', 1994-1995

P. Su relación con Juana Mordó fue siempre muy estrecha, ¿no es así?

R. Juana Mordó era una mujer excepcional, me daba hasta consejos personales, nos queríamos mucho. Era griega de origen sefardí. De Grecia se fue a Francia, donde tuvo un matrimonio que duró muy poco y después conoció a un alemán al que adoraba y con quien se casó. El matrimonio tenía muchos amigos diplomáticos españoles y cuando su marido falleció, sus amigos le invitaron a pasar el verano en España. Aquí empezó una vida nueva y conoció en Madrid a Aurelio [Biosca] que la contrató para dirigir su galería. Hablaba muchos idiomas.

P. ¿Había pocas mujeres en el entorno artístico?

R. Sí había, aunque es verdad que muy pocas. En Madrid la mayoría eran hombres pero yo tenía cuatro o cinco compañeras, y en Sevilla lo mismo. Y después estaba todo el grupo de la Escuela de Madrid, Menchu Gal entre ellas, que eran mujeres.

P. Su obra es eminentemente pictórica, ¿le interesa la escultura?

R. En la Escuela fui a veces a clases y siempre me gustó. Una de las primeras esculturas que hice fue para La cuna, un cuadro del bebé de una amiga. Vi a la niña en su casa con un batón precioso y para que no tuviera que traerla a posar todos los días, hice la cabeza de la pequeña en escultura y le pedí a una de mis cuñadas una cuna. Después hice más cabezas, todavía tengo en casa tres o cuatro que me costaron una barbaridad. Sí, la escultura siempre me ha gustado muchísimo aunque haya hecho más pintura.

En el estudio

El ritmo de trabajo de Carmen Laffón no ha bajado con los años. Entra todos los días a las 10 en su estudio “de la misma manera que un médico va a su consulta a diario o un abogado tiene su bufete”, dice reivindicativa. No suele pintar por las noches, aunque a veces dibuja. “He estado siempre metida en el estudio, a excepción de los cinco años que di clase en la facultad de Sevilla. Ahí coincidí don Miguel Pérez Aguilera, a quien también considero mi maestro. Era muy amigo de Rivera y del grupo de Madrid y fue el que revolucionó una Escuela de Sevilla carca que tenía la biblioteca cerrada con llave. Conocimos mejor a Braque y a Picasso a través de las revistas que él nos mostraba”.

"Gerardo Rueda Le llevó mis cuadros a Juana Mordó y firmamos un contrato. no me lo podía creer"

P. ¿Cómo se ha organizado el trabajo durante los meses de confinamiento?

R. Aunque tengo el estudio en frente de casa, lo trasladé a mi salón. No es la primera vez que lo hago, ya acondicioné la sala cuando hice la Bajamar, soy habilidosa, estoy acostumbrada a cambiarlo todo. Aquí moví el sofá y la mesa según la luz.

P. ¿Tenía entonces planeado con antelación hacer esta serie de dibujos de las Salinas que presenta ahora en el CAAC?

R. Sí, me llevé toda la documentación –apuntes pequeñitos y fotos de las Salinas– y una carpeta con papeles, pasteles, carbones… Estos últimos meses los he dedicado a dibujar, sola, todo el día en la mesa con mi compás, mi regla y todo lo demás.

@LuisaEspino4