Arte

Joan Miró, la música callada

Joan Miró 1956-1983. Sentimiento, emoción y gesto

30 noviembre, 2006 01:00

Pájaros en fiesta celebrando la aurora del nuevo día, 1968

Comisaria: Rosa María Malet. Fundación Joan Miró. Parque de Montjuïc, s/n. Barcelona. Hasta el 25 de febrero

Para algunos, el último período de Miró significa la culminación de toda su trayectoria, cuando el artista adquiere su plenitud y lleva su pintura a las últimas consecuencias. Es el momento en que el artista depura su obra y se enfrenta al gran formato. Para otros, en cambio, significa la decadencia: hace tiempo que el mensaje de Miró se ha formulado y, ahora, en las dos últimas décadas de su vida, el artista recurre a una fórmula repetitiva, una especie de logo, por no decir a una pintura decorativa.

La exposición Joan Miró: 1956-1983: sentimiento, emoción, gesto, patrocinada por el BBVA, se presenta precisamente como una reflexión sobre este último período, una etapa, como se ha reconocido, mal estudiada y descuidada. Como anexo documental y como contribución más importante, la exposición recupera el testimonio de una intervención del pintor en el Colegio de Arquitectos (COAC) en 1969 que hasta ahora había pasado bastante inadvertida. Sin embargo, la muestra -aún siendo importante- no es todavía la última palabra y esta postrera etapa del artista queda por investigar seriamente. De todos modos, ante la polémica -y aun cuando los estudios estén por realizar-, el pintor de obras tan intensas como las Constelaciones bien merece el beneficio de la duda y la consideración de su obra final.

A principios de los sesenta -incluso antes- la pintura de Miró experimenta un cambio de orientación. Su mundo, no obstante, seguirá siendo el mismo: estará poblado por sus personajes tragicómicos, convivirán las mismas obsesiones, habrá la misma agresividad. Pero a partir de entonces el artista trabajará el gran formato y realizará una pintura más esencializada y elemental. Entre otras razones, este cambio se ha explicado por los proyectos murales de gran envergadura, que lo familiarizarían con las grandes dimensiones, y el nuevo estudio proyectado por Sert, más espacioso, que le permitiría trabajar grandes piezas… Sin embargo, existe una especie de "espíritu de los tiempos" que encaminará el último período de Miró: el expresionismo abstracto y la pintura americana.

Miró fue un artista que ejerció una influencia decisiva en aquella generación que apareció justo después de la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos: Pollock, Rothko… Para ellos, Miró representaba una pintura vinculada al automatismo, de exploración interior, pero desentendida de los excesos literarios surrealistas. Ahora bien, esta influencia se resuelve como un bumerán. En muchas entrevistas, Miró ha reconocido el impacto de su viaje a Nueva York. Más aún, en sus declaraciones admite que la pintura americana le afirmó en su propia trayectoria, puesto que aspectos que ya estaban en él en estado latente fueron radicalizados por los artistas americanos: el gran formato, la simplificación, la pintura como contemplación.

En la exposición hay dos momentos fuertes: los trípticos Bleu (1961) y Esperanza de un condenado a muerte (1974). Miró concibió estos trípticos de grandes dimensiones y prácticamente monocromos para que el espectador se situara en medio de ellos y fuera envuelto literalmente por la pintura. En el caso del segundo tríptico, que alude a la ejecución de Puig Antich, el mismo artista apunta: "(…) conforma un espacio religioso, de meditación, de soledad, de silencio. Es una capilla (…)".

ésta es la idea fundamental: la pintura como ventana abierta, pero abierta a la propia imaginación, al yo interior, a la soledad individual. En palabras del artista, la simplificación favorece "extenderse al infinito", hacia esa "vida imaginaria que lo engrandece todo". Miró hace referencia a la sonoridad del silencio, a la "música callada" para explicar su obra. La música callada significa la visión interna y su misión es la de expresar cosas inexpresables. Pero este Miró es el Miró de siempre, el visionario, el que descubre las fuerzas ocultas en la naturaleza y la vida primitiva del campo, el que inventa signos y metáforas… Porque para el artista la pintura fue siempre un instrumento de transformación de lo terrenal a lo superior y a lo celeste.