El Cultural

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Maja Kleczewska: “El teatro debe entender los miedos que llevan a votar a la ultraderecha”

La directora polaca visita por primera vez España para presentar en el Festival de Otoño de Madrid su versión de 'Under the Influence', de John Cassavetes

15 noviembre, 2019 16:23

El teatro polaco tiene una larga tradición de resistencia. Bajo los soviets, fue uno de los escasos espacios donde se mantuvo encendida la llama libertaria. La situación política actual del país, gobernado por Justicia y Libertad, le obliga a asumir de nuevo ese papel de soterrada rebeldía. En Polonia se han tenido que suspender representaciones por la presión ultrarreligiosa (así ocurrió con Golgota Picnic, de Rodrigo García, en el Festival Malta de Poznan). Sus organizadores no podían garantizar la seguridad de los espectadores y del elenco así que se vieron obligados a ceder. Eso sí, aquella afrenta tuvo una respuesta contundente en la Gazeta Wyborcza, principal diario polaco, que publicó íntegramente el texto en sus páginas. Son gestos que sostienen la esperanza. En ese pulso contra la censura Maja Kleczewska (1973), aventajada discípula del mítico Kristian Lupa, empuja duro. Aprovechó el escaparate internacional que le brindó la conquista del León de Plata de la Bienal de Venecia en 2017 para denunciar el desmantelamiento de algunos teatros emblemáticos. Y sigue desarrollando una carrera a contracorriente, sin miedo. El Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid acoge (Teatros del Canal, 20 y 21 de noviembre) su versión de Under the Influence, radical radiografía del amor y la familia firmada por John Cassavetes. Es su aportación al debate espoleado por el feminismo de nuevo cuño y otra incursión suya en las arenas movedizas de nuestra psique.

Pregunta. ¿Qué le impulsó a escenificar esta película?

Respuesta. La apuesta de Cassavetes es única y radicalmente íntima. Convirtió su casa materna en el plató para rodar su guion, sus amigos y algunos familiares, incluida su madre, se implicaron en el proyecto. Abrió una rendija a un espacio muy personal que obligó a hacer una reflexión sobre el papel de la mujer en la sociedad y en el núcleo familiar. Geena Rowlands, su pareja en ese momento, lanza interrogantes a todos los que le rodean acerca de las vicisitudes de la feminidad encajada en distintos roles: el de madre, el de esposa, el de hija y el de, al fin, persona ‘normal’ y ‘equilibrada’. ¿Quién decide lo que entra dentro de esas vagas categorías? ¿El modelo familiar canónico? ¿Las convenciones sociales? ¿Los psiquiatras? Casi medio siglo después seguimos planteándonos lo mismo. Nada ha cambiado.

P. ¿Cuándo vio por primera esta película y qué impresión le causó?

R. Tendría 22 o 23 años y no podía ni imaginar lo que significaba ser madre y esposa. No entendí demasiado, la verdad, pero sí recuerdo que me impresionó la interpretación de Rowlands y que intuí que detrás de esa historia había algo oculto que algún día se revelaría ante mí. Y así fue.

“La psicología me enseñó a no juzgar a nadie demasiado rápido y a no ser tan optimista como Cassavetes”

P. Supongo que este proyecto fue muy estimulante para usted dada su formación como psicóloga, ¿no?

R. Sí, sin duda. La psicología me enseñó a no juzgar a nadie demasiado rápido. En este montaje, por ejemplo, me ha ayudado a no ver a Mabel como una enferma que necesita un tratamiento sino una víctima de un sistema alienante. Yo no soy tan optimista como Cassavettes: un centro psiquiátrico no es la solución para Mabel, para tantas Mabels que viven a nuestro lado.

Kleczewska utiliza un recurso fílmico para poder escudriñar al detalle las reacciones de los personajes. Mediante cámaras registra la acción y proyecta, en una pantalla grande sobre la escena, primeros planos de sus caras. “Me permite además aproximarme a la historia desde diversos ángulos simultáneamente”, añade. Es llamativa también la ‘banda sonora’. Ópera italiana para acompañar a Mabel en su progresivo desquiciamiento. Suenan Donizetti y Catalani, elegidos por el compositor polaco Cezary Duchnowski, colaborador habitual de la regista. “Él lo tuvo muy claro nada más ver la película porque los dos también abordaron la ‘enajenación’ femenina”.

El montaje se desdobla entre lo fílmico y lo teatral. Foto: Magda Hueckel

P. ¿Hasta qué punto se identifica emocionalmente con Mabel?

R. Mi cercanía a su drama se despliega en distintos planos. Como directora, obviamente, siempre estableces una conexión con los personajes. Sólo puedes contarlos si sientes una empatía total. Como persona, eliges seres que sientes la necesidad de mostrar porque crees que aportan información valiosa a algún debate candente, en este caso la posición social de la mujer. Es un viaje emocional que atraviesa diferentes fases, desde la identificación hasta la negación.

P. ¿Es la locura el último refugio de la libertad?

R. Podría decirse que sí, cuando no te dejan otra opción. La locura, en última instancia, puede ser una solución.

P. ¿Concibe Under the influence como un alegato feminista?

R. Es una película que desnuda una voz fuerte y alta de mujer. Es espectacular cómo la protagonista manifiesta que su vida empieza a desbordarla. Es feminista porque fue tabú. Es feminista porque la interioridad del alma femenina no ha sido todavía suficientemente expresada. Queda mucho por contar.

Under the Influence

La querencia Jelinek

P. b, la Nobel austriaca, es una de las dramaturgas que más se ha adentrado en esa interioridad. Usted ha montado cuatro obras suyas. ¿Qué le atrae tanto de sus textos?

R. Jelinek es una artista insobornable, con un lenguaje teatral único y una maestra de las formas. Además, ofrece mucha libertad al director. Siempre es un reto llevarla al escenario.

P. ¿Tiene tendencia a adentrarse en el lado oscuro del ser humano? ¿Qué busca en ese territorio?

R. Exploro todo: el lado oscuro y también el más luminoso. Recuerde a los griegos: siempre escarbaron en las raíces de nuestra identidad. Quizá ese sea el verdadero sentido del teatro.

P. Entre sus grandes mentores está Kristian Lupa, toda institución del teatro polaco y también, claro, europeo. ¿Qué es lo más importante que aprendió a su lado?

R. Seguir tu propio camino y confiar en la intuición. Permitirte cometer errores. Buscar en donde no habías buscado antes y no repetir lo que ya has hecho. No tener miedo. Ir más allá. Todo eso…

P. También fue asistente en sus inicios de Warlikowski. ¿Diría que ambos supusieron un punto de inflexión en el teatro polaco?

“En la Polonia de los 80 todo era más fácil de entender: había dos bandos y nosotros queríamos pertenecer al occidental”

R. Warlikowski lo cambió tras 1989. Lo incorporó a la tradición europea. Fue capaz de inocular en la mentalidad postsoviética una manera de pensar diferente. Y qué decir de Lupa… Pertenece a otra categoría de artista. Es un genio, hay muy pocos como él. Es un visionario, un profeta, un maestro de la vieja escuela. Amo a los dos.

Lupa es uno de los directores más afectados por la deriva autoritaria del gobierno polaco. Algunos teatros en los que trabajaba habitualmente han sufrido recortes sistemáticos y el cerco ultranacionalista. “Estamos viviendo una profunda crisis por el contexto político. Algunos de nuestros teatros de referencia, como el Stary de Cracovia o el Polski de Breslavia, han perdido el peso que tenían. Es muy fácil desmantelar un teatro, lo puedes conseguir en una sola temporada. Levantarlo, en cambio, requiere muchos años”, lamenta. Aun así, Kleczewska no pierde la esperanza. Cree que la guerra frente al ultraconservadurismo del gobierno Kazcynski y sus numerosos seguidores, que más de una vez han sitiado salas para boicotear estrenos, no está perdida. “El teatro polaco tiene una larga tradición. No va a ser fácil desarmarlo por completo. Lucharemos y, en esta lucha, el apoyo de la Unión Europea será crucial”.

P. ¿Le recuerda la Polonia de hoy a la de los 80?

R. No. Todo era mucho más sencillo entonces. La realidad estaba dividida solo en dos bandos: Europa occidental y oriental. Y Polonia siempre quiso ser parte de la primera. En cualquier caso, el auge de la extrema derecha debe analizarse en un contexto más amplio. Somos parte de un fenómeno global que aterroriza.

P. Sus compatriotas, a tenor del resultado de las últimas elecciones, están muy satisfechos con su gobierno. ¿Tiene alguna esperanza de que las cosas puedan cambiar?

R. Quizá en cuatro años pueda haber cambios. No es, realmente, una perspectiva muy optimista. Así que entretanto la obligación del teatro es entender qué está pasando y cuáles son los miedos que empujan a la gente a votar a la ultraderecha. Hay que ir a la raíz del miedo.

Cuerpo a cuerpo en Madrid, Mosul, Uganda...

El festival diseñado por Carlota Ferrer, que se desarrolla sobre todo en los Teatros del Canal, comienza este viernes con una curiosa propuesta: Todo lo que está a mi lado, del argentino Fernando Rubio. Un auténtico cuerpo a cuerpo entre el espectador y los actores, que se encaman juntos (sí, en el mismo lecho) para entablar diálogos de 10 minuntos. En el primer tramo destaca también la despedida de De La Puríssima, personaje construido por Julia de Castro que siempre puso también el cuerpo por delante. Y el cuplé, reiventado para la contemporaneidad. Con Exhalación: vida y muerte de De La Puríssima cierra capítulo. Gran expectación despierta asimismo lo último de Julio Fuentes Reta, artífice de genialidades como Cuando deje de llover. Ahora vuelve a la primera línea con Las cosas que sé que son verdad, montaje que tiene como base otro texto del hipnótico Andrew Bowell. Y no hay que pasar por alto el Teatro invisible de Matarile, la compañía gallega emblema de la vanguardia escénica en nuestro país desde los años 80. Aquí despliegan sus obsesiones artísticas y metateatrales de la mano de Kantor, Didi-Huberman, Deleuze y Pasolini. Las apuestas internacionales son muy atractivas. Más allá del debut en España de Maja Kleczewska, sobresale la presencia del agitador Milo Rau, que llega con Orestes en Mosul, su trasvase de la Orestíada al paisaje devastado de Iraq. Y European Philosophical Song Contest, alegato ideado por Massimo Furlan contra la –a su juicio– corriente populista que rebaja el arte a la categoría superflua de entretenimiento. Sustanciosos trabajos son además The Door, de Jo Stromgren, sobre la migración en Europa (en el Kamikaze), y Bergman en Uganda, de Markus Örhn, sobre la eclosión en el país africano de los Vee-Jays, unos embelesantes narradores orales (en La Casa Encendida).